Publicado en EOC nº 83/84
Razones de un interés y primeras pesquisas
La primera noticia que tuve del sastre de la calle Luna-16 y sus crímenes fue allá por 1988, cuando leí la historia en el magnífico estudio de
Ignacio Cabria sobre los orígenes del contactismo español publicado en
Cuadernos de Ufología[1].
Poco después, en el curso de una investigación que realizaba con
Javier Sierra, conseguimos una recopilación inédita de artículos escritos por
Manuel Salazar, un ufólogo madrileño que nos había precedido en unos años. Esa recopilación se titulaba
Tras la pista de Ummo – 2, había sido escrita entre 1983 y 1984, y en ella su autor narraba las andanzas que con varios amigos suyos vinculados al Colectivo Ovni de Madrid (grupo conocido como C.O.M.) había seguido por la capital y sus alrededores en pos del
asunto Ummo, nombre de un supuesto planeta extrasolar cuyos habitantes se hallarían de incógnito en la Tierra desde su primera llegada en 1950. Tales
alienígenas habían decidido comunicarse por carta y teléfono con diversos corresponsales, y enviarles información sobre materias científicas, filosóficas, sociales, etc. Según la información disponible, la mayor parte de esos informes se habían recibido en España, y concretamente en Madrid, por los componentes de una peculiar tertulia que, desde 1954, se reunió en varios cafés de la capital (el más duradero en el sótano la Ballena Alegre
del
Café Lion) en torno a
Fernando Sesma Manzano, funcionario del Estado y pionero del contactismo español.
Pues bien, era el caso que Sierra y un servidor habíamos formado un equipo para investigar todo lo concerniente al tema Ummo y su desarrollo en España, con ayudas puntuales de otros jóvenes estudiosos asimismo interesados, como Manuel Carballal y Bruno Cardeñosa, todos ellos exponentes de lo que se dio en llamar “tercera generación” de investigadores.
Aunque se hablaba de ramificaciones y grupos similares al de Sesma en otros países, resultaba que las principales pistas a seguir se encontraban en Madrid, pues casi todos los receptores de aquellas extrañas comunicaciones residían aquí y los incidentes más relevantes y curiosos del tema en sus primeros años habían ocurrido en la capital o sus cercanías. Creíamos entonces que tales orígenes eran claros: Fernando Sesma aseguró recibir una primera llamada telefónica en su domicilio de un
ummita llamado Dei 98 a mediados de Enero de 1966, seguida por envíos postales y del anuncio que tres de sus “naves” aterrizarían en nuestro planeta el 6 de febrero siguiente, una de ellas cerca de Madrid. El vaticinio fue aparentemente confirmado por unos pretendidos testigos que ese mismo día por la tarde aseguraron ver un ovni posarse en el barrio de Aluche, suceso que junto con un segundo “Ovni-aviso” el 1 de junio de 1967 en San José de Valderas y Campamento (igualmente en Madrid), sentó los cimientos de la creencia en Ummo, junto con las cartas e informes mecanografiados que no ya sólo Sesma sino un nutrido grupo de corresponsales recibieron durante 1966 y 1967...
Albergábamos muchas dudas sobre la veracidad de estos datos, pero si se admitía una cierta base, entonces la secuencia de acontecimientos expuesta parecía la más correcta. Por eso nos sorprendió uno de aquellos artículos de Salazar, dedicado precisamente al caso de Luna-16, y donde afirmaba que el verdadero origen del asunto Ummo era anterior a 1966, señalando unos mensajes entre absurdos y simbólicos recibidos por Fernando Sesma hacia 1961 y 1962 con aquel remite, y que tuvieron un desenlace trágico: el asesinato por un sastre apellidado Ruiz de su familia y posterior suicidio del homicida.
Al revisar ahora ese añejo escrito he podido comprobar que la teoría de Salazar partía de una información incompleta, pues él suponía que los primeros mensajes escritos de presunto origen alien enviados a Sesma eran los de Luna-16, cuando en realidad existían otros anteriores, al menos de 1954 y 1956, que apenas trascendieron fuera del círculo de la Ballena. No obstante, Salazar y sus compañeros recuperaron unos datos muy valiosos que, curiosamente, no hemos visto reflejados en las difusiones de este caso realizadas estos últimos años.
Nos sorprendimos con el destino de los cadáveres en su última morada: mientras la esposa e hijos del sastre fueron enterrados en Madrid, el cabeza de familia, según parece por propia decisión lo habría sido en el cementerio de Villalba, justo al lado del chalet en construcción que, a decir de la prensa, había desencadenado la tragedia...De las entrevistas que realizaron a vecinos de la desdichada familia, Salazar y sus colegas averiguaron que el sastre empezó a frecuentar “compañías extrañas” poco después de haber comenzado la construcción de ese chalet, que tales “caballeros” le asediaban constantemente ante la perplejidad de aquellos vecinos que siempre habían considerado al sastre como persona de orden que nunca había dado motivos de queja. ¿Quiénes serían aquellos individuos...? Salazar no resistió la tentación de apuntar que a lo mejor eran ummitas, pero no extraterrestres de Ummo sino gentes de aquí abajo que, actuando en la sombra y al margen de la legalidad, habrían manipulado al sastre y a Fernando Sesma en lo que sería un ensayo general del affaire Ummo...
Tales afirmaciones nos parecían algo exageradas, pero había que investigar, y dos de aquellos jóvenes investigadores de 1988 (Bruno Cardeñosa y quien suscribe) decidimos en las postrimerías de aquel año realizar una primera encuesta sobre el terreno, es decir, localizar el nº 16 de la calle Luna donde, ingenuos de nosotros, pensábamos que el sastre había cometido sus crímenes, y según una difusa pista se ubicó una logia masónica. La relectura del informe que redactamos de aquella visita hoy produce sonrojo (ver foto), pero es una buena muestra de la ilusión y entusiasmo que nos animaba, aunque nos equivocáramos de edificio y hasta de calle... Al menos pudimos enmendar ambos errores, gracias a unos informantes de lujo que nos aclararon no sólo el lugar donde ocurrieron los hechos sino también el día, mes y año del suceso (Cabria y Salazar omitían estos detalles en sus trabajos, y todavía yo ignoraba lo que había publicado El Caso). Por tanto, si un dato tan difícil de recordar como una fecha después de tantos años era correcto, cabía imaginar que lo demás también sería cierto, desde el mote que tenía José María Ruiz Martínez en el barrio (ver Cuadro) hasta ciertos rumores que circularon sobre su adicción al juego y las grandes sumas de dinero que perdía. Éste es, en mi opinión, un dato importante a retener y que por sí sólo casi habría justificado aquella lejana visita.
