"Yo no soy bruja". La afirmación podría
parecer sacada de un libro de la Edad Media, pero es real y pertenece a
Georgette, una niña de Togo, a la que su madrastra obligó a meter sus manos
en agua hirviendo para comprobar si era bruja. "Si no pasaba nada es
que era bruja, pero pasó y mis manos están marcadas de por vida", se
lamenta la joven.
Como ella, cientos de niños son acusados de brujería
en el África subsahariana, una cifra que, lejos de disminuir, va en aumento.
Tan sólo en 2013, en la región de Kara, situada en el país africano de Togo, casi
1.000 niños y niñas fueron acusados de brujería.
De hecho, con la llegada del ébola
muchos menores están siendo señalados como brujos porque sus padres han
muerto a causa del virus, que es percibido en algunas zonas como una
maldición y no como una enfermedad.
Ante esta situación, los misioneros salesianos
han elaborado un informe realizado por Patricia Rodríguez, directora de
proyectos, y han lanzado la campaña 'Yo no soy bruja' para concienciar a la
sociedad, a los gobiernos y a la comunidad internacional sobre este problema y
para que los agresores no queden impunes.
De los ancianos a los niños
Aunque en un principio se solía tildar de hechiceros a
los ancianos, las denuncias se fueron extendiendo con el tiempo a las mujeres
y, en los últimos años, a los niños, el eslabón más vulnerable de la sociedad:
huérfanos que viven con otros familiares y suponen una carga; hijos de
padres viudos que se vuelven a casar o niños enfermos o con alguna
discapacidad.
"La cultura de la brujería está muy arraigada
porque son muy espiritualistas. La pobreza genera enfermedad y la enfermedad
genera muerte. A más pobreza, más enfermedades y más muertes y más búsqueda
de culpables. Si pasa algo malo en la familia, culpan al niño que no es
normal, al diferente. En ocasiones, son los más inteligentes, los primeros de
la escuela, pero la gente piensa: 'este niño progresa y los míos, no' y,
entonces le culpan a él", asegura José Luis de la Fuente, misionero
salesiano y director del hogar Don Bosco en la región de Kara.
En África existen creencias ancestrales en las que la
magia y la brujería tienen un papel relevante. Según estas convicciones,
hay un mundo visible en el que vivimos y otro invisible en el que habitan los
espíritus con los que los brujos y chamanes pueden interactuar. Estas
tradiciones no se circunscriben sólo a la clase más pobre o analfabeta, sino
que son generales para toda la población, con independencia de su nivel
económico o social.
Tradicionalmente, los brujos eran ancianos a
los que se respetaba y a los que se pedían hechizos para sanar a algún familiar
o para no perder la cosecha.
"Yo no soy bruja". La afirmación podría
parecer sacada de un libro de la Edad Media, pero es real y pertenece a
Georgette, una niña de Togo, a la que su madrastra obligó a meter sus
manos en agua hirviendo para comprobar si era bruja. "Si no
pasaba nada es que era bruja, pero pasó y mis manos están marcadas de por
vida", se lamenta la joven.
Como ella, cientos de niños son acusados de
brujería en el África subsahariana, una cifra que, lejos de disminuir, va en
aumento. Tan sólo en 2013, en la región de Kara, situada en el país africano de
Togo, casi 1.000 niños y niñas fueron acusados de brujería.
De hecho, con la llegada del
ébola
muchos menores están siendo señalados como brujos porque
sus padres han
muerto a causa del virus, que es percibido en algunas zonas como una
maldición y no como una enfermedad.
Ante esta situación, los
misioneros salesianos
han elaborado un informe realizado por Patricia Rodríguez, directora de
proyectos, y han lanzado la campaña 'Yo no soy bruja' para concienciar a la
sociedad, a los gobiernos y a la comunidad internacional sobre este problema y
para que
los agresores no queden impunes.
De los ancianos a los niños
Aunque en un principio se solía tildar de
hechiceros a los ancianos, las denuncias se fueron extendiendo con el tiempo a
las mujeres y, en los últimos años, a los niños, el eslabón más vulnerable de
la sociedad: huérfanos que viven con otros familiares y suponen una carga; hijos
de padres viudos que se vuelven a casar o niños enfermos o con alguna
discapacidad.
"La cultura de la brujería está muy
arraigada porque son muy espiritualistas. La pobreza genera enfermedad y la
enfermedad genera muerte. A más pobreza, más enfermedades y más muertes y más
búsqueda de culpables. Si pasa algo malo en la familia, culpan al niño
que no es normal, al diferente. En ocasiones, son los más inteligentes, los
primeros de la escuela, pero la gente piensa: 'este niño progresa y los míos,
no' y, entonces le culpan a él", asegura José Luis de la Fuente, misionero
salesiano y director del hogar Don Bosco en la región de Kara.
En África existen creencias ancestrales en las
que
la magia y la brujería tienen un papel relevante. Según
estas convicciones, hay un mundo visible en el que vivimos y otro invisible en
el que habitan los espíritus con los que los brujos y chamanes pueden
interactuar. Estas tradiciones no se circunscriben sólo a la clase más pobre o
analfabeta, sino que son generales para toda la población, con independencia de
su nivel económico o social.
Tradicionalmente, los brujos eran
ancianos a los que se respetaba y a los que se pedían hechizos para
sanar a algún familiar o para no perder la cosecha.
ANA DEL BARRIO