El País Vasco no ha asimilado la violencia cotidiana. En medio de un rechazo cada vez más unánime, el terrorismo sigue existiendo apoyado por un 12-14% de la población y, la sociedad se siente impotente contra él. Nos equivocaríamos si percibieramos solo un fondo político-social en el terrorismo. Quienes hemos tenido la ocasión de entrevistar etarras o ex-etarras, leer sus publicaciones y documentos, hemos podido constatar la extrema pobreza intelectual de la banda. La “ideología” etarra no es más que una cobertura de lo que podríamos llamar “un estado de espíritu”.
¿Qué impulsa a unos jóvenes a entrar en una organización terrorista? ¿por qué el terrorismo y la violencia han arraigado en el País Vasco con una intensidad desconocida en cualquier otro lugar del mundo desarrollado?Todos los intentos de aproximación al fenómeno etarra se han realizado desde el punto de vista político o sociológico y, por tanto, las respuestas han sido necesariamente parciales, en tanto se refieren a los fenómenos más superficiales de la conducta humana. Nuestra intención es analizar el terrorismo vasco desde una perspectiva psicológica y antropológica
ETA: JOVENES Y VARONES
Lo esencial de ETA, desde sus orígenes, ha estado constituido por militantes extremadamente jóvenes. La misma organización nació de un grupo juvenil –“Ekin”- en el curso 1953-54, formado por estudiantes de la Universidad de Deusto que atrajo a las juventudes del PNV. Esta constante se ha mantenido hasta nuestros días. Si bien los comandos más experimentados y que realizan acciones de mayor envergadura, están compuestos por individuos maduros, lo esencial de ETA y del electorado de HB sigue siendo un público extremadamente joven. Los etarras de mayor edad, son pocos, casi a título de excepción y protagonizan buena parte de “arrepentimientos”.
Históricamente, las mujeres apenas han estado presentes en ETA, ni a nivel de base ni de dirección; "Yoyes" no fue solo la única mujer que llegó al Comité Ejecutivo de ETA, sino que, además, terminó asesinada por sus ex-compañeros; incluso en la “galaxia etarra”, las mujeres están presentes en un porcentaje anómalamente disminuido. ETA y su entorno, es “cosa de hombres”. ¿Podemos extraer alguna conclusión?
EL MATRIARCADO VASCO
La sociedad vasca es telúrica y matriarcal. El drama del nacionalismo radical es precisamente éste: a la hora de destacar el factor diferencial, lo que se están destacando son los aspectos telúricos y ginecocráticos del pasado ancestral. Y esto no hace sino generar una contradicción exasperante entre una sociedad machista (recuérdense los chistes que circulan al respecto) cuyas raíces son matriarcales.
Las sociedades pre-modernas hicieron del factor religioso el eje de sus vidas. La tradición se solidificaba y conformaba en torno al factor religioso. El pueblo vasco ha sido un pueblo extremadamente religioso. En la antigua religiosidad vasca se muestran más detalladamente carácteres telúricos y ginecocráticos. El hecho de que el catolicismo haya impregnado hasta la médula la psicología vasca es algo meramente accidental: paralelamente, han sobrevivido las leyendas y mitos precristianos.
Mari está situada en el centro del panteón vasco. No es, sin embargo, una diosa, sino más bien una especie de genio de la Tierra y de la Naturaleza. Su vivienda está en el interior de la Tierra y se comunica con la superficie a través de cuevas y barrancos. Se la representa con pies de oca o de cabra, puede ser un árbol parecido a una mujer o bien un zarzal; en el valle del Baztán es un macho cabrío y en Oñate una novilla. Es la Madre Tierra, la Gran Diosa neolítica, dispensadora de vida y gracias a la cual todo existe. En otro tiempo, toda mujer vasca era una perífrasis simbólica de Mari.
No hay nadie por encima de Mari y, en modo alguno, su marido, Sugar, representado frecuentemente con forma de serpiente, animal telúrico, por lo demás. Mari tuvo dos hijos, Atarrabi y Mikelats, sobre los que circula un ciclo legendario extremadamente rico; uno de ellos es bueno y el otro malo... Del Todo telúrico, nace la Dualidad, representada por los dos hermanos antagonistas.
