Fue adiestrado como espía para la Marina de EEUU en las Azores y su destino era el Golfo Pérsico, pero huyó. En Galicia, donde buscó refugio, vuelve locos a los pescadores con sus travesuras y da grandes sustos a los buzos. Es un solitario que se aparta de los demás delfines.
La lancha de la Guardia Civil se mece sobre las aguas tranquilas del puerto de Vigo. «No, hoy no hemos visto al delfín solitario», vocea el agente desde cubierta. «Tiene un comportamiento extraño, tiramos un cabo y nos lo devuelve. Parece que está adiestrado». Antonio Folgar, biólogo, presidente del Grupo de Rescate de Mamíferos Marinos (Gremmar), asiente desde el muelle. Eso mismo pensó él la primera vez que lo vio: «Está adiestrado». La formación que exhibe el delfín en cuestión le viene de joven: de cuando trabajaba para la Armada estadounidense.
Desde los años 50, los norteamericanos adiestran delfines, básicamente para que detecten minas o artefactos explosivos bajo los cascos de sus embarcaciones. En el año 2000, un grupo de ellos, destinado a asegurar la flota destinada en el Golfo Pérsico, entrenaba en el archipiélago de las Azores. Pero las cosas se torcieron. Durante las maniobras navales cuatro delfines huyeron y sólo se pudo recuperar a tres. El cuarto ejemplar se perdió en las aguas del Atlántico Norte, rumbo a Europa, y ahora nada a sus anchas por toda la costa gallega.
El escurridizo desertor fue avistado por primera vez en aguas de Ribeira (A Coruña), el pasado 4 de enero de 2008. «Tenemos un delfín mular que está tonto», alertaba Salvamento Marítimo a los especialistas del Gremmar.
Al llegar al muelle, Folgar se encontró con 200 personas que no apartaban la vista del agua. «Él estaba tranquilo, mirando a la gente», recuerda. «Cuando pasaba una embarcación, nadaba pegado a la turbina. Si le tiraban un cabo, lo devolvía».
BAUTIZADO EN GALICIA
En julio se mudó a Vigo y Gremmar le puso nombre: Gaspar. También se empezó a especular sobre el «posible entrenamiento militar» del animal, un delfín mular de 25 años y 400 kilos de peso. Las pistas sobre su origen conducían al Programa de Mamíferos Marinos de la Armada de EEUU (USNMP), que, consultado por email, corroboró el linaje de Gaspar con respuestas muy escuetas. Conocían el delfín, «yes». Antes se llamaba Takuma y servía en el MK-6, la unidad de cetáceos especializada en la protección de puertos.
Takuma es un producto genuino del programa militar americano, capturado «muy joven» en el océano. La web del USNMP miente cuando dice que «sólo» utilizan delfines nacidos en cautividad. «Cuando un delfín nace en cautividad, lo raro no sería adiestrarlo. Lo raro es que consiga sobrevivir», ironiza el biólogo Antonio Folgar.
El efecto del entrenamiento militar, explican en Gremmar, es un «troquelamiento de conducta». Gaspar es un solitario contumaz. No le interesa lo más mínimo la manada de congéneres que vaga por la ría de Vigo, pero se pirra por los motores de los barcos. Y por los cabos, las boyas y los buzos. Su vida «civil» es un rosario de anécdotas, fruto, dice Folgar, de que «recuerda lo aprendido».
Antes que en Galicia, el delfín desertor fue visto en Bretaña, donde le pusieron el nombre de un corsario local: Jean Floch. Floch también significa «plomo». Coloquialmente, «coñazo». Empezó a caer mal en el puerto de Brest el día que enredó los cabos de atraque de 30 barcos en una dársena. En otra ocasión entró en la zona militar del puerto, reservada a navíos de la OTAN. Los militares se pusieron nerviosos y aparecieron ametralladoras en cubierta. Tiempo después, una pregunta sobre el incómodo visitante llegaba al Parlamento francés.
La ría de Vigo, según Gremmar, es el lugar donde ha estado más tiempo. Permaneció allí hasta el mes de noviembre, persiguiendo las estelas de los barcos de pasaje y las motoras. Por esos pagos sus anécdotas también han dejado momentos de risa y fastidio. En julio de 2008 le dio un buen susto a un buzo que soldaba en los astilleros de la ría. El hombre se giró al sentir unos toques en el hombro y se encontró frente a una masa oscura de 400 kilos. «No es peligroso», aclara Antonio. «Se esfuerza en llamar la atención, y lo que hay que hacer es pasar de él. Si no recibe respuesta, se marcha».
El Gremmar pidió en su día permiso para monitorizar a Gaspar y así conocer su posición en tiempo real, pero se encontró con el silencio administrativo. Durante los meses en que el delfín permaneció en aguas de Vigo, la única forma de controlarlo era, simplemente, esperar a que apareciera.
CARO ENTRENAMIENTO
«La Armada de Estados Unidos reconoce que ha intentado recapturarlo en Francia y España. No precisan fechas y lugares», dice Folgar. Obviamente, los militares no consiguieron que su Takuma volviera al redil, y la opinión del Gremmar es que tras varios intentos fallidos lo han dejado por imposible. Una dejadez que a Antonio le extraña. «El entrenamiento es carísimo. Para hacernos una idea, adiestrar y mantener un especimen de delfinario cuesta 30.000 euros al año».
O sea, que el ubicuo Gaspar es un buen puñado de dólares flotante. A mediados de noviembre pasado abandonó el abrigo de la ría de Vigo y emprendió el camino del norte. Nadie sabe los motivos de su cambio de rumbo. En las últimas semanas ha ido remontando la costa gallega, «parando sistemáticamente en todos los puertos», apunta Antonio Folgar. Donde haya motores allá va el delfín mular, que a estas alturas ya luce en su rostro varias cicatrices, causadas, con toda seguridad, por los artilugios de pesca en los que se ha enredado.
El último aviso recibido sobre el paradero de Gaspar-Takuma, el pasado 14 de diciembre, procedía del puerto asturiano de Cudillero. Desde entonces, apagón total. Ni rastro del cetáceo espía americano.
El dinero invertido por el Tío Sam en adiestrar a este «007» acuático que vaga ahora sin rumbo por algún rincón del Cantábrico.
Manuel Darriba
El Mundo