Primero de Mayo sangriento
«En el mejor de los mundos posibles, la vida matrimonial de los Ruiz, él sastre y ella ama de casa y madre ejemplar, se presentaba como el modelo a seguir por los futuros matrimonios españoles de los ’60. En España por aquel entonces nadie hablaba de la píldora y la maternidad era entendida casi exclusivamente como una bendición divina (...) El sastre José María Ruiz y Dolores, su mujer, viven en una casa relativamente modesta con sus cinco hijos. Todos juntos comparten sus problemas cotidianos, sus alegrías, sus ilusiones. Durante el día el trabajo en la calle Luna absorbe el tiempo de José María, mientras que Dolores dedica horas y esfuerzos a la educación y el cuidado de sus hijos, así como a la buena marcha del hogar (...) Esta “gran familia” representa en cierta medida los sueños inaccesibles de la clase media franquista en unos años en los que frecuentemente se habla de las familias numerosas ejemplares y los premios a la natalidad... »
Lo anterior podía ser el retrato de una típica familia española en los “felices años 60”, extraído de los comentarios, no siempre elogiosos, que el crítico de cine
Fernando Méndez-Leite dedicó a la película española
“La gran familia”, rodada y estrenada curiosamente en 1962
[2], el mismo año de los trágicos sucesos en la C/. Antonio Grilo. Los personajes eran el simpático matrimonio formado por el aparejador Carlos Alonso y Mercedes, más su numerosa prole y el entrañable abuelo, cuyos nombres me he permitido cambiar por los de José María Ruiz y Dolores, quienes para sus vecinos, familiares y amigos hasta aquel aciago 1º de mayo de 1962 respondían perfectamente a lo que debía ser una familia española de bien, modélica y ejemplar, igual que aquella otra de ficción que el celuloide presentaría unos meses después...
El Suceso
La mejor reconstrucción de los hechos acaecidos por la mañana de aquel día en el nº 3 de la calle Antonio Grilo se la debemos, como no podía ser de otra manera, al popular semanario de sucesos que fue
El Caso, bien informado gracias a los buenos contactos que tenía con los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado, unas relaciones tan fluidas que hasta hubo relevantes miembros de la B.I.C. que firmaban colaboraciones bajo pseudónimo (como p.ej. “SEFERI”, acróstico de Sebastián Fernández Rivas, Comisario de la citada Brigada). Los lectores habituales que compraron el nº 522, publicado el 5 de mayo de 1962, se desayunaron con unos titulares inquietantes:
“Sastre homicida - A puñaladas y martillazos, asesina a toda su familia”, “Ante el espanto de los transeúntes, sacó al balcón los cuerpos sin vida de sus hijos”, “Se cree que estaba enloquecido por no poder terminar un chalet de lujo en Villalba”.
Eran las 9 de la mañana del Día del Trabajo, martes 1 de mayo de 1962. Como era festivo y el mercado de Los Mostenses estaba cerrado, la calle Antonio Grilo respiraba paz y tranquilidad, y tan sólo unos somnolientos turistas aguardaban, en la plaza cercana, la salida de los autocares que les llevarían de excursión al monasterio de El Escorial o al Valle de los Caídos. Estos turistas y algún peatón se quedaron atónitos cuando se asomó a uno de los balcones de la tercera planta en el nº 3 de Antonio Grilo un hombre en pijama que sostenía el cuerpecito inanimado de una criatura y que gritaba enloquecido:
¡Los he matado a todos! ¡Los quería mucho! ¡Aquí están, podéis verlos! Lo he hecho por no matar a otros canallas. ¡Tenía que hacerlo hoy!¡Los he matado a todos! ¡Tenía que hacerlo hoy!
Tras repetir tan terribles frases, el hombre del pijama desapareció del balcón y la calle Antonio Grilo recuperó el silencio, roto tan sólo por los horrorizados comentarios de los viandantes.
La primera en reaccionar fue Genoveva Martín, portera de la finca, que subió presurosa las escaleras y llamó insistentemente al Tercero Derecha, iniciándose a través de la puerta cerrada este diálogo:
-Los he matado a todos.
-¿Por qué ha hecho Vd. eso, don
José María? Abra la puerta, por favor.
-No, no quiero abrirla.
-A lo mejor pueden salvarse...
-Nada puede salvarlos. Búsqueme
Vd. un cura para confesarme.
La pobre mujer, con las piernas temblando, marchó rápidamente hacia el convento de carmelitas sito en la plaza de España. El superior designó al padre
Celestino de Jesús para tan difícil misión, y acompañado de la señora fueron recogidos por un coche radio-patrulla, ya que la policía, según
El Caso, había sido avisada por el propio parricida. El funcionario de servicio le oyó decir que “todos sus familiares descansaban felices”
[3], deduciendo que se trataba de un perturbado, y como el parricida se negaba a dar sus señas, alargó la conversación lo suficiente como para localizar la llamada, empleando la guía telefónica. Cuando llegaron al lugar, desde el balcón de enfrente el fraile intentó por todos los medios disuadir al sastre de su intención de suicidarse con una pistola, entablándose según el semanario el siguiente diálogo:
- Sólo quiero que me confiese Vd.
- Abre la puerta y tira esa pistola.
- La necesito para matarme.
- Entonces no puedo confesarte. Tienes que arrepentirte y darme esa pistola.
- ¡No esto es para mí, Dios no me lo tendrá en cuenta!
Un momento de espera, y la respuesta llegó en forma de seca detonación. Los bomberos presentes, que sólo esperaban la orden de entrar, echaron la puerta abajo y detrás hallaron a Ruiz Martínez en el suelo, con una herida de bala en la cabeza producida por una pistola Walther del calibre 6,35, no registrada. Aún seguía con vida, pero falleció de camino al hospital a resultas del disparo.
El Juez de guardia
Había llegado también la comisión judicial procedente del Juzgado que aquel día estaba de guardia, el de Instrucción nº 8 de los de Madrid, al frente de su titular, el juez Luis Cabrerizo Botija, e integrada por el secretario judicial Acisclo Torrecilla, los oficiales Carlos Rebolledo y Carlos Hernández, el auxiliar Antonio Redondo y el agente judicial Saleto Bartos, todos ellos acompañados por el médico forense de la demarcación, Dr. Manuel Martínez Sellés. Al recorrer las habitaciones del piso, fueron reconstruyendo el escenario del crimen.
En la alcoba de matrimonio, junto a la cama y en el suelo, se hallaba el cadáver de la esposa, Dolores Bermúdez Fernández, muerta a martillazos. Al otro lado de la cama se hallaba el cuerpecito de Susana, la benjamina de la familia que tan sólo contaba 18 meses de edad, degollada con un cuchillo de cocina. Este mismo cuchillo había sido utilizado por el parricida para asesinar a sus otros cuatro hijos: Adelita (12 años), José María (10 años) y Juan Carlos (7 años), que aparecieron sobre sus respectivos lechos. No fue el caso de la mayor, María Dolores (de 14 años), la cual fue encontrada en el cuarto de baño, donde se habría refugiado al intentar huir de la locura criminal de su progenitor.
