Hace seis años, Ludwig KocH supo lo que era la alegría. Su hija Natascha había conseguido liberarse del hombre que la había mantenido secuestrada durante ocho años.
El rapto de una niña de diez años conmocionó al mundo. Pero su súbita reaparición en el jardín de una vecina -en buena condición física y psicológica, o eso parecía- también fue un shock. «No puedo creer que haya vuelto», dijo el padre entre lágrimas a la Policía. «Mi vida vuelve a tener sentido». A este padre, de 57 años, le cuesta creer lo poco que duró su alegría. En los años posteriores a la desaparición, cuando la Policía había abandonado el caso y todos la daban por muerta, fue el único que no perdió la esperanza. Buscó a su pequeña por Austria y por el extranjero, empleó sus ahorros de panadero para contratar un detective, excavó campos, drenó estanques... Hoy, en cambio, se siente atormentado por el distanciamiento de su hija. Apenas se hablan un par de veces al mes, y por teléfono. Natascha raras veces se aventura al exterior del ático donde vive en la zona más lujosa de Viena. «Su liberación no nos ha devuelto la paz», asegura Koch. «Hay muchas preguntas sin respuesta, y como padre no puedo consentirlo».
LAS DUDAS DEL PADRE. Koch está convencido de que su hija vive atrapada en una maraña de mentiras. Nuestro hombre ha puesto una denuncia contra Ernst Holzapfel, el único amigo del secuestrador -Wolfgang Priklopil- y a quien acusa de cómplice. Koch también denuncia que, tras su reaparición, Natascha estuvo incomunicada durante meses por un equipo de psiquiatras, abogados y profesionales de las relaciones públicas vienés. Tanto él como la madre de Natascha -de la que está separado- no tenían acceso a su hija. «No sé qué ideas le metieron en la cabeza o a qué acuerdos llegaron -indica Koch-, pero cuando Natascha más necesitaba de nuestro cariño, nos fue arrebatada por unos tipos que -estoy convencido- se movían por sus propios intereses». El equipo de abogados y relaciones públicas pronto convirtió el relato de Natascha en carnaza sensacionalista, amenazando con querellas a aquellos que publicaran detalles sin su aprobación. «Las ancianas van a llorar, y la gente la querrá con locura», se jactó uno de los publicistas. «Todavía no nos han llegado ofertas de Hollywood, pero... Esta chica es una mina». Y vendieron entrevistas a periódicos y televisiones de todo el mundo. En 2010, Natascha publicó hasta un libro donde detallaba su encierro. No entraba en cuestiones 'íntimas', pero todo el mundo supone que fue sometida a abusos por parte de Priklopil, el tipo solitario que la raptó y que se suicidó horas después de su fuga. Ahora, cuando acaba de iniciarse el rodaje de una película basada en el libro con un presupuesto de seis millones de dólares, pocos en Austria dan ya crédito a la versión oficial sobre la historia de Natascha.
EL JURISTA QUE QUIERE REABRIR EL CASO. Las dudas son tantas que Johann Rzeszut, antiguo presidente del Tribunal Supremo austriaco, envió un informe de 50 páginas al Parlamento de su país y se está considerando la posibilidad de reabrir el caso. Los objetivos: reexaminar si efectivamente fue secuestrada por un solo hombre; si es posible que Priklopil estuviera vinculado a una red de pedófilos de la alta sociedad; si Natascha estuvo embarazada; si Priklopil efectivamente se suicidó tras su fuga o fue liquidado; y si la Fiscalía, la Policía y los políticos han conspirado para tapar la verdad, llegando hasta asesinar al inspector de Policía que dirigía la investigación. Rzeszut es uno de los juristas más respetados del país, fiscal antes de ser presidente del Tribunal Supremo, también es miembro de Transparencia Internacional, el organismo supranacional dedicado a combatir la corrupción. Su profundo conocimiento del caso Kampusch se deriva de su pertenencia a la comisión parlamentaria que examinó los errores cometidos durante la investigación policial. Cuando la comisión terminó su labor, a finales de 2009 (determinó que la Policía había ocultado pruebas iniciales que vinculaban a Priklopil con el rapto), Rzeszut -de 71 años- tenía previsto disfrutar de la jubilación. Pero todo cambió tras la muerte misteriosa de Franz Kröll, el inspector que trabajaba con Rzeszut en la comisión y que llevaba tres años investigando el caso. Rzeszut se quedó de piedra cuando, en julio de 2010, Kröll fue hallado muerto en su casa con un tiro en la cabeza.
