Rosa Santos, de 49 años, fue secuestrada en Madrid en 1985. Los raptores pidieron 90.000 euros de rescate a su esposo, dueño de varios restaurantes chinos. Jamás apareció
Rosa Santos Vega había nacido en Palencia el mismo año que estalló la Guerra Civil. Cuarenta años después, viuda y sin hijos, vivía en Madrid, en la calle de Hierbabuena (distrito de Tetuán). En la misma finca -la número 63- donde residía Then Paw Jung Kuo, un asiático nacido en 1925, que acababa de llegar a España. Se casaron y más tarde trasladaron su domicilio a la calle de Luis Cabrera, cerca de la de Cartagena, donde él acabaría montando un restaurante de comida china al que bautizó con el nombre de su país de origen: Taiwan.
El 31 de enero de 1985, ocurrió algo que dio un vuelco a la vida de la pareja. Ese día de hace ya casi un cuarto de siglo, Rosa desapareció. Durante muchas horas, nadie supo nada de ella. Hasta que sobre las ocho de la tarde se recibió una llamada en el restaurante Taiwan.
-¿Es usted Then Paw? -preguntó una voz anónima.
-Sí...Dígame.
-Escuche atentamente. Tenemos a su mujer. En una papelera próxima al estadio Bernabéu encontrará una nota con instrucciones. Ya le volveremos a llamar...
La nota no dejaba lugar a dudas: Rosa había sido secuestrada y los raptores fijaban su rescate en 15 millones de pesetas (unos 90.000 euros).
Tras una nueva comunicación de los secuestradores para confirmar si el marido de la víctima estaba dispuesto a pagar el dinero, aquellos le hicieron saber que habían dejado un nuevo sobre junto a un quiosco del paseo del Pintor Rosales, cerca de Moncloa. Contenía la primera página de El PAÍS correspondiente a esa fecha -el 2 de febrero- en la que Rosa había escrito de su puño y letra seis palabras: "Tei Po, no puedo más. Rosita". Era la llamada prueba de vida, la demostración de que la rehén estaba viva y en poder en sus captores.
Cuarenta y ocho horas más tarde, se produjo una crispada conversación entre Then Paw y el portavoz de los secuestradores, en la que éste llegó a amenazar con asesinar a Rosa. Después, anunció la entrega de un nuevo mensaje depositado en la capilla de la ermita de San Antonio de la Florida. En el sobre había una cuartilla en la que la víctima había escrito: "Ésta es mi fotografía. Y que se dejen tus informadores de que me quieren ver antes. Ni un recado más. Son las 20.00 horas". Y junto a ese papel había un pedazo de la portada del diario Ya correspondiente a la fecha del 4 de febrero de 1985. Una nueva prueba de vida para convencer al empresario chino de que pagase el rescate exigido.
La Brigada de Policía Judicial de Madrid estaba al tanto de las negociaciones desde el primer momento. Así que las misivas enviadas por los raptores fueron sometidas a análisis en busca de pistas. Por eso, al estudiar la página del Ya, descubrieron junto al logotipo del viejo diario de la Editorial Católica una huella dactilar correspondiente al índice de la mano derecha de un tal José Joaquín A. A., un individuo de 43 años, que estaba fichado de antes por diversos delitos de estafa.
-Señor, Then Paw, ¿tiene ya el dinero?
-Sólo he logrado reunir 12 millones de pesetas. Necesito más tiempo. Y, además, quiero que me envíen una foto de mi esposa para comprobar que está bien...
-No. No habrá más fotos. Pero estamos dispuestos a dejar libre a su mujer si nos entrega esos 12 millones de pesetas, replicó el portavoz de los delincuentes.
Then Paw, nervioso y desesperado, aceptó proceder a la entrega del dinero si así ponía fin al terrible martirio que sin duda debería estar afrontando su esposa.
-Bien. Parece que empezamos a entendernos. Mire, la entrega del dinero tendrá que hacerla Pepe, su antiguo socio. Que coja un Renault 5 y ya le iremos indicando lo que tiene que hacer y dónde ir. ¿Está claro?