El forense comprobó que todos estaban muertos, y que el fallecimiento se había producido unas dos horas y media antes, es decir hacia las 7 de la mañana, y media hora antes el de la infortunada esposa. Mientras que el cadáver de ésta presentaba fracturas completas en la cabeza y cara producidas por un objeto contundente, los de los niños mostraban todos heridas de arma blanca. Don Luis no pudo hacer ya otra cosa que ordenar el levantamiento de los cadáveres y aguardar el resultado de las autopsias practicadas a los seis fallecidos, que pronto serían siete con el propio sastre, así como incautarse de la pistola, el martillo y el cuchillo empleados como armas homicidas.
Antes de concluir el año, al juez Cabrerizo le tocaría otra guardia movida, esta vez con repercusión internacional (ver Cuadro).
El Caso investiga
Los redactores de
El Caso siguieron preguntando a los vecinos no sólo de Antonio Grilo-3, sino de la calle Luna nº 16 donde pronto les informaron que el asesino dirigía su sastrería en dos pisos (2º y 3º Derecha) que había alquilado a los dueños del popular restaurante “Casa Pascual”, propietarios del edificio. Se insistía en que el negocio era pujante, puesto que la sastrería tenía una contrata con RENFE, lo cual convertía en improbable una crisis motivada por supuestos problemas económicos. Las personas entrevistadas en Luna-16 fueron:
Eulalia Maroto (antigua portera de la finca, ya jubilada, que vivía en la planta 4ª con su familia),
Consuelo Sanchiz Maroto (nieta de la anterior, contó a los periodistas que posiblemente fuera la última vecina que viera con vida al sastre, su esposa y una de las hijas, con quienes coincidió cuando estaban cerrando la sastrería, la tarde anterior a la tragedia) y
Juana Ríos (portera del inmueble). Todas ellas destacaban el carácter jovial y campechano del sastre, siempre atento y simpático además de bien dispuesto para piropear al sexo opuesto, como fue el caso de la nieta de la portera, Consuelito para el sastre... Desde luego, nada parecía presagiar lo que ocurriría pocas horas más tarde.
Los sabuesos del semanario no tardaron en dar con una pista crucial: alguien les contó que el sastre tenía un temperamento nervioso y algo exaltado, y que los disgustos sufridos por la construcción de un inacabado chalet en la localidad de Villalba, contribuyeron a empeorar su carácter. El terreno, sito en el paraje de Pradillo-Herrero y próximo a la vía férrea, fue rebautizado por nuestro personaje como “Los Luceros”, y este proyecto se convirtió en auténtica obsesión para él. Sus caprichos y continuos cambios de opinión le granjearon pronto el rechazo de contratistas y albañiles, pues lo que hoy le parecía bien, mañana lo hallaba equivocado, y obligaba a derribarlo todo para volver a empezar. En poco tiempo nadie quería ya trabajar para él, y las obras se paralizaron en Octubre de 1961. Estos contratiempos en sus planes agriaron su forma de ser, y si bien durante la semana mantenía su rutina profesional y familiar, cuando llegaban los fines de semana se marchaba para Villalba y ya no podía eludir las mil dificultades que acarreaba la construcción del chalet, donde según el semanario llevaba invertidos cerca de dos millones de pesetas. Cuando los periodistas llegaron al pueblo, comprobaron que sólo se había edificado el sótano y la primera planta, con cuatro solitarias columnas que casi evocaban un templo griego o romano... Sabemos que, cuando aproximadamente diez años después el investigador
Víctor Zalbidea visitó la zona, la construcción seguía inconclusa y vio que una de las puertas, sólo enmarcada, daba a una fábrica de lápidas y cruces de granito
[4].
Los psiquiatras entran en escena
También se supo por un familiar directo que, unos meses antes de paralizarse las obras, José María Ruiz Martínez acudió a la consulta de un médico psiquiatra, que le hicieron un electroencefalograma, y poco más. El suceso llamó la atención de varios especialistas en Psiquiatría, y así la prensa acudió en busca de las doctas opiniones de eminencias como el Dr. López Ibor. El ilustre psiquiatra calificó lo acontecido de “suicidio colectivo”, donde el enfermo está convencido, en su mundo de fantasía, que puede salvar a los suyos de peligros terribles o catástrofes.
Pero prefiero detenerme en las de otro profesional, el neuropsiquiatra Dr. Aniceto Fernández-Armayor, por ser precisamente su consulta a la que acudió el sastre en Junio de 1961. D. Aniceto, fallecido en 2004 a los 90 años, está considerado como uno de los pioneros en el campo de la Neurofisiología Clínica Española, puesto que fue de los primeros, tras formarse en diversos hospitales y servicios sanitarios extranjeros, en implantar aquí técnicas propias de esa rama médica, como la Electroencefalografía y la Electromiografía a partir de 1956. El periodista se dirigió a la consulta de este médico, quien cortésmente le atendió y buscó en su archivo los antecedentes del caso: fue un cardiólogo, el Dr. Navarrete Peluz, quien percibió síntomas de enfermedad cardíaca en el sastre, como posible origen de ciertas depresiones y sensaciones de apatía y fatiga por la vida que aquejaban a José María Ruiz; se le practicó un electroencefalograma, cuyo resultado no reveló nada fuera de lo normal, y así se presentó en la consulta del Dr. Fernández-Armayor. Quien tras examinar al nuevo paciente le prescribió un tratamiento ambulatorio, y le citó para una segunda visita, el 12 de julio de 1961. En ésta se le aconsejó el internamiento, y que la próxima vez viniera acompañado por alguien de su familia. Pero jamás regresó a la consulta, convencido tal vez de que se había recuperado y de que eso de internarse no le hacía ninguna falta. El diagnóstico clínico fue que se trataba de un enfermo psicótico, con rasgos propios de lo que entonces se denominaba psicosis circular: el neuropsiquiatra entrevistado definió esta enfermedad como estados de ánimo opuestos donde cuadros de optimismo y exaltación de la autovaloración son seguidos de etapas depresivas en las que el enfermo pierde las ganas de vivir, se desentiende de todo porque la vida carece ya de interés y ven en la anulación la forma de liberarse (psicosis maníaco-depresiva).