EL INVESTIGADOR MUERTO EN EXTRAÑAS CIRCUNSTANCIAS. Karl Kröll es el hermano del inspector fallecido y también busca respuestas. «Días antes de su muerte, mi hermano me dijo que seguía investigando en secreto, ya que le habían ordenado dejarlo». La versión oficial es suicidio, pero Karl no lo cree. La Policía primero dijo que se había disparado un tiro con la mano izquierda en la sien izquierda, pero al saber que el finado era diestro modificó su conclusión y anunció que había empuñado el revólver con ambas manos, en una maniobra improbable. Karl añade que cualquier policía sabe que, para asegurarse el suicidio, uno tiene que dispararse en la boca. Hacerlo en la sien comporta muchos riesgos de quedar como un vegetal. Otro dato: el diario de su hermano ha desaparecido. «Mi hermano investigaba los círculos pedofílicos vieneses, con los que Priklopil estaba conectado», asegura. De hecho hace poco había conseguido la condena del propietario de un club por el intento de raptar a una chica de 17 años para que fuese violada por los socios de su establecimiento.
Priklopil visitaba el club con frecuencia. «Mi hermano me dijo que en el caso estaban implicados políticos y empresarios austriacos», agrega Karl. «Estaba empeñado en que esas personas dieran con sus huesos en la cárcel. Pero la investigación tenía que llevarla por su cuenta, pues el asunto era peligroso. Mi hermano también me dijo que alguien estuvo revolviendo en su despacho».
Al enterarse de que Karl Kröll tenía en su poder varias pertenencias de su hermano muerto, entre ellas una memoria de seis gigabytes, la Policía le encerró en un calabozo con la exigencia de que se los diera. «Cuando me enteré de la muerte del inspector -explica Rzeszut-, me dije que si había tantas presiones de lo más alto de la Fiscalía para acabar con la investigación de un policía concienzudo, mi deber era hacer algo. Y envié el informe al Parlamento». Desde el momento de su liberación, Natascha siempre ha insistido en que fue secuestrada por un hombre solo: Priklopil. «Pero algo no cuadra -dice Rzeszut-. La primera vez que la Policía le preguntó si Priklopil tenía cómplices, Natascha respondió: 'No sé sus nombres'». Pero lo que más llama la atención de Rzeszut es que una testigo de lo sucedido, una niña de 12 años llamada Ischtar A., desde el primer momento afirmó haber visto cómo dos tipos secuestraban a Kampusch cuando iba al colegio. Rzeszut explica que, cuando dos personas dan versiones distintas, «como investigador uno tiene que responderse a la pregunta: '¿Cuál tiene motivos para mentir?'.
La otra niña, que lo vio todo desde la acera de enfrente, ni siquiera conocía a Kampusch. ¿Por qué iba a inventarse la existencia de un segundo secuestrador? Kampusch, en cambio, puede tener sus motivos. Quizá haya sido amenazada por este segundo delincuente. También puede darse el síndrome de Estocolmo... y que Kampusch no quiera que a ese otro le pase nada malo». Rzeszut considera que desde el principio la Fiscalía tendría que haber asumido la existencia de dos raptores, basándose en la declaración de una testigo fiable. Para él, desde el mismo inicio de la investigación, un hombre aparece vinculado al caso de forma extraña y sospechosa.
EL AMIGO EXTRAÑO. Ernst Holzapfel era el único amigo de Priklopil y su socio en una empresa inmobiliaria. En marzo de 1998, justo después del rapto, Holzapfel transfirió medio millón de chelines a la cuenta de Priklopil. Una semana después, la mayor parte de esa suma fue devuelta a Holzapfel. Holzapfel, en principio, aseguró que Priklopil le había pedido prestado esa cantidad para comprarse un Porsche, pero que luego cambió de idea. Sin embargo, cuando a Holzapfel le señalaron que Priklopil acababa de adquirir un costoso automóvil, Holzapfel cambió su versión y dijo que todo fue para pagar menos impuestos.
Rzeszut dice que él y la comisión consideraban esencial seguir investigando una posibilidad: la de que Kampusch hubiera sido secuestrada por encargo de una red de pedófilos, pero que algo saliera mal en el último momento, por lo que nunca llegó a ser puesta en manos de dicha trama. La propia Kampusch ha declarado que, inmediatamente después de ser raptada, Priklopil le dijo: «Voy a llevarte a un bosque y dejarte en manos de los otros». De hecho, su secuestrador la llevó a un bosque, pero, tras efectuar varias desesperadas llamadas telefónicas, le dijo: «¡No van a venir!». Priklopil entonces la condujo a su casa, en la que no habían hecho preparativos para un cautiverio: en el sótano no había colchón ni comida. Holzapfel estuvo en la casa de Priklopil varias veces durante los años que Kampusch estuvo cautiva. Sin embargo, el amigo asegura que nunca vio nada extraño. Los abogados del padre de Kampusch no lo tienen tan claro y quieren que declaren unos testigos que recuerdan haber visto a Holzapfel en compañía de Kampusch y Priklopil.
