De muy joven, Enriqueta se traslada desde su ciudad natal Sant Feliu de Llobregat a Barcelona donde trabajará como niñera pero pronto comienza a ejercer la prostitución tanto en burdeles como en lugares dedicados a esta actividad, como eran el Puerto de Barcelona o el Portal de Santa Madrona. En 1895 se casa con un artista, un pintor llamado Joan Pujaló, pero el matrimonio fracasó por, según Pujaló, la afición de Enriqueta por los hombres, su carácter extraño, falso, impredecible y sus continuas visitas a casas de mala vida. A pesar de estar casada, ella no dejó de frecuentar los ambientes de prostitución ni el mundo de la gente de mal vivir. La pareja se reconcilió y se separó unas seis veces. En el momento de la detención de Enriqueta en 1912 el matrimonio llevaba más de cinco años viviendo separados y no tuvieron hijos.
Enriqueta llevaba una doble vida. Durante el día mendigaba y pedía en casas de caridad, conventos y parroquias, vistiendo harapos y llevando en ocasiones niños de la mano que los hacía pasar por sus hijos. Posteriormente, los prostituía o los asesinaba. No tenía ninguna necesidad de mendigar ya que su doble trabajo como proxeneta y prostituta le daban suficiente dinero para vivir sin problemas. De noche se vestía con ropas lujosas, sombreros y pelucas, y se hacía ver en el Teatre del Liceu, el Casino de la Arrabassada y otros lugares donde acudía la clase acomodada de Barcelona. Es probable que en estos lugares ofreciera sus servicios como proxeneta especializada en criaturas. En 1909 fue detenida en su piso de la Calle Minerva de Barcelona acusada de regentar un burdel donde se ofrecían servicios sexuales de niños entre 3 y 14 años. Junto a ella, fue detenido un joven de una familia de alta posición social. Gracias a sus contactos con altas personalidades barcelonesas que contrataban sus servicios como proxeneta infantil, Enriqueta nunca tuvo un juicio por el asunto del burdel y el proceso se perdió en el olvido judicial y burocrático.
Al mismo tiempo que hacía de proxeneta de niños, también ejercía la profesión de curandera. Los productos que utilizaba para fabricar sus remedios estaban compuestos por restos humanos de las criaturas que mataba, que llegaban incluso a ser desde niños de pecho hasta criaturas de 9 años. De esos niños lo aprovechaba casi todo, la grasa, la sangre, los cabellos, los huesos (que normalmente transformaba en polvo); por esta razón no tenía problemas para deshacerse de los cuerpos de sus víctimas. Enriqueta ofrecía sus ungüentos, pomadas, filtros, cataplasmas y pociones, especialmente para curar la tuberculosis, tan temida en aquella época, y todo tipo de enfermedades que no tenían cura en la medicina tradicional. Gente de clase alta pagaba grandes sumas de dinero por estos remedios.
Se sospecha que secuestró a un número indeterminado de criaturas. En el momento de su última detención se encontraron en su piso del barrio del Raval, concretamente el número 29, entresuelo primera del carrer de Ponent (hoy Joaquín Costa), y en diferentes pisos de Barcelona donde había vivido, los huesos de un total de doce niños. Los forenses tuvieron mucho trabajo ya que quedaban pocos restos y consiguieron diferenciar un total de doce niños. Enriqueta es posiblemente la asesina en serie más mortífera que ha habido en España. Si se llega a saber cuantas criaturas llegó a a secuestrar y matar, la cifra probablemente se dispararía. Los que está claro es que llevaba muchos años actuando en Barcelona porque en la cultura popular se sospecha que alguien se llevaba a bebés. Había muchos niños que desaparecieron sin dejar rastro y había un temor fundado entre la población.