En el expediente de José María Ruiz, su psiquiatra había tomado notas de sus conversaciones con él, como la siguiente que resultó fatalmente premonitoria:
“Todo es desengaño, desilusión, amargura en la vida. Me reprocho el haber formado una familia, para que todos sufran amarguras. A veces me da la idea del suicidio, para liberarme; liberar a todos y que dejen de padecer en este mundo”. Por desgracia, diez meses después el sastre Ruiz puso en práctica tan oscuros pensamientos. Aquel año de 1962 sería difícil de olvidar para el Dr. Fernández-Armayor por otros motivos, pues fue también cuando contrajo matrimonio con la Srta. Rosa Ajo Ponce, la cual como otras muchas esposas de científicos fue la insustituible colaboradora de su marido en los estudios e investigaciones que realizaba, hasta su prematuro fallecimiento de cáncer con 56 años
[5].
La casa de los crímenes
La búsqueda en la zona de otros sucesos luctuosos dio sus frutos, y en el nº 523 de “El Caso” publicado el 12 de mayo se daba la primicia con este titular: “Un camisero asesinado.- En la misma casa se cometió un crimen –aún no aclarado- hace diecisiete años”. El estigma de “casa maldita” empezaba a planear sobre el nº 3 de la calle de Antonio Grilo de Madrid.
El crimen en cuestión ocurrió el 7 de noviembre de 1945, cuando un camisero llamado Felipe de la Breña Marcos fue hallado muerto a consecuencia, según la autopsia, de una brutal contusión que le produjo la fractura del cráneo, siendo el arma homicida un candelabro que apareció manchado de sangre.
Aunque se barajó como móvil el del robo porque faltaban dinero y varias alhajas, el hecho de encontrarse durante la inspección ocular una libreta con 50 nombres de otros tantos individuos, hizo que las sospechas se dirigieran hacia una venganza entre homosexuales, sospecha que desde luego la prensa de la época no reflejó. Las pesquisas policiales alcanzaron a localizar hasta 36 de esas personas, todos los cuales confesaron su
amistad con la víctima, pero no había indicios ni elementos suficientes como para imputar a ninguno el asesinato; de los 14 restantes, no hubo manera de averiguar su paradero. La Policía no llegó a identificar al asesino del camisero, y el Juzgado que instruía el sumario (el nº 13 de Madrid) lo dio por sobreseído y archivado en el verano de 1948. Zalbidea sugería unas concomitancias con el caso del sastre, aparte de que ambos ocurrieran en la misma casa: que si uno era sastre y confeccionaba trajes, el otro hacía lo mismo pero con camisas
[6].
Y en 1964, Antonio Grilo-3 volvió a las páginas de actualidad por otro caso de crónica negra, esta vez un infanticidio. Fue el 17 de abril, y no sólo en el mismo edificio, sino también en el 3º D. Pilar Agustín Chimeno vivía desde hace cuatro meses con su novio Rufino Márquez, y había sido ingresada de urgencia dos días antes aquejada de agudos dolores y una fuerte hemorragia. De complexión gruesa, había llevado su embarazo en secreto, y el día del parto el temor a ser descubierta u otros motivos le hicieron delirar hasta envolver al recién nacido con unos trapos y meterlo en un armario. La autopsia del bebé cadáver demostró que fue estrangulado, presentando varios hematomas alrededor del cuello.
Las hemerotecas de algunos diarios, como el
ABC, recuperaron sucesos luctuosos ocurridos a comienzos del siglo pasado en la misma calle: en Julio de 1909, una mujer en silla de ruedas lanzó un frasco con vitriolo a la amante de su marido, al pillarlos en la cama “en animado coloquio”. Dos años más tarde “un individuo que vestía capa y gorra” (¿acaso un trasunto del
hombre del saco?) se acercó a los hermanos Ildefonso y Nicolás Cortijano, con 10 y 6 años de edad respectivamente, atacando al primero con un pañuelo empapado en cloroformo que le estampó en la cara; así se pudo hacer con el gabán, el delantal y las botas que llevaba el más pequeño
[7].
La leyenda como “casa embrujada” puede remontarse hasta el siglo XVI, puesto que en los terrenos donde se alzan el nº 3 de Antonio Grilo e inmuebles colindantes se localizaba el llamado “Campo de las Calaveras”, nombre elocuente de una serie de fosas comunes donde se enterraban sin orden ni concierto a cientos de madrileños anónimos de las clases más humildes, y cuyos cadáveres llegaban desde un antiguo cementerio conocido como “El Patriarcal”, datos obtenidos por el investigador policial Salvador Ortega.
Fernando Sesma y los mensajes
Fernando Sesma, un funcionario de Telégrafos fallecido en 1982, era muy conocido en los ambientes esotéricos de la capital desde los años ’40, y de los primeros en abordar públicamente el tema de los platillos volantes en España y hablar de supuestos contactos y mensajes recibidos de sus tripulantes.
Pues bien, resulta que varios de esos mensajes escritos le llegaron con el curioso remite de Luna-16, y como remitente “F. Sesma”, es decir, como si el propio receptor se escribiera a sí mismo pero desde una dirección distinta a la de su domicilio habitual en la calle Fernando el Católico... No era la primera vez que algo similar ocurría, puesto que años atrás, en 1956, Sesma había recibido un mensaje de cierto Profesor Lorsomorombi, pseudónimo que por esas fechas él mismo utilizaba para escribir artículos en revistas y que además era el nombre (cambiando la –i final por una –a) con el cual se había “bautizado” a la piedra o ladrillo que un enfermero, Alberto Sanmartín, afirmaba haber recibido de un extraterrestre en las afueras de Madrid.
Lo que sabemos de esos mensajes de Luna-16 fue lo que publicó Fernando Sesma en sus libros pocos años después de haberlos recibido, y la encuesta e interpretación que de ellos realizó pasada una década el estudioso Víctor Zalbidea y su
alter ego Juan Lízar
[8].
Desde 1957, Sesma inició sus salidas al campo (por la Ciudad Universitaria, por la sierra madrileña) en busca del anhelado contacto con sus “amigos del espacio”, para lo cual dejaba las señales de la piedra de Sanmartín y otras claves en sus caminatas, aguardando algún tipo de respuesta. Hubo de esperar a los primeros meses de 1961 para tener una de sus primeras experiencias extrañas: la noche del 17 de abril escuchó a su alrededor sonidos como de chicharras “que giraron a mi alrededor como pequeños platillos invisibles”, y luego oyó una voz distorsionada como si saliera de un receptor de radio, pero no pudo entender nada. Este suceso (que podría explicarse con hipótesis alternativas), más la observación por Fernando Sesma y otras personas de un ovni el 9 de julio siguiente, serían recogidos en el primer mensaje de Luna-16, recibido el 4 de septiembre de 1961
[9].