Hasta no hace mucho, cuando un vasco se iba de su casa para vivir en casa de la esposa, adoptaba el apellido de ésta. La herencia la recibía no en tanto que tal, sino como marido o hijo de la “Señora de la casa”, “etxekoandre”. La casa supone una progresión en relación a la caverna primitiva; era en la caverna donde habitaban todos los seres superiores y, en especial, Mari.
El caserío tiene tanta fuerza y arraigo en la cultura vasca que sus habitantes, implícitamente, se consideran a sí mismos propiedad de la casa; al hablar de alguién se dice “Fulano de Tal, de la casa de...”. La casa no pertenece solo a los vivos, sino también a los muertos. En las cavernas neolíticas vascas se han encontrado enterramientos situados, no en las profundidades, sino en la entrada. La costumbre ha persistido con el paso de los milenios. En algunos caseríos los niños muertos sin bautizar, son enterrados en el jardín de la dueña de la casa, donde solo ella puede plantar flores allí. La mujer fue hasta ayer la sacerdotisa del hogar, como en un tiempo excepcionalmente remoto lo fue de la Naturaleza. En este culto dispensado por la mujer, honrar a los ancestros era capital.
Junto a Mari figuran otros personajes igualmente femeninos: las lamias, mujeres palmípedas, las sorgiñas que presiden los nacimientos, Eguzkia, el Sol, y Ilargia, la Luna, igualmente femeninas en la mitología vasca; Ama Lur, la Madre Tierra, es otro de los avatares de Mari, y así sucesivamente.
EL GRUPO SANGUINEO VASCO Exiten dos grandes grupos de religiones y cosmogonías: las de naturaleza masculina y solar y las de carácter telúrico, femenino y lunar. Este hecho, ha determinado los grandes conflictos históricos: Roma contra Cartago, Dorios contra Minoicos, etc. La religión vasca pertenece al grupo telúrico y lunar. Podemos establecer que su origen es similar a la del resto de pueblos que tienen idéntico simbolismo religioso. El grupo sanguíneo nos ayudará a perfilar la respuesta al problema de los orígenes vascos.
El grupo sanguíneo dominante entre los vascos autóctonos es el 0 (entre un 75 a 80%). Tal proporción solamente se da entre pueblos atlánticos (escoceses, irlandeses, islandeses), en Creta, Cerdeña, Canarias, Azores, algunas zonas de Túnez y poco más. La sangre 0 está ligada a pueblos marineros y disminuye a medida que vamos dejando atrás el Atlántico. La sangre A, por el contrario, está presente de forma mayoritaria, a medida que nos remontamos hacia el Norte de Europa y disminuye cuando descendemos. A pesar de las migraciones y los cambios provocados por las invasiones, es posible percibir perfectamente que allí donde las religiones de tipo solar fueron hegemónicas, la sangre dominante era del grupo A y cuando predominaron las telúricas y lunares, la sangre fue de grupo 0. Y es así como podemos hablar de dos grupos de mitos que aluden a ubicaciones geográficas muy concretas que se corresponden con grupos sanguíneos y con formas religiosas.
Los mitos de los pueblos que ostentaban religiones solares y sangre A, afirmaban que su lugar de procedencia era el Polo, el Norte, Hiperbórea o Thule, mientras que los pueblos telúricos y lunares, de sangre 0, se querían hijos de la Atlántida, del Oeste o de Occidente. Aun existiendo un misterio del origen vasco, por su religiosidad pertenecen a este segundo grupo. Tal es su origen mítico... Si los escrúpulos, impiden hablar de la Atlántida en el caso vasco, habrá, necesariamente que aludir a “pueblos marineros”, pues no hay ni uno solo en donde la sangre 0 y la religión telúrica predominen, que desconozcan las rutas marítimas.