El 10 de febrero de 1912 secuestró su última víctima: Teresita Guitart Congost. Durante dos semanas todo el mundo la buscó y, en esta ocasión, hubo una gran indignación popular ya que se demostraba que el temor de la población era cierto y que las autoridades habían sido extremadamente pasivas con este tema. Sería una vecina cotilla, Claudia Elías la que encontraría la pista de Teresita. El 17 de febrero vio una niña con el cabello rapado mirando desde un finestrón del patio interior de su escalera. El piso era el entresuelo del número 29 de la Calle de Ponent. La señora Elías nunca había visto a esa niña. La pequeña jugaba con otra criatura y Claudia le preguntó a su vecina cuando la vio aparecer por la ventana si esa niña era suya. La vecina en cuestión era Enriqueta Martí, que le cerró la ventana sin decir una palabra. Claudia Elías extrañada comentó el hecho al colchonero de la misma calle con quien tenía amistad y le hizo saber que sospechaba que esa pequeña era Teresita Guitart Congost. Le había hecho sospechar también la extraña vida que llevaba su vecina del entresuelo. El colchonero se lo hizo saber a un agente municipal, José Asens de las sospechas de lo que pasaba en el piso de Enriqueta y éste, a su vez, se lo comunicó a su jefe, el brigada Ribot. El 27 de febrero, con la excusa de una denuncia por tenencia de gallinas en el piso, el brigada Ribot y dos agentes más fueron a buscar a Enriqueta que se encontraba en el patio de la calle de Ferlandina. Haciéndole saber la denuncia llevaron a la asesina hasta su piso. Ella se mostró sorprendida pero no opuso resistencia, probablemente para no levantar sospechas. Cuando entraron los policías, encontraron dos niñas en el piso. Una de ellas era Teresita Guitard Congost y la otra una niña llamada Angelita.
La Teresita fue devuelta a sus padres, después de haber declarado. Explicó cómo en un momento en el que se alejó de su madre, Enriqueta se la llevó de la mano prometiéndole caramelos, pero al comprobar Teresita que se la llevaba demasiado lejos de su casa quería volver y Enriqueta la cubrió con un trapo negro cogiéndola por la fuerza y llevándola a su piso. Nada más llegar a casa Enriqueta le cortó los cabellos y le cambió el nombre por el de Felicidad, diciéndole que no tenía padres, que ella era su madrastra y que así debía llamarla cuando saliesen a la calle. La mal alimentaba, con patatas y pan duro, no le pegaba pero sí que la pellizcaba, y le había prohibido salir a las ventanas y balcones. Declaró también que las solía dejar solas y que un día se aventuraron a mirar en las habitaciones en las que Enriqueta les tenía prohibido entrar. En esta aventura encontraron un saco con ropa de niña llena de sangre y un cuchillo para deshuesar también lleno de sangre. Teresita nunca salió del piso durante el tiempo que estuvo secuestrada. La declaración de Angelita fue más aterradora. Antes de la llegada de Teresita a casa había otro niño, de cinco años llamado Pepito. Angelita declaró que vio como la que ella llamaba mamá, lo había matado en la mesa de la cocina. Enriqueta no se dio cuenta que la niña la había visto y Angelita corrió a esconderse a la cama y hacerse la dormida. La identidad de Angelita fue más difícil de concretar por las vaguedades de las primeras declaraciones de Enriqueta. La pequeña no sabía qué apellidos tenía y afirmaba Enriqueta que le habían explicado que su padre se llamaba Joan. La secuestradora sostenía que era su hija y de Joan Pujaló. El marido de Enriqueta se personó ante el juez por voluntad propia solo para saber sobre la detención de su esposa y declaró que hacía años que no vivía con ella, que no había tenido hijos y que no sabía de dónde había salido la pequeña Angelita. Al final Enriqueta declaró que la había cogido cuando era una recién nacida de su cuñada, a la que le hizo creer que la niña había muerto al nacer. Enriqueta Martí Ripollés fue detenida e ingresada en la prisión "Reina Amalia", institución demolida en 1936.