Constaba de cinco fotografías pegadas sobre un papel, que según Sesma representaban lo siguiente: una, el puente donde el enfermero Sanmartín habría “recibido” la piedra Lorsomoromba; otra, el lugar exacto donde había ocurrido el episodio de las chicharras; y las tres últimas eran imágenes de platillos volantes. Debajo de cada una había unos versos que para Sesma eran claras alusiones a sus experiencias y detalles de su vida, sólo conocidos por él.
En Noviembre de 1961 recibió un segundo mensaje con remite de Luna-16, con una foto que representaba un ignoto paraje sideral y que incluía una reproducción de la piedra de Sanmartín. Acompañaba a la foto un texto con estas cuatro frases:
«La ley universal se os inspiró>>
Recibís falsos mensajes
El burro se come la zanahoria
¡
Alas del espíritu! »
[10]
En este caso los comentarios de Sesma fueron más abstractos, limitándose a decir que los otros mensajes que recibía (es decir, los que no venían de Luna-16 y que serían los primeros atribuidos a unos nuevos extraterrestres oriundos de cierto planeta Auco, cuyo jefe de nombre Saliano empezaría a protagonizar los contactos en poco tiempo, ver EOC 80/81) no es que fueran falsos o fraudulentos, sino que eran como un aviso de que se estaba equivocando al buscar, o forzar, determinados significados en los mensajes de Luna, y la alusión al burro y la zanahoria podía simbolizar su persistencia en el error, como si estuviera a punto de “cocerse en su propio caldo”, sugiriendo como solución un retorno a sus orígenes con esa cita expresa al título –Alas del espíritu- de una vieja poesía escrita por el destinatario años atrás.
Fernando Sesma evitó cualquier referencia en sus publicaciones al trágico suceso del sastre y su familia, y hubo que esperar al trabajo de Zalbidea para constatar que por lo menos hubo una coincidencia cronológica entre las cartas de Sesma y el deterioro psíquico del sastre: sin ir más lejos, resulta curioso que el mismo día que aquél vio un platillo volante (9/7/1961) fuese en vísperas de la segunda y última visita (12/7/1961) que el sastre Ruiz realizó a su psiquiatra.
Podemos resumir la hermenéutica seguida por Zalbidea de la siguiente manera: con el primer mensaje de Luna-16 se intentaría “enganchar” a Sesma revelándole varios detalles de su intimidad desconocidos por terceras personas, y así se le inducía una predisposición a aceptar futuros mensajes de la misma fuente. En el segundo se eleva el tono con la advertencia de que está recibiendo mensajes falsos, y la intención de provocar una ruptura: si eso era cierto, las cartas ajenas a Luna-16 eran un engaño y estaba siendo víctima de una broma o algo peor, y si no lo eran entonces la “fuente” de esas otras misivas debería de advertirle
a contrario, esto es, de la peligrosidad de los mensajes con remite de Luna-16
[11].
Tras el segundo mensaje, parece que esa “otra fuente” reaccionó y que Sesma recibió cartas de contenido alarmante, donde le dirigían frases como éstas: “Ángeles tinieblas hacen retroceder cabeza... Caos psíquico creciente Ramses... Seguirá caos conducta y cuerpo... El plomo avanza... Guardaos ahora de Ramses No es él”. Zalbidea apunta que “Ramsés” sería al revés “Sesmar”, verbo que utilizaban los contertulios de Sesma para pedirle que tradujera en números (o “sesmara”) los mensajes recibidos, según una clave numerológica que él solía utilizar. Se insinuaba un desdoblamiento de personalidad, es decir, como si el F. Sesma que venía en el remite de las cartas de Luna-16 no fuera el “auténtico” Sesma, sino otra persona (¿el infortunado sastre?) que le suplantaba y podía estar viviendo una experiencia similar a la suya, con el mismo riesgo para ambos de caer en una especie de locura (ese caos psíquico en progresión).
Zalbidea reveló una primicia que Sesma omitió en sus publicaciones: picado por la curiosidad después de recibir el segundo mensaje en Noviembre, decidió acudir a la calle Luna-16 para investigar... Llegó hasta el portal, y vio que en la segunda planta había una sastrería. Pero lo que le dejó boquiabierto es un adorno que lucía en la entrada de la casa: una estrella de dieciséis puntas idéntica a la ilustración que empleó en la portada de su libro La brújula psíquica, editado en 1947. Pero Sesma no se atrevió a entrar, volviendo sobre sus pasos.
Cuando meses después leyó en la prensa los crímenes del sastre, podemos imaginar su espanto y el tipo de pensamientos que cruzarían por su mente: ¿pudo haberle conducido su obsesión por aquellos mensajes a un final semejante? Víctor Zalbidea revelaba otro dato desconocido: poco antes de los asesinatos, Fernando Sesma recibió un tercero y último mensaje con remite Luna-16 en el que, aparentemente, se le felicitaba por la boda de su hija: “Enhorabuena, Enhorabuena, Enhorabuena”. Pero también podía ser una felicitación “anticipada” por haberse librado del peligro que suponían los mensajes de Luna-16.
¿Hubo alguien más, aparte de Fernando Sesma, que recibiera estos mensajes? Parece que sí, puesto que Zalbidea decía que algunos no los recibía Sesma directamente, sino a través de un miembro de su tertulia llamado Torres, quien se marchó de las reuniones tras el estremecedor suceso
[12].
No obstante, unos años después, en Marzo de 1968, vuelve a mencionarse a un tal Torres en este mismo contexto, como alguien que incluso disputaría el liderazgo de las tertulias a Sesma
[13]. Creo haber identificado a esta persona con
Felipe Torres del Solar, uno de los pioneros del vegetarianismo y otras terapias naturales en nuestro país
[14], profesor de yoga así como fundador de una escuela o secta llamada Antroponomía.
Fernando Sesma y otros interesados habían fundado en Diciembre de 1954 la Sociedad de Amigos de los Visitantes del Espacio – Buru, la primera de tales características que se creó en España. Pues bien, en un listado de socios y simpatizantes fechado en Octubre de 1958, figura entre ellos el nombre de Felipe Torres. Desgraciadamente parece que nadie, ni siquiera Víctor Zalbidea, pudo recabar su testimonio de aquella fabulosa e inquietante experiencia.
Lo que sí hizo Zalbidea fue presentar el suicidio colectivo del sastre y su familia como preludio de otros dos conocidos casos de suicidios en el ámbito ufológico: el de Niteroi-Morro do Vintem en Brasil (1966) y el de Tarrrasa (1972).
Conclusiones provisionales
Mensajes de otros mundos, epidemias psíquicas, aliens buenos, extraterrestres malos, casas malditas, crímenes que hielan la sangre… Todos estos ingredientes se han dado cita en esta extraña historia, ¿pero dónde está la clave, la posible explicación?