LAS INICIACIONES GUERRERAS EN LA SOCIEDAD VASCA
El pueblo vasco recibió poca aportación de sangre A. Euskal-Herria quedaba lejos de las áreas de colonización griegas. Las legiones romanas, apenas se internaron y los pueblos germánicos tampoco penetraron. Leovigildo y los visigodos arrinconaron a los vascos en sus valles rodeados de montañas. Los vascones perdieron La Rioja y Navarra. Cuando los musulmanes ascendieron hasta Poitiers, no se preocuparon de penetrar en el País Vasco.
Solo en el siglo XIX, la industrialización hizo necesaria la presencia de mano de obra nueva y la burguesía local hubo de apelar a la emigración. Esta prosiguió hasta hace poco. Euskal-Herria dejó de ser una sociedad estanca, encerrada en valles y caseríos, la industrialización trajo emigración trajo emigración y ésta diversidad cultural. Las doctrinas nacionalistas de Sabino Arana, constituyeron un reflejo de autodefensa para preservar la identidad vasca. Para entonces, era inevitable que el matriarcado originario entrase en conflicto con el sistema patriarcal que, no solo rodeaba a Euskal-Herria, sino que había penetrado con la inmigración. En el fondo, el nacionalismo, con su culto a la tierra natal, no es sino una muestra evolucionada de telurismo.
Ya desde la Edad Media, la sociedad vasca, especialmente los jóvenes varones, terminaron por experimentar una incomodidad existencial. Su problema consistía en huir del matriarcado originario y construir una sociedad patriarcal a imagen de los pueblos vecinos. Para ello se sirvió de los mecanismos iniciáticos y, en particular, de las iniciaciones guerreras que les ayudaban a afirmarse como varones y zafarse del dominio matriarcal. Frecuentemente las sociedades telúricas producen civilizaciones guerreras.
Permanecen rastros de estas iniciaciones en ciertas danzas que todavía hoy siguen practicándose. En la “mascarada” de Zuberoa o en la “Axeri dantza” de Azuma, en las fiestas de Carnaval de muchos pueblos vascos, los jóvenes imitan la conducta del zorro o del lobo, animales típicamente guerreros; luego deben mostrar su habilidad como jinetes, decapitan aves y danzan con espada y palo. El baile de “Orratzakoa” es particularmente significativo: los danzantes se colocan uno tras otro con las piernas abiertas formando una especie de túnel que cada uno de ellos debe atravesar a gatas. Al llegar al final, el primer bailarín lo pone de pié agarrándolo por las axilas. Evidentemente se trata de la dramatización de un parto. Bruno Bettelheim escribe a propósito que uno de los fines del ritual de iniciación masculina podría consistir en afirmar que “también los hombres pueden engendrar hijos”. En el País Vasco existía la costumbre de la "covada", pantomima consistente en que el padre se acuesta en el lecho de la esposa que acaba de dar a luz, simulando los dolores del parto, mientras la madre se incorporaba para realizar los trabajos cotidianos... Lejos de ser una costumbre desprovista de sentido, supone una aspiración a asumir la generación del hijo y tener potestad sobre él. Se trata, en definitiva, de una reivindicación patriarcal en un marco en el que su función está disminuida.
Mediante la iniciación, el joven que ha nacido en una sociedad dominada por lo telúrico, intenta zafarse de esta influencia que considera contraria a su naturaleza y establece su hegemonía en el seno de una sociedad de hombres. A través de la iniciación, el joven muere como adolescente -equiparado a las mujeres y a los niños-, es arrancado de los vínculos que la unen a la madre y entra en la comunidad de los hombres. Su equivalente moderno son las “peñas” y “sociedades gastronómicas” o algunas fiestas locales cerradas hasta hace poco a las mujeres vascas.