En una segunda inspección del piso, se encontró el saco del que hablaban las niñas, con ropa de niños llena de sangre y el cuchillo. También encontraron otro saco con ropa sucia pero que en el fondo tenía huesos humanos de pequeñas dimensiones, al menos una treintena. Los huesos tenían marcas de haber estado expuestos al fuego. Encontraron también un salón suntuosamente decorado con un armario con bonitos vestidos de niño y niña. Este salón contrastaba con el resto del piso que era de una gran austeridad y pobreza y donde olía mal. En otra habitación cerrada con llave encontraron el horror que escondía Enriqueta Martí. En ella, había unas cincuenta jarras, potes y palanganas con restos humanos en conservación: grasa hecha manteca, sangre coagulada, cabellos de criatura, esqueletos de manos, polvo de hueso... También potes con las pociones, pomadas y ungüentos ya preparados para su venta. Siguiendo la inspección, se registraron dos pisos más donde había vivido Enriqueta: un piso en la calle Tallers, un tercero en la calle Picalqués, y una casita en la calle Jocs Florals, en Sants. En todos ellos se encontraron falsas paredes y en los techos restos humanos. En el jardín de la casa de la Calle dels Jocs Florals encontraron una calavera de un niño de tres años y una serie de huesos que correspondían a niños de 3, 6 y 8 años. Algunos restos aún tenían piezas de ropa, como un calcetín zurcido, que daba a entender que Enriqueta tenía por costumbre secuestrar niños de familias muy pobres y de escasos medios para buscar a su hijo desparecido. Se encontró otra vivienda en San Felíu de Llobregat, propiedad de la familia de Enriqueta, donde también se encontraron restos de criaturas en jarrones y potes, y libros de remedios. La casa pertenecía a la familia Martí y era conocida en la población por el sobrenombre de "Lindo", pero estaba encerrada por la mala administración del padre de Enriqueta, según el testimonio del marido, Joan Pujaló.
En el piso de Ponent también se encontraron cosas curiosas: un libro muy antiguo con tapas de pergamino, un libro de notas donde había escritas recetas y pociones con una caligrafía muy elegante, un paquete de cartas y notas escritas en lenguaje cifrado y una lista con nombres de familias y personalidades muy importantes de Barcelona. Esta lista fue muy polémica ya que entre la población se creyó que era la lista de clientes ricos de Enriqueta. La gente creía que no pagarían por sus crímenes de pederastia o de compra de restos humanos para curar su salud por el hecho de ser gente rica. La policía intentó que la lista no transcendiera. Pero corrió el rumor que en ella había médicos, políticos, empresarios o banqueros. Las autoridades, que tenían la “Semana Trágica” muy presente y con el temor que hubiese un motín popular calmaron los ánimos de la gente, haciendo que el ABC publicase un artículo donde se explicaba que en la famosa lista solo había nombres de personas a quien Enriqueta mendigaba y que estas familias y personalidades habían sido estafadas por las mentiras y ruegos de la asesina.
Enriqueta fue encarcelada en la prisión "Reina Amàlia" en espera de juicio. Intentó suicidarse cortándose las venas con un cuchillo de madera, cosa que hizo estallar la indignación popular porque la gente quería que Enriqueta llegase al juicio y fuese ajusticiada en el garrote vil. Las autoridades de la prisión hicieron saber mediante la prensa que se habían tomado medidas para que Enriqueta no se quedara nunca sola, haciendo que tres de las reclusas con más carisma de la prisión compartieran celda con ella. Tenían instrucciones de destaparle las sábanas en caso de que se tapara para evitar que se abriese las venas con los dientes.
Pero Enriqueta nunca llegó a juicio por sus crímenes. Un año y tres meses después de su detención y pasada la indignación popular, llegó su muerte. Sus compañeras de prisión la mataron linchándola en uno de los patios del penal. El proceso de Enriqueta se encontraba en fase de instrucción en esos momentos. El asesinato de la mujer no dio oportunidad que en un juicio se supiese toda la verdad y todos los secretos que escondía. La secuestradora y asesina murió la madrugada del 12 de mayo de 1913, oficialmente de una larga enfermedad, pero la realidad como resultado de una brutal paliza. Fue enterrada con toda discreción en la fosa común del Cementerio del Sudoeste, situado a la montaña de Montjuic.