Volvamos a los reportajes de El Caso y a un par de hallazgos que pasaron casi desapercibidos. Uno era la manía quinielística del sastre: al parecer cada semana rellenaba cientos de boletos en espera de que la fortuna le sonriera, y se barajaban cifras que oscilaban entre las 1.500 y las 7.000 pesetas, sumas muy elevadas para aquella época. El otro se debió a una investigación más profunda, de donde se obtuvo que José María Ruiz Martínez, el probo y honrado padre de familia que no pensaba más que en ir de su casa al trabajo y viceversa, tenía abiertas dos causas por estafa y usura en 1958 y 1959. Hablar, pues, de problemas económicos ya no era simple especulación, y por eso es lícito preguntarse si no serían dificultades de esta naturaleza, bien por deudas de juego y/o por las contraídas en el chalet de Villalba, las que ocasionaron un proceso psíquico que explotaría en un momento de desesperación extrema con un arranque de violencia y sangre.
En este contexto cobra todo su sentido lo que nos dijeran aquellos vecinos de Luna-16 en 1988, e incluso la posible identidad de esos otros individuos que, según Manuel Salazar, asediaban día y noche al sastre: ¿tal vez eran sus acreedores, o emisarios de éstos como los modernos “cobradores del frac”?
Para alivio de la mayoría, y muy en particular de quienes sufrieron graves problemas psicológicos a raíz de la impresión causada por la noticia de los crímenes (conozco un caso concreto, con seguimiento médico incluido, y parece que no fue el único), el ideal de la Familia Española unida y feliz pronto se recuperaría del varapalo sufrido gracias al Cine con el estreno del film La gran familia el 20 de diciembre de 1962 en el cine Lope de Vega de Madrid.
José Juan Montejo
1971: LA TRAGEDIA SE REPITE EN ORENSE
El 30 de enero de 1971 a las 6:30 de la mañana un hombre llamado
Nicanor Rodríguez Taboadelo, de 48 años, mató a tiros de escopeta a su mujer, sus cuatro hijos menores y a la asistenta, en el domicilio sito en la Avenida de la Habana nº 87 de Orense. Una tragedia con el mismo número de víctimas que la de 1962 en Madrid.
Conocí este suceso siguiendo una pista equivocada del caso del sastre: mi buen amigo Ángel M. García me puso en contacto con un informante de lujo, su primo el escritor Jorge Cela Trulock. Puesto al habla con Jorge, me contó que mientras trabajaba en la editorial Alfaguara, allá por los años ’60, había conocido a Paco Bobillo, secretario de Enrique Tierno Galván y que coordinaba un proyecto de “Diccionario de la Política” que publicaría dicha editorial. En una conversación, el ayudante del “viejo profesor” confesó, muy apenado, que era hermano de la señora asesinada por un sastre (su teórico cuñado) hacía unos años, y que aquello fue una “desgracia horrible” en la que resultaron muertos además sus cinco sobrinos.
La interesante confidencia de mi amigo Jorge abundaba en la relevante personalidad de Paco Bobillo, un hombre ligado al mundo de la Cultura, colaborador de Tierno Galván en el PSP (Partido Socialista Popular), y que había sido Director General del Libro con los gobiernos de Felipe González.
Al no coincidir los apellidos de la víctimas (Bermúdez y Bobillo), pensé en una posible confusión hasta que, gracias a la hemeroteca digital, pude dar con la pista correcta: no se trataba del caso del sastre en 1962, sino de uno distinto donde la mujer se llamaba María Gloria Bobillo de la Peña, acaecido nueve años después en otra ciudad española y con unos paralelismos sorprendentes: no sólo era la suma de víctimas, sino la edad de ambos parricidas.
La sociedad española de 1971 no era la misma que en 1962, y el impacto de aquel crimen múltiple debió ser menor. El juicio contra la Familia Manson se celebraba por entonces, y su amplia cobertura en la prensa internacional hizo que el público se acostumbrara a leer noticias sobre esta clase de episodios. ¿Qué sucedió aquella fría mañana de Enero en el domicilio orensano? Un vecino de la casa, alertado por los gritos de los niños y los disparos, precedidos de una voz adulta que decía: “Poneos de rodillas, ¡de rodillas!”, llamó a la Policía.
Luego se dirigió al piso y vio salir a Nicanor Rodríguez completamente desnudo hacia la calle. Habían acudido once efectivos de la Policía Armada que se las vieron y desearon para reducir al homicida, quien había roto a puñetazos los cristales de un bar próximo en pleno acceso de furia.
La crónica terminaba diciendo que nadie hubiera esperado una tragedia semejante “en un lugar donde todo parecía discurrir con normalidad y cuyo cabeza de familia era un hombre serio, amable y con don de gentes” (¿les suena?). Se añadía que Rodríguez Taboadelo era colaborador de Prensa, director de un colegio de enseñanza primaria, y que pertenecía al Colegio de Abogados de Orense.
UN JUEZ EN LA ENCRUCIJADA: DEL SASTRE RUIZ A JULIAN GRIMAU
El titular del Juzgado de Instrucción nº 8 de Madrid, Luis Cabrerizo Botija, tuvo que enfrentarse siete meses después del macabro suceso en la calle Antonio Grilo a otro acontecimiento que marcaría su carrera profesional debido a la trascendencia que tuvo en la historia del antifranquismo español: la detención, interrogatorios, juicio y ejecución del líder comunista Julián Grimau. No cabe duda que el año 1962 fue ciertamente intenso para el juez Cabrerizo. Julián Grimau García era miembro del Comité Central del PCE y había llegado a España para hacerse cargo de la organización interior clandestina. Víctima de la posible delación de un camarada, el 7 de noviembre de 1962 fue detenido por varios policías en un autobús de la E.M.T., y conducido a los calabozos de la tristemente célebre Dirección General de Seguridad en la Puerta del Sol para ser interrogado.
En posteriores entrevistas con su abogado, Amandino Rodríguez Armada, y otros presos políticos encerrados en la cárcel de Carabanchel, se pudo reconstruir los sucedido en el edificio de la Puerta del Sol hasta su presunto intento de suicidio o defenestración: tras redactar una declaración admitiendo su pertenencia al Comité Central, se inició un duro interrogatorio con amenazas de que sería fusilado, y recibiendo una cascada de golpes propinados por varios funcionarios entre los cuales destacó uno que se hacía llamar Vicente, quien asegurando ser además médico, preguntaba al detenido: “¿Cómo quieres que te pegue, como policía o como médico?”. Lo cierto es que dos días después de su detención, Grimau caía de cabeza al callejón de San Ricardo, en la parte posterior del edificio de la D.G.S., desde una altura de seis metros.