EL MECANISMO PSICOLOGICO DE LA VIOLENCIA ACTUAL Este esquema ha funcionado durante milenios hasta que el mundo moderno lo ha arrojado al baúl de lo irracional. Caro Baroja decía que cuando se cierra la puerta a lo mágico, vuelve a entrar por la ventana. Aquí está precisamente el motivo de porque ha arraigado con tanta fuerza el terrorismo y la violencia callejera. El Euzkal-Herria ha sufrido el mismo proceso de abandono de las tradiciones que otros pueblos occidentales, se ha cerrado la puerta a lo mágico. Sin embargo el proceso iniciático se ha reconstruido en forma de terrorismo y de violencia callejera. Mediante estos dos fenómenos, una parte de los jóvenes vascos se afirma como “hombres” realizando actos terroristas y de violencia callejera, pobres remedos de acciones “guerreras”, gracias a las cuales, olvidan su carácter de adolescentes en régimen de dependencia de la Madre. Huyen así del mundo matriarcal y se refugian en el patriarcal. Los “Comandos Y de Apoyo a ETA” y los jóvenes violentos de “Jarrai” entran perfectamente dentro de este esquema que explica porqué su militancia es siempre corta en el tiempo. La iniciación es un momento de tránsito, no una situación estable que pueda prolongarse muchos meses.
La iniciación en las sociedades antiguas venía prologada de un período de retiro en el que el joven, solo o en compañía de los que están en su misma situación, se prepara para la prueba (el joven que se integra en "Jarrai" o en los "Comandos Y", pasa por "cursos", "seminarios" de formación como primer acto de su militancia). Luego, como en todo rito de este tipo, viene la “aventura iniciática”; entre los jóvenes africanos se tratará de cazar a un león o a un animal salvaje, en Creta había que montar a un toro; los jóvenes urbanos occidentales, en unos casos, irán a los estadios de fútbol a animar a su equipo y buscar el enfrentamiento violento con los hinchas contrarios y en el caso de los radicales vascos, se tratará de vivir su aventura lanzando un cóctel molotov contra una entidad bancaria, incendiando un autobús o destrozando el mobiliario urbano. Al cabo de un tiempo, cuando el joven ya ha mostrado su virilidad y valor, cuando gracias a una serie de acciones violentas, logra sentirse “hombre” y ser reconocido como tal por sus compañeros, ya no precisa más de la organización activista y reemprende una vida normal. Apenas se contentará con votar a HB como recuerdo de su período de militancia activa.
ETARRAS CON UN PIE EN LA ATLANTIDA
En 1998 quien se vincula a una organización como ETA, lo hace por motivos irracionales, causas psicológicas inconscientes o impulsos irreflexivos. El etarra se siente atraído hacia esa organización por que piensa que, gracias a ella, superará su estado de dependencia matriarcal y se afirmará como hombre a través de una serie de pruebas iniciáticas (actos terroristas).
Hay muchos datos en la historia de ETA que abundan en dirección de lo ya expuesto. Uno de los primeros teóricos de ETA, Federico Krutwig, mezclaba elementos muy disparen con la ideología marxista. Krutwig tenía ascendencia alemana; excepcionalmente erudito, entró en la Academia de la Lengua Vasca. Su implicación con ETA le obligó a exiliarse en Bélgica. Krutwig tuvo parte de responsabilidad en el decantamiento de ETA hacia la lucha armada. En uno de los textos más difundidos entre los nacionalistas radicales de los años sesenta, intenta sintetizar sus orígenes germano-vascos: “La tendencia hacia las ciencias secretas y el ocutismo son uno de los rasgos resaltantes del carácter vasco que lo acercan en mucho a un sentimiento parecido que existe entre los pueblos germánicos. Por otra parte, no sólo en los libros ocultistas sino también en la literatura teosófica, los vascos juegan un papel importante como descendientes de la raza “atlántica” que precedió a la llamada “arya”, entendiéndose por estas palabras algo muy diferente a lo que la ciencia enseña”.
El teórico etarra conocía la obra de la ocultista Helena Petrovna Blavatsky, cuyas obras hicieron furor en los últimos años del siglo XIX. La Blavatsky sostenía que distintas razas se irían superponiendo y "guiarían la evolución de la humanidad"; una de ellas era la “raza atlántica” a la que sucedió la “raza arya”, que daba como hegemónica en el momento actual. Para la Blavatsky, la raza vasca es un residuo del “ciclo atlante”. Y tal es la tesis que recoge Krutwig, lo cual demuestra que los primeros etarras sí tenían presente tesis ocultistas e insertaban –incluso los marxistas- su nacionalismo en un terreno místico. Como curiosidad cabe decir que el Partido Nazi fue creado en 1918 por miembros del "Grupo Thule", organización ocultista o, como ellos decían, "ariosófica". La "ariosofía" estaba inspirada también en las teorías de la Blavatsky, debidamente germanizadas...
