Santander era su campo de acción, su escenario favorito. Durante un año, en sus calles, José Antonio fijaba sus ojos en mujeres de edad avanzada, entre 60 y 90 años, y acto seguido desplegaba su plan para matar...José Antonio, joven, bien parecido, de maneras amables y gran seductor, es un hombre moreno de mirada penetrante, nariz aguileña y boca muy marcada. Además, se le suele caracterizar por un rasgo: su rostro de buena persona. Pero pese a su aspecto inofensivo, fue inculpado de al menos 16 asesinatos de ancianas, a las que previamente había violado.
En su juventud, se había convertido en un agresor sexual, cometiendo varias violaciones en número no determinado, hasta que fue detenido e identificado como el célebre "violador de la moto".Durante el tormentoso proceso que siguió contra él, fue condenado a veintisiete años de prisión. De ellos sólo cumplió ocho. Con un innegable poder de persuasión y aprovechándose de su expresión beatífica obtuvo el perdón de todas las mujeres que había violado menos el de una a la que no pudo engañar. No logró librarse de la cárcel, aunque estuvo apunto, pero consiguió reducir su condena.A raíz de esa condena, su sorprendida esposa Socorro Marcial, le abandona y se lleva al único hijo de la pareja. Entonces él se buscó como compañera a una mujer disminuida mental.Sigue con una vida conyugal claramente poco satisfactoria durante la que lleva a cabo una doble vida: se esfuerza de ser un marido modelo mientras es un violador al acecho.
Su explosión asesina fue algo que se reveló de una forma repentina. Todo empezó cuando tenía 30 años, el 15 de abril de 1987. Acabó con la vida de una prostituta de 60 años tras mantener relaciones sexuales con ella, justo cuando acababa de salir de la cárcel en dónde había cumplido condena.Esta primera muerte marcó todas las demás. Una vez convencido de que su mayor placer lo obtenía con mujeres que no pudieran defenderse, emprendió un camino sin retorno...
Rodríguez Vega se dedicó a ganarse la confianza de ancianas solitarias. Primero las observaba y estudiaba sus costumbres, luego hacía un seguimiento minucioso de sus futuras víctimas. Una vez que tenía suficientes datos sobre su forma de vida, las abordaba.Para que las elegidas no dudaran a franquearle la puerta de su hogar, se hacía pasar por el reparador de la televisión o algún otro servicio similar. El otro recurso más empleado era su profesión de albañil. Hablaba con ellas, se ofrecía a acompañarlas, se ofrecía a solucionar cualquier problema de chapuzas que tengan en su casa, y después incluso las visitaba. Todo iba conducente a ganarse su confianza.Una vez dentro de las casas, las asaltaba sexualmente y las daba muerte tapándoles las vías respiratorias, pero antes de desatar la agresión física propiamente dicha, empezaba haciendo caricias, tocamientos, y en el momento en que provocaba la repulsa de la víctima es cuando se lanzaba en un ataque violento. Finalmente siempre se llevaba alguna pertenencia a modo de recordatorio.
Los crímenes se iban sucediendo, y Vega cuidadoso, no dejaba huellas.A pesar de seguir un mismo modus operandi en todos los casos, tal era su pulcritud, que los familiares de las víctimas no conseguían convencer a la policía que se trataba de crímenes y no de muerte natural. Ésta tan siquiera sospechaba... parecía una extraña epidemia que acababa con las vidas de las ancianas de Santander.
El tipo de muerte que les infligía consiguió despistar incluso a los médicos, que durante los primeros asesinatos dictaminaron como fallecimientos naturales lo que no eran otra cosa que los crímenes del llamado "Landrú cántabro". Éste tapaba la nariz y la boca de las ancianas, impidiéndoles respirar, así les provocaba un edema pulmonar con parada cardíaca.Las víctimas presentaban escasos signos de violencia, y también los forenses determinaron muerte natural en la mayoría de los casos.
La policía, justo cuando se encontraba más perdida en sus investigaciones, se dio cuenta de una coincidencia: en varios de los domicilios se habían llevado a cabo reformas de albañilería.A pesar de eso, durante un año (de abril de 1987 a abril de 1988), y sin la más absoluta impunidad, asesinó a dieciséis ancianas, aunque no se descarta algún otro crimen no denunciado.