La repercusión en el extranjero quedó bien reflejada en publicaciones de la oposición antifranquista: “En el número anterior… nos ocupamos del trágico caso de ‘defenestración’ de Julián Grimau por la policía política de Madrid, cuyas circunstancias extraordinarias conmovieron a la opinión internacional. Para investigar esas circunstancias fueron a Madrid el Dr. Visco, profesor de la Universidad de Roma, y el abogado inglés Richard G. Freeman…”
En dicho Boletín se reprodujo el informe redactado por Mr. Freeman sobre sus gestiones ante las autoridades españolas. Durante tres días, del 12 al 14 de noviembre, mantuvo entrevistas con el ministro de Información y Turismo, Manuel Fraga Iribarne, con el juez Luis Cabrerizo Botija y el secretario de su juzgado, Acisclo Torrecilla, con un funcionario no identificado de la D.G.S., y por último un portavoz del ministerio de Justicia llamado Cabañas.
En su intento por averiguar si Grimau había sido puesto a disposición judicial y obtener una autorización para hablar con él y comprobar su estado, se dio de bruces con la burocracia del régimen y sólo obtuvo evasivas y respuestas contradictorias. El ministro Fraga le dijo que el detenido, después de firmar su declaración, se arrojó por una ventana, en principio se pensó que no podría sobrevivir, pero tras ser operado de doble fractura en el cráneo se creía que saldría adelante. También le dijo que Grimau se hallaba bajo la jurisdicción del Juzgado nº 8 de Instrucción, que era el que estaba de guardia cuando ocurrieron los hechos.
Hacia allí dirigió sus pasos, y esto es lo que consiguió el letrado británico: “Durante toda la entrevista (el Juez) se mostró sumamente nervioso y llamó a su Secretario para que asistiera a la conversación. En un momento en que el Secretario empezó a hablar, el Juez dio un puñetazo en la mesa y exclamó: “No hable; no diga nada, ¡nada!”. El Juez me dijo que no era exacto que él tuviera jurisdicción sobre Grimau García; que su competencia se limitaba a realizar una investigación sobre las circunstancias en que Grimau había recibido sus heridas; y que él pensaba que Grimau no sería sometido a la jurisdicción de un tribunal civil, sino que su caso lo juzgaría un tribunal militar (…) Le dije al Juez que el Ministro de Información me había afirmado la noche anterior que él tenía jurisdicción sobre Grimau, a lo que me respondió que desde luego el Ministro no se lo había dicho a él y que en todo caso decir tal cosa no era de la competencia del Ministro de Información…” Todo un carácter el de Luis Cabrerizo, que no se amilanaba ni ante la insistencia de un observador internacional, ni ante lo que dijera o dejara de decir un ministro del general Franco.
Mr. Freeman volvió a entrevistarse con el ministro para contrastar lo que acababa de contarle el juez, y Fraga le dio nuevas garantías de que Grimau no sería juzgado por un tribunal militar sino civil puesto que no existían actos de sabotaje o terrorismo recientes que se le pudieran imputar.
La marcha de los acontecimientos quitó la razón al ministro y se la dio al juez: el 20 de enero de 1963 el diario Arriba publicaba un artículo sin firma titulado “Grimau y sus crímenes”, del que terminaría haciéndose responsable el director del rotativo, Sabino Alonso Fueyo. En él se acusaba al dirigente comunista de haber dirigido la checa de la plaza Berenguer el Grande de Barcelona en 1938, y que había regresado a España para cometer otra orgía de horrores en cualquier nueva checa.
Parece que el único fundamento era que Grimau había sido alto funcionario de la Policía republicana adscrito a la B.I.C. y que la sede de ésta en Barcelona durante la guerra se hallaba en la misma dirección. El sumario por tentativa de suicidido acabaría siendo sobreseído y archivado por el Juzgado de Instrucción nº 8, y la suerte de Julián Grimau decidida finalmente por un tribunal militar al verse acusado de delitos cometidos durante la guerra civil. Amandino Rodríguez Armada (entonces los civiles no podían defender en consejos de guerra) se sentaba en el estrado por deferencia del presidente del consejo. La defensa la había asumido el entonces capitán Alejandro Rebollo Álvarez Amandi, militante muy conocido de la Acción Católica. Después de la lectura del escrito de acusación, y de no comparecer ningún testigo, por no haber sido citados, el fiscal, con voz temblorosa, dijo: “Por lo cual solicito la pena de muerte”.
El defensor, el capitán Rebollo, empieza su defensa. Es un hombre joven, de veintiocho años, que al empezar la guerra sólo tenía un año. Lo que allí se está juzgando es simplemente historia. Su defensa es lógica y valiente. A medida que avanza se crece y su oratoria es seguida con atención por todos los asistentes. Señala que al terminar la guerra el nombre de Grimau no figura en la Causa general, ni al terminar la guerra ninguna denuncia, ni ningún sumario se había abierto sobre él. Niega la “perversidad” alegada por el fiscal y el delito de “rebelión militar continuada”. “Grimau”, señala, “se había limitado a servir al Gobierno republicano, que creía legítimo”.
En la madrugada del 20 de abril, Grimau se encuentra en el polígono de tiro de Carabanchel. Antes le ha entregado una foto suya a su defensor militar. Al reverso escribe sus últimas palabras: “Al capitán señor Rebollo Álvarez Amandi, con todo mi agradecimiento y cordialidad. Gracias mil por su defensa. Con verdadero afecto y respeto. J. Grimau”.
Suena la voz de mando en el pelotón: “¡Carguen!” (Grimau no titubea.) “¡Apunten!” (Grimau sigue firme) “¡¡Fuego!!» (Grimau cae abatido.) Un oficial se acerca y le da el tiro de gracia. De nada sirvieron las peticiones de clemencia llegadas desde que se conoció la sentencia condenatoria: del Papa Juan XXIII, del alcalde de Florencia Giorgio La Pira, de Nikita Kruschev (¡aunque ésta pudo ser contraproducente!), o de un nutrido grupo de intelectuales españoles encabezados por Ramón Menéndez Pidal.
LA LEYENDA DEL SASTRECILLO VALIENTE
El sastrecillo valiente o
Siete de un golpe (
Das tapfere Schneiderlein o
Sieben auf einen Streich) es el cuento de hadas nº 20 de la colección
Cuentos de la infancia y del hogar, de los hermanos Wilhelm y Jacob Grimm, escritores y filólogos alemanes del siglo XIX famosos por sus cuentos para niños.
José María Ruiz, el sastre que tenía su taller en la C/. Luna-16, era conocido en el barrio como el “sastrecillo valiente”, según nos contaron en 1988 a Bruno Cardeñosa y quien esto escribe unos amables vecinos. Veamos una versión al uso de este cuento clásico:
Hace muchos años, en un reino muy lejano, vivía un hombre muy pobre. Era sastre. Pero casi nunca trabajaba porque nadie le hacía ningún encargo. Como le sobraba tanto tiempo, siempre estaba con sus fantasías, pensaba y pensaba las hazañas más extraordinarias. Estaba seguro de que algún día iba a ser famoso y rico.