En agosto de 2006, menos de una semana después de la fuga de Kampusch, Holzapfel concedió una rueda de prensa en la que reconoció haber visto a Kampusch una vez. Según declaró, cosa de un mes antes, en la sala para celebraciones de la que Holzapfel era propietario, Priklopil se la presentó como su «amiga». La chica parecía «feliz». Holzapfel refirió un episodio aún más extraño en esa rueda de prensa. Según dijo, la tarde del 23 de agosto -el día de la fuga de Kampusch- Priklopil lo telefoneó «muy nervioso».
Los dos amigos se pasaron horas seguidas recorriendo Viena en coche. Priklopil le contó que se había emborrachado y había cruzado un control policial sin detenerse, por miedo a perder el carné de conducir. Cuando creyó haber convencido a Priklopil de que lo mejor sería que se presentase voluntariamente en comisaría, Holzapfel regresó a su sala de celebraciones. Tres años después, Holzapfel tuvo que reconocer que todo cuanto había dicho era mentira. En su nueva versión, su amigo reconocía haber perpetrado el rapto de Natascha y confesaba ser «un secuestrador y un violador».
Según añadió, ambos estuvieron circulando por Viena durante cinco horas. Priklopil finalmente escribió la palabra 'mamá' en un trozo de papel y pidió a Holzapfel que escribiera y enviara a su madre el resto de la nota de suicidio. «En la comisión nos dijimos que esta historia era insostenible por completo -afirma Rzeszut-. Un grafólogo examinó la palabra 'mamá' y dictaminó que no era la letra de Priklopil, pero que sí podía ser la de Holzapfel». Rzeszut agrega: «La historia es una invención. Y aquí es preciso preguntarse: ¿qué puede llevar a un hombre a presentar una nota escrita con su puño y letra en la que se sugiere el suicidio de otro hombre? Empezamos a preguntarnos si Priklopil efectivamente se había suicidado».
EL ASESINO... ¿ASESINADO? Wolfgang Priklopil supuestamente se suicidó arrojándose bajo un tren que casi le cercenó la cabeza del cuerpo. Sin embargo, las fotografías del depósito de cadáveres muestran escasas contusiones. Tampoco se le llegó a tomar la temperatura al cuerpo, lo que podría haber aclarado si fue asesinado con anterioridad y más tarde situado sobre las vías para que pareciera un suicidio. El empleado de tren que halló el cadáver nunca fue interrogado.
Rzeszut también duda de muchas de las declaraciones de Natascha. Hay indicios de que, con el tiempo, su relación con Priklopil fue tornándose mucho más ambigua que la descrita por ella, quien en público siempre se refiere a una relación de brutalidad/obligada sumisión. Una vecina de Priklopil vio a Kampusch varias veces en el exterior de la vivienda, trabajando en el jardín. «Wolfgang explicaba que era una empleada del socio que tenía en la empresa», recuerda esta vecina. La propia Kampusch ha reconocido que Priklopil y ella salían en coche «varias veces por semana». Más tarde, la Policía descubrió que los dos se habían marchado de excursión por lo menos 13 veces, incluso a esquiar y, según los agentes, en el momento de la fuga de Kampusch, el sótano en el que supuestamente llevaba ocho años encerrada «no podía ser descrito como habitado» y parecía ser usado como almacén. Las ropas y los artículos de aseo de Kampusch estaban en el piso superior y alguien había dormido en el segundo dormitorio de la vivienda.
Cuando la Policía informó a Kampusch de la muerte de Priklopil, la muchacha «rompió a llorar inconsolable». Hasta fue al depósito de cadáveres y prendió un cirio. Sufría «síndrome de Estocolmo en grado extremo», en palabras del psiquiatra que la examinó en primera instancia. Kampusch más tarde compró la casa en la que estuvo encerrada. Hay indicios de que Kampusch pudo haberse quedado embarazada de Priklopil.
Al ser sometida a un primer reconocimiento médico, Natascha preguntó si a partir de un análisis de sangre era posible saber si una mujer había estado embarazada. En el sótano se encontró un libro sobre el embarazo y los cuidados del bebé y un mechón de pelo no identificado. Kampusch insiste en que tales especulaciones son «indignantes». «Si pregunté sobre la cuestión, fue porque el cuerpo humano siempre me ha interesado. Pero no porque tuviera que ver conmigo». Kampusch no ha querido ser entrevistada para este artículo.
Mientras trato de encontrarle el sentido a esta historia extraña y trágica, pregunto a Ludwig Koch qué es lo que más le ha sorprendido de su hija. No vacila en responder: «La mayor sorpresa de todas me la llevé al saber que, después de su fuga, Natascha había hecho más de cien llamadas telefónica a Ernst Holzapfel». La primera tuvo lugar en octubre de 2006 y se prolongó durante más cinco horas; otras superaron las cuatro horas.
Christopher Goodwin
http://www.finanzas.com/xl-semanal/magazine/20120708/mentiras-sotano-2963.html