Finalmente, cometería algunos errores que acabarían delatándole:En la casa en la que mató a Margarita González de 82 años, la policía encontró signos de violencia en lo que otra vez parecía un caso de muerte natural.En su siguiente crimen, otro error, nuevos signos de violencia, esta vez sangre en el cadáver de Natividad Robledo, una viuda de 66 años, que mostraba claramente haber sido violentada. A otra de sus víctimas de le encontró la dentadura postiza clavada dentro de la garganta.Finalmente, en una de las casas fue hallada una tarjeta con el nombre y dirección del presunto culpable... y poco después se producía la detención. La policía comprendió en fin que tantas muertes de ancianas no era una epidemia.
El 19 de mayo de 1988 José Antonio era detenido y confesaba sus fechorías a la policía.Cuando se registró su apartamento, la policía se encontró con un cuarto decorado en rojo en el que guardaba su secreto. Antonio tenía expuesta una colección de fetiches pertenecientes a sus víctimas, su particular museo de los horrores: joyas, televisores, alianzas, porcelanas, imágenes de santos, cada uno de ellos en memoria de los crímenes que había cometido...No lo guardaba por el valor de lo robado, sino por el valor que tenía para su morboso recuerdo. Este hombre es una persona muy ordenada, podemos decir que casi maniático del orden, y aquélla habitación parecía una pequeña exposición, los objetos estaban colocados casi expuestos, a manera de fetichismo.
Sin embargo, durante el juicio celebrado en Santander a finales de noviembre de 1991, niega todo por lo que se le acusa, y dice que las 16 muertes por las que fue condenado eran debidas a causas naturales.Rodríguez Vega se descubrió allí como un ególatra con afán de protagonismo que miraba fijo a las cámaras, sin huir ni taparse, deseoso de que se conociera su cara. Era sin duda el rostro de un asesino imperturbable, sonriente y cínico ante los insultos de los familiares de las víctimas, que alardeaba del perdón que le concedieron las mujeres que violó y de ser recibido después en las casas de esas mujeres.También alardeó de no tener problemas sexuales, afirmando que hacía el amor todos los días.Luego, declaró que actuaba movido por un sentimiento de odio hacia su suegra y hacia su madre, a la que temía por un lado y por la que se sentía atraído sexualmente desde niño por otro.
Los psiquiatras tuvieron que discernir si se trataba de un psicópata desalmado o de un ser humano con las facultades mentales perturbadas. Sus informes fueron concluyentes: "Conserva inalterado su sentido de la realidad y es capaz de gobernar sus actos, siendo resistente a los tratamientos, lo que ensombrece su pronóstico: su peligrosidad es muy alta"."Llegamos a la conclusión de que su imputabilidad era plena, por que su inteligencia era absolutamente brillante. Era un psicópata, con esa característica de ese grupo de psicópatas, esa frialdad clásica, sin remordimientos, no se conmueven, es un personaje verdaderamente hecho para el crimen..."
Estos informes psiquiátricos son determinantes, lo consideran un perverso sexual, una máquina de matar que distingue el mal, y por ello fue sentenciado a más de 400 años de cárcel, cumpliendo la pena máxima.Desde entonces, ha ido de cárcel en cárcel estudiando derecho, pues sigue negando los crímenes y se ha empeñado en demostrar que es inocente. En alguna de las cartas enviadas por el propio José Antonio a los medios de comunicación, asegura: "No soy una persona de callar, de bajar la cabeza ni de esconderme, y mi caso no va a quedar así parado, por que responsables de justicia van a tener que responder ante unas muertes naturales..."
En Carabanchel, José Antonio intimó con otro conocido asesino en serie español, Manuel Delgado Villegas "El Arropiero". Los funcionarios de la prisión comentaban asombrados y divertidos por la situación, cómo entre ambos se había producido una macabra rivalidad entorno a cómo habían acabado con la vida de sus víctimas...
Pili Abeijón
Criminóloga
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