Se acaba de emitir el último
episodio en Estados Unidos de The Jinx: the life and deaths of Robert Durst,
la serie documental de HBO que desgrana la increíble historia de un millonario
acusado de asesinato. La obra de Andrew Jarecki, Marc Smerling y Zachary
Stuart-Pontier ha conseguido lo que no había logrado hasta ahora la policía:
desentrañar la verdad del caso.
“Los maté a todos, por supuesto”. Con estas
palabras, pronunciadas por el multimillonario Robert Durst y grabadas por
un micrófono que llevaba puesto en su solapa y de cuya existencia se olvidó
durante una visita al cuarto de baño, termina el relato documental de HBO, The jinx: the life and deaths
of Robert Durst. El acaudalado agente inmobiliario se
declara culpable sin saber que está siendo escuchado. ¿Culpable de qué? Esta es
su historia.
Cuando Robert tenía siete años su padre le acercó
a una ventana del pasillo de su casa desde la que vio a su madre de pie sobre
el tejado de la vivienda. Según cuenta él, azuzado por su padre, la saludó con
la mano, pero no tiene claro si ella le vio o no. Segundos después, el cuerpo
de Bernice Durst yacía sobre el césped de la casa.
Esa fue la última vez que Robert saludó a su
madre, su último adiós literal y figurado. Y a partir de ahí su vida
quedó marcada de esa manera en la que quedan marcadas las vidas de tantos
psicópatas y asesinos en serie que en su infancia sufrieron abusos
sexuales o contemplaron el asesinato, el suicidio, el maltrato de algunos de
los miembros de su entorno.
Una realidad que por contada tantas veces desde
la ficción suena a cliché. Una explicación de lo injustificable, necesaria e
insuficiente al mismo tiempo. Y en este caso, además, mentira.
Según Douglas Durst, hermano de Robert, su padre nunca
acercó al protagonista de esta historia a la ventana, sino que se trataba de un
burdo intento de su hermano por justificarse. De nuevo, una explicación de lo
injustificable, necesaria e insuficiente al mismo tiempo.
Treinta y dos años después del trágico episodio
que, aderezado o no, sin duda marcó la vida de toda la familia Durst, Robert ya
había formado la suya propia tras casarse con Kathie, que de nuevo fue marcada
por la tragedia. “Si algo me pasa, lo sabrás. Tengo miedo de que me
haga algo”. Estas fueron las palabras de Kathie a Gilberte Najamy, una
amiga suya, la última persona que la ha visto. Ambas se encontraban en una
fiesta en casa de Najamy. Kathie se estaba marchando después de que su esposo
la hubiese llamado por teléfono muy alterado.
Era habitual que discutieran. Ella había
comentado en su entorno más cercano que él la había agredido verbal y
físicamente en más de una ocasión. Aquella llamada de teléfono fue la última
vez. Nunca más se la volvió a ver. Robert tardó cinco días en avisar a la
policía de la desaparición de su esposa, de la cual, por razones obvias, fue
sospechoso desde el primer momento.
El cuerpo de Kathie nunca se encontró.
Y sin cuerpo no hay delito. Es algo que no sólo la policía, la judicatura y
ciertos criminales conocen, sino también cualquier seguidor de procedimentales
televisivos.
Dieciocho años llevaba el caso de la desaparición
de Kathie Durst entre paréntesis cuando la fiscal del distrito de Westchester, Jeanine
Pirro, decidió reabrirlo por la aparición de ciertos indicios de la
muerta de Kathie, que nunca llegaron a confirmarse. Pero un nuevo giro de los
acontecimientos hizo que el caso recobrara su fuerza: el cuerpo de Susan Berman,
amiga de Robert y Kathie, yacía sin vida en su casa de Beverly Hills. O más
bien en "BeverlEy Hills", nombre resultante de una falta de
ortografía que llamaba la atención de la nota manuscrita que llegó a la
comisaría de policía de Westchster alertando de la muerte de Susan y cuya
autoría -muy probablemente la misma que la del crimen– nunca fue identificada.
Un disparo en la nuca había acabado con la vida
Susan. La investigación concluyó que lo más probable es que su asesino
fuera alguien de su entorno, ya que no había signos de forcejeo, ni en
la entrada ni en el interior de la casa y la propia postura de la asesinada (de
espaldas a su asesino) indica que no temía por su vida.