Conseguido el Renault 5, un inspector del Grupo de Homicidios suplantó al tal Pepe al volante del coche. Pero no sólo eso, sino que otro policía se metió en el angosto maletero del automóvil para, llegado el caso, apoyar a su compañero.
Después de una auténtica guerra de nervios, de tensar la cuerda de las negociaciones, el secuestrador volvió a telefonear para indicar que Pepe debería dirigirse hasta una gasolinera de la calle de la Virgen del Puerto, en la ribera del Manzanares. El policía fue allí y encontró, oculto en la manguera de uno de los surtidores, un sobre con un recorte del diario Ya de fecha 5 de febrero. Y, junto a él, un papel en el que el anónimo criminal que jugaba al ratón y al gato señalaba que debería encaminarse a una nueva cita en el número 4 de la Ronda de Segovia.
Cuando el policía pisaba el acelerador para llegar lo antes posible al punto señalado, sonó el teléfono en el restaurante Taiwan, en la esquina de la calle de Cartagena con la avenida de América:
-Diga a Pepe que se vuelva, que no vaya al lugar indicado, gritó enfurecido el anónimo comunicante.
-¿Qué es lo que ocurre? Yo estoy cumpliendo lo acordado..., se quejó Then Paw.
- ¿Sí? Dijimos desde el primer momento que no avisase ni dijese nada a la policía...
-Pero yo no he avisado a la policía.
-¿No? Pues hemos visto un coche de la policía muy cerca de la Ronda de Segovia... Usted verá lo que hace. Rosa está en una cloaca y sólo tenemos que dejarla ahí para que se muera. Usted decide.
Los agentes del Grupo de Homicidios se movilizaron rápidamente y, a través de su emisora, pidieron que se alejara de la Ronda de Segovia cualquiera de los patrulleros que estuvieran por la zona. Sólo había una dotación de la Policía Municipal, que había acudido allí tras ser alertada por un vecino sobre la existencia de un peligroso socavón en el asfalto.
Sin embargo, el secuestrador ya no volvió a contactar ese día. En los sucesivos, llamó en repetidas ocasiones para fijar una nueva cita del canje. Pero siempre ocurría lo mismo: establecía un lugar para la entrega del dinero, pero al poco volvía a telefonear para anular las instrucciones.
-Otra vez hemos vuelto a ver policías por la zona. Se lo advierto, señor Then Paw, está usted jugando con fuego. Si quiere volver a ver con vida a su mujer, lo único que puede hacer es darnos el dinero y ordenar a la policía que no se entrometa...
El interlocutor de los delincuentes estaba cada vez más tenso. Parecía víctima de un ataque de paranoia aguda. Veía policías por todas partes. Nadie sabía si era una táctica para sacar de quicio al empresario asiático o si realmente todo era fruto de un prolongado ataque de nervios.
"En una ocasión indicó que se hiciera la entrega del dinero junto a la iglesia de los Jerónimos, muy cerca del Museo del Prado. Exigió que la pasta estuviera dentro de una maleta atada a una cuerda. Fuimos y cumplimos a rajatabla las instrucciones, aun a riesgo de que nos acribillaran a tiros. Pero no apareció nadie a recoger la maleta", recuerda hoy, 24 años después, uno de los inspectores que participaron en la investigación.
El 12 de febrero, es decir, cuando aún no habían transcurrido ni dos semanas de secuestro, el anónimo comunicante volvió al telefonear al restaurante Taiwan. Su tono conminatorio sonaba a ultimátum:
-¡Quiero hablar con Pepe!, exigió con sequedad.
-Lo siento. No está en estos momentos...
Sonó un click. El secuestrador cortó la llamada. Fue el último contacto. Desde ese momento, no volvió a haber más llamadas ni más cartas. Sólo el más espeso e inquietante silencio. Un presagio de los más negros augurios sobre la suerte de Rosa Santos.