Antes de la ejecución se le interrogó sobre la presencia de la Teresita Guitard en su casa y ella dio la explicación que la había encontrado perdida y famélica el día antes en la Ronda de Sant Pau. Claudia Elías desmintió esto porque la había visto en su casa muchos días antes de la detención.
Enriqueta cambió su primer apellido, Martí, por Marina. Con este apellido se hacía conocer y alquilaba los pisos de los que casi siempre la echaban por no pagar el alquiler. Durante las declaraciones a la policía confesó su auténtico apellido, hecho que fue corroborado por el testimonio de su marido Joan Pujaló.
También fue interrogada por la presencia de huesos y otros restos humanos así como las cremas, pociones, cataplasmas, pomadas y botellas con sangre preparadas para vender que poseía en el piso, así como por el cuchillo de desguazar. Le hicieron saber que los huesos, según los forenses, habían sido sometidos a altas temperaturas, es decir habían sido quemados o cocidos. Enriqueta primero argumentó que ella hacía estudios de anatomía humana. Presionada por los interrogatorios acabó confesando que era curandera y utilizaba a los niños como materia prima para fabricar sus remedios. Era una experta y sabía cómo confeccionar los mejores remedios y que sus preparados eran muy bien pagados por la gente adinerada y de buena posición social. En un momento de debilidad fue cuando sugirió que investigaran las viviendas de las calles Tallers, Picalqués, Jocs Florals y su casa de Sant Felíu. En ese momento, ya se sabía condenada y quería beneficiarse por sus servicios como proxeneta de pedófilos. No obstante este momento de debilidad y de ira por la suerte que le esperaba, Enriqueta no dijo ni un solo nombre de sus clientes.
En lo referente a Pepito, se le preguntó por su paradero y ella dijo que ya no estaba con ella, que se lo había llevado al campo porque se había puesto enfermo. Repetía la excusa que le había dado a la vecina, la señora Claudia Elías cuando ésta le preguntó por el niño extrañada de no verlo ni escucharlo. Pepito había llegado a sus manos según ella porque una familia le había confiado al niño para que ella se hiciera cargo. Sabían de la existencia del pequeño tanto por el testimonio de Angelina como el de la vecina Claudia Elías, que la había visto en alguna ocasión. El testimonio de su asesinato explicado por Angelita más las pruebas de la ropa encontrada en un saco, el cuchillo y algunos restos de grasa fresca, sangre y huesos hicieron añicos la excusa de la asesina. Estos restos eran de Pepito. Tampoco pudo justificar cuál era la familia que le había confiado el niño, quedando claro que el pequeña era otra criatura secuestrada.
Una inmigrante aragonesa de alcañiz la reconoció como secuestradora de su hijo de meses, unos seis años antes, en 1906. Enriqueta con una extraordinaria amabilidad con la mujer exhausta y famélica por un viaje muy largo desde su tierra, consiguió que le dejara la criatura. Con una excusa ingeniosa se alejó de la madre para después desaparecer. La madre nunca recuperó a su hijo ni tampoco llegó a saber qué hizo con él. Es probable que lo utilizase para fabricar sus remedios.
Intentó hacer pasar Angelita por su hija y de Joan Pujaló. Incluso enseñó a la niña a decir que su padre se llamaba Joan, pero la niña desconocía completamente quienes eran sus apellidos y no había visto nunca su supuesto padre. Pujaló negó que la niña fuese suya, que nunca la había visto y que Enriqueta ya le había mentido en el pasado con un falso embarazo y un falso parto. Un examen médico corroboró que Enriqueta no había parido nunca. El testimonio final de Enriqueta fue que Angelina era realmente la hija que había robado a su cuñada Maria Pujaló a quien había asistido en el parto, haciéndole creer que la criatura había muerto al nacer para quedarse con ella.
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