Un día de esos de verano en que hace tanto calor, estaba en su taller soñando, como siempre. Unas moscas muy pesadas habían entrado por la ventana y se pasaban el rato zumbando y molestando a nuestro protagonista. Se le posaban en la nariz, en las manos, en las orejas. El hombre estaba tan harto de las moscas que empezó a perseguirlas por todo el taller y a echarlas hacia la ventana. Pero nada, que las moscas no se iban. Estaba tan enfadado que cogió un trapo que tenía por allí, y aprovechando que las moscas se habían posado sobre una mesa, les sacudió un buen golpe. Con tanta fortuna, que siete de ellas quedaron muertas sobre la mesa.
Entonces, el sastre se sentó y empezó a soñar que, en realidad, había luchado contra siete feroces guerreros y que los había vencido a los siete. Y de tanto pensarlo, llegó a creer que era verdad. Se sentía como el más valiente de los caballeros del reino. Y como era sastre, pues se hizo una camisa muy bonita con un letrero en el pecho, en el que ponía «MATÉ SIETE DE UN GOLPE».
Y, con la camisa puesta, salió por toda la ciudad. La gente, que leía lo que ponía en la camisa del sastre, pensaba que había matado a siete guerreros y el sastre decía que sí, que había matado a «siete de un golpe». El sastre se hizo muy famoso y en todo el reino se hablaba del “Sastrecillo Valiente que había matado a siete de un golpe”.
En aquellos días, el Rey lo estaba pasando muy mal, porque dos crueles gigantes estaban a la puerta de su palacio y querían quitarle sus riquezas y su reino. El Rey buscaba a alguien que quisiera ayudarle. Le hablaron del Sastrecillo Valiente y mandó a buscarlo.
Un buen día, aparecieron por el taller del sastre unos enviados del Rey y le pidieron que fuera a palacio a ayudar al Rey y a derrotar a los gigantes.
El sastre se asustó mucho y se arrepintió de haber sido tan soñador y de haberse metido en ese lío. Pero como no quería que nadie le llamara mentiroso y se riera de él, aceptó y se fue a luchar contra los gigantes.
Y llegó cerca del palacio lleno de miedo. En el bosque que rodeaba el palacio vio a los dos gigantes que estaban sentados a la sombra. Temblando y sin hacer ruido, se subió a un árbol para que los dos gigantes no le vieran. Como hacía mucho calor, los dos gigantes se quedaron dormidos. Entonces, el sastre tiró una piedra que golpeó a uno de los gigantes en la nariz. El gigante se despertó enfadadísimo y dolorido. Creyó que había sido el otro gigante el que le había dado la pedrada y le dio dos puñetazos bien fuertes.
Cuando los gigantes volvieron a quedarse dormidos, el Sastrecillo Valiente, tiró una piedra al otro gigante y le dio en los dientes. El gigante se despertó hecho una fiera y pegó una patada al otro. Los dos gigantes se liaron a puñetazos, patadas y mordiscos.
Estuvieron peleando más de dos horas. Hasta que al fin, agotados, quedaron tumbados en el suelo sin poder moverse. El sastre echó a correr hacia palacio, gritando: ¡Venid, venid, corred! He peleado con los gigantes y los he vencido! ¡Venid a sujetarlos!
Los soldados del Rey fueron en busca de los gigantes sin creer lo que el sastre decía. Pero cuando llegaron vieron a los dos gigantes tumbados en el suelo. Los ataron con muchas cuerdas y cadenas y, con unos cables, los arrastraron y los metieron en los calabozos.
El Rey, muy contento y muy agradecido, regaló muchas riquezas al Sastrecillo que se convirtió en un señor muy poderoso. Y, algunos años después, la Princesa se casó con el famoso Sastrecillo Valiente. Colorín, colorado, etc., etc.
No supimos los motivos de semejante apodo, aparte de la coincidencia en el oficio. Pero cuando se lee con atención este cuento no dejan de presentarse curiosos paralelismos: el sastre de la fábula se refugiaba en un mundo de fantasía e irrealidad (lo que comúnmente se llama “estar en la luna”) y soñaba con convertirse en alguien rico y famoso… Pero lo más sorprendente era el lema que se cosió en la ropa, aquello de que había matado “a siete de un golpe”, respondiendo cuando la gente le preguntaba que en vez de inofensivas moscas eran siete feroces guerreros nada menos. Resulta que el número de víctimas del sastre Ruiz fue exactamente el mismo, si se incluye al propio suicida. Visto así, el mote cobraría un significado más profundo a la par que morboso y reflejaría el toque castizo madrileño a la hora de resumir un suceso tan truculento en un sobrenombre de claros ecos infantiles.
[1] Sesma, Saliano, Ummo y la Ballena Alegre: una historia del contactismo español, de Ignacio Cabria, en
CdeU, nº 3, 2ª Época, Septiembre de 1988: págs. 42 y 43.
[2] MÉNDEZ LEITE, Fernando:
Historia del Cine Español en 100 películas, Ed. JUPEY, S.A., Madrid, 1975.
[3] La Vanguardia Española, 2 de mayo de 1962.
[4] ZALBIDEA, Víctor & LÍZAR, Juan:
OVNI: Análisis de un contacto, Ed. Tropos (Col. Tropos Universo Paralelo nº 2), Madrid, 1975: pág. 120.
[5] Revista de Medicina y Seguridad en el Trabajo, nº 197, 4º Trimestre, Diciembre de 2004.
[6] Aunque suene a perogrullada, parece que Zalbidea tenía sus motivos: en una obra posterior de ficción y firmado sólo con el pseudónimo de “J. Lizar” (
Sadomasoquismo en Rampling, Ed. Tropos, Madrid, 1977) situaba al camisero y al sastre dentro de una conspiración a nivel cósmico en busca del “patrón universal” (¡!).
[7] ABC-Madrid, 3 de mayo de 2013.
[8] Zalbidea & Lízar, op. cit.: págs. 81 y siguientes.
[9] SESMA, Fernando:
Yo, confidente de los hombres del espacio, Ed. Tesoro (Col. Jirafa nº 48), Madrid, 1965: págs. 68 y siguientes.
[10] Sesma, op. cit.: pág. 70. Las negritas vienen destacadas en el libro.
[11] Zalbide & Lízar, op. cit.: pág. 88.
[12] Zalbidea & Lízar, op. cit.: pág. 99.
[13] Dígame, nº 1470, 5 de marzo de 1968.
[14] TORRES DEL SOLAR, Felipe:
365 citas y glosas para vegetarianos, Ed. Gráficas Benzal, Madrid, 1965.