La policía, no obstante, decidió armarse de paciencia y esperar. Aguardó un mes y medio más. Y, al final, decidió detener a José Joaquín A., el hombre cuya huella dactilar había sido encontrada en el recorte del diario Ya depositado en la ermita de San Antonio de la Florida. Junto con él fue arrestada su compañera sentimental, Concepción F. A., que había trabajado para Then Paw y que había sido despedida por éste alrededor de un año antes del secuestro.
Los investigadores sospechaban que Concepción podía ser quien hubiera facilitado información sobre la víctima y su esposo. Podría haber sido ella quien contase a su compañero sentimental que el empresario oriental había reunido unos 30 millones de pesetas (unos 180.000 euros) por el traspaso de tres de sus restaurantes. Ese dato quizás despertó la codicia de su novio, quien ya había tenido anteriormente algún tropiezo con la justicia por emitir cheques sin fondos.
El secuestrador que llamaba para dar instrucciones solía utilizar algunas palabras extranjeras, tales como okey y ticket, lo que inducía a pensar a los investigadores que pudiera ser extranjero o que hubiese vivido en el extranjero. Un indicio más contra José Joaquín, que había trabajado durante años en Londres y tal vez allí hubiera adquirido el hábito de emplear tales barbarismos.
El sospechoso, que en ningún momento confesó su participación en los hechos, fue encarcelado y posteriormente sentenciado por detención ilegal de una persona (secuestro) sin dar razón de su paradero. Los jueces le aplicaron el mismo artículo del Código Penal que sirvió para condenar a tres policías por el caso de Santiago Corella, El Nani, un joven delincuente al que arrestaron en 1983 y del que jamás se volvió a saber nada tras su paso por los calabozos de la Direccción General de Seguridad de Madrid. Y el mismo precepto legal que los tribunales aplicaron a los miembros del GRAPO que tuvieron secuestrado en 1995 al empresario Publio Cordón, del que nunca se ha vuelto saber si está vivo o muerto.
Desde siempre -y todavía hoy- algunos de los agentes que participaron en la investigación tuvieron la sospecha de que el cerebro del secuestro era un cincuentón que en aquella misma época se dedicaba a chantajear a mujeres. Ligaba con ellas, las llevaba a un paraje apartado de Madrid y allí mantenían relaciones sexuales. A continuación, el chantajista les llamaba diciéndoles que tenía fotos de su encuentro amoroso y les sacaba el dinero a cambio de no difundir las imágenes comprometidas.
Ese mismo individuo había estado implicado en el secuestro de María Altagracia Trujillo, nieta del ex dictador dominicano Leónidas Trujillo, y de su novio. El secuestro de la pareja, perpetrado el 2 de junio de 1969 en la carretera de El Escorial a Villanueva del Pardillo, duró ocho días, al término de los cuales resultó que todo había sido un montaje urdido para sacar 10 millones de pesetas a la familia Trujillo.
Con anterioridad, el mismo sujeto había estado implicado en otro secuestro: el de Francisco Simó Cabezas, de 30 años, hijo de un industrial madrileño, que desapareció el 10 de agosto de 1967. El padre pagó un millón de pesetas de rescate, pero la víctima nunca apareció. Ni viva ni muerta.
"Mis compañeros y yo siempre tuvimos la convicción de que ese delincuente tenía algo, o mucho, que ver en el secuestro de Rosa Santos. Pero no fuimos capaces de hallar ningún indicio que nos permitiera relacionarle", declara con desolación uno de los inspectores que más trabajó en el caso.
¿Qué le sucedió a madame Taiwan? La policía, que entonces contaba con pocos medios y cuyos métodos científicos estaban en pañales, fue incapaz de aclararlo. Pero nadie duda de que está muerta, aunque jamás se haya encontrado su cuerpo. ¿Es posible deshacerse de un cadáver sin dejar rastro? Es posible. A la vista está. ¿Qué querría decir el secuestrador cuando dijo a quello de que "Rosa está en una cloaca y sólo tenemos que dejarla ahí para que se muera"?
Jesus Duva
3 comentarios:
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