SIMBOLOGIA ETARRA
ETA ha tenido distintos símbolos a lo largo de su historia. En un primer tiempo se limitaron a utilizar el lauburu, svástica vasca, o simplemente las siglas como logotipo. Finalmente, a lo largo de los años setenta, se fue extendiendo, a partir de la VI Asamblea, la utilización del hacha y de la serpiente.
El hacha es, tradicionalmente, un símbolo de sacrificio y de cólera, emblema de fuerza, dureza y penetración. Contrariamente a las hachas de doble filo propias de los pueblos indo-europeos, cuyo significado no es solamente destructor sino también creador, el hacha utilizada por ETA quiere ser símbolo de dureza (“duros como el hacha, sigilosos como la serpiente” decía el slogan de ETA). El hacha etarra pretende ser un símbolo de virilidad, atenuada por el símbolo femenino de la serpiente que la rodea y estrecha. El conjunto es andrógino (hacha masculina y serpiente femenina) y refleja hasta cierto punto el drama psicológico de la banda terrorista: hombres con la sensación de estar disminuidos en el seno de una sociedad matriarcal, que solamente logran afirmarse mediante una dureza y virilidad fálica (Federico Krutwig, una vez separado de la organización, explicó que, el “cojonímetro era la medida de todas las acciones”...). Otro militante, igualmente separado, José María Escubi Larraz, pinta un cuadro muy particular de los etarras en fuga y de su actuación cuando eran acogidos en algún caserío: “Cuando nos cobijaban en alguna casa, debíamos adaptarnos a su régimen de vida, ayudar en la cocina, cuidar de los niños, hacer las camas, etc.”, en otras palabras, todas las actividades tradicionales propias de las mujeres vascas...
EL TERRORISMO COMO FORMA DE SACRIFICIO HUMANO
Lejos de ser una organización madura, en la que sus militantes tienen integrado el consciente y el inconsciente, ETA muestra rasgos, cada vez más primitivos y degradados. Los factores subpersonales (traumas, frustraciones, bagaje inconsciente heredado, virilidad fálica, complejos e inhibiciones) se imponen a cualquier otra consideración lógica, política o estratégica.
En el momento de justificar sus crímenes los militantes etarras y en lo irracional de sus objetivos, ponen de manifiesto la estructura arcaica y primitiva de sus resortes psicológicos. La pobreza de sus argumentos contrasta con la desproporción de sus crímenes. Haciendo abstracción del primitivismo de sus justificaciones, tras el terrorismo reaparece la vieja teoría universal del sacrificio humano, practicado en tantas latitudes: el sacrificio de unos debe servir para restablecer el orden cósmico y salvar a la comunidad. Se ofrece sangre inocente a los dioses -y muy frecuentemente a las diosas- para que intercedan en los asuntos de los hombres y les concedan aquello que piden. La víctima expiatoria se convierte intermediario entre el dios y el hombre. En ocasiones es necesario que la víctima sufra hasta lo indecible antes de ser ejecutada (pensamos en Ortega Lara), eso garantiza que su sacrificio surtirá sus frutos. El esquema utilizado por todas las sociedades que han practicado sacrificios humanos es aplicable también al terrorismo moderno. Pero lo que era propio del neolítico, hoy adquiere su auténtica dimensión de salvajada.
ETA y su entorno precisan asistencia psiquiátrica y seguimiento psicológico antes que negociación. Etarras y radicales son, ante todo, enemigos de sí mismos, antes que enemigos de la sociedad que les ha visto nacer. Solamente un proceso psicológico mal asumido de rechazo del universo de la Madre, ha sido capaz de generar en la sociedad vasca el cáncer terrorista. No todo el terrorismo vasco deriva de esta componente, pero, al menos a nivel inconsciente, es la más importante. ETA y el terrorismo armado son, antes que una ideología o un proyecto político, una patología del alma. Y como tal hay que tratarlo.