¿Qué hizo que se estableciera una vinculación
entre su asesinato y la desaparición de Kathie Durst ocurrida dieciocho años
atrás, además de la suposición de que conocía a su asesino? Por aquella época
Susan en enfrentaba a problemas de liquidez y, después de pedir dinero a varios
de sus conocidos, decidió recurrir a Robert, al que envió una
carta en agosto del año 2000 pidiéndole siete mil dólares.
Robert no contestó a esa carta hasta noviembre,
cuando la reapertura del caso de la desaparición de Katy estaba en el aire ¿y
qué hizo? Enviar un cheque de 25000 dólares a Susan con una nota: "No
es un préstamo, es un regalo".
De nuevo un callejón sin salida: en esta ocasión
había cuerpo e indicios, una carta manuscrita muy probablemente de puño y letra
del asesino e incluso un móvil. Se cree que Robert podía sospechar que Susan
hablara con la fiscal del distrito Pirro y para evitarlo intentó primero
sobornarla, pero después decidió asegurar el silencio de su amiga
matándola. Sin embargo no había pruebas.
No hubo que esperar mucho, no obstante, a un
nuevo devenir de los acontecimientos que parece diseñado como clímax de una
película: tuvo lugar en septiembre de 2001. James, un adolescente
de 13 años, pescaba junto a su padre, que ayudaba a su hermana de ocho años a
colocar su anzuelo en el sedal, en la costa de la parte texana del golfo de
México correspondiente a la ciudad de Galveston, cuando lo que vio le hizo
girarse hacia su padre y gritar: un torso humano desmembrado,
flotando en el mar. Sin cabeza, sin brazos, sin piernas.
La cabeza nunca apareció, pero gracias a las
huellas dactilares la policía concluyó que el cadáver (más bien lo que quedaba
de él) había pertenecido a Morris Black. Un registro en su
casa determinó que el asesinato había tenido lugar allí y que su vecina, Dorothy
Ciner, una señora de mediana edad, también parecía implicada en el
caso ya que en su vivienda también se encontraron manchas de sangre de Morris.
Hasta aquí, ninguna vinculación con Robert Durst.
O más bien ninguna aparente, ya que el rastreo de recibos encontrados en la
basura de la vivienda ayudaron a determinar que en realidad Dorothy
Ciner era Robert Durst. Una peluca y un nombre de mujer que tomó
prestado de una de sus compañeras de instituto le bastaron para crearse una
falsa identidad.
Era Dorothy Ciner delante de su casero, al cual
vio unas cuatro o cinco veces en el tiempo que vivió en Galveston, y también
era Dorothy Ciner para su vecino, Morris Black, que veía como
la señora de mediana edad a veces recibía en su casa a un tal Robert
Durst. Sin embargo, como es obvio, nunca los vio juntos en este cruce
de Tootsie con Zodiac.
Robert fue arrestado poco tiempo después por el
asesinato de su vecino, a la espera del juicio que determinara su culpabilidad.
En Texas sólo aquellos que cometen asesinato al mismo tiempo que otro delito o
aquellos que asesinan a un policía o a un federal permanecen en prisión sin
fianza. No era, pues, el caso de Robert, que tras pagar 300.000 dólares
tenía como única restricción firmar en el juzgado una vez al mes.
Pero nunca volvió. Siete semanas estuvo a la fuga
hasta que le capturaron por robar un sándwich en un supermercado.
Llevaba 38.000 dólares en el coche, así que enseguida se especuló con que
Robert Durst quería ser atrapado en un alarde de fanfarronería: ni siquiera
dejándome coger podrán hacerlo de verdad.
Y así fue: la justicia ha sido incapaz de probar
la culpabilidad del magnate en estas muertes. Un cold case de manual
que en la era de Serial, el podcast que investigó otro crimen
que tuvo lugar hace más de una década en Estados Unidos y que mantuvo en vilo a
su audiencia hace unos meses, pedía a gritos ser abierto.
En el rompecabezas faltaba una pieza, algo que
incriminara definitivamente a Robert, algo que sólo ha salido a la luz gracias
a la brillante y exhaustiva investigación que han hecho durante más de diez
años Andrew Jarecki, el director de Capturing the
Friedmans, el escalofriante documental que estuvo nominado al Oscar en
2003, Marc Smerling, que colaboró como fotógrafo durante el
rodaje del citado documental y Zachary Stuart-Pontier.
Esa pieza clave llega a sus manos en forma de
carta, la que el hijastro de Susan Berman encuentra entre sus
pertenecias, un sobre manuscrito en el que figura una dirección que da
la clave: "BeverlEy Hills" y una caligrafía y falta de ortografía que
nos resulta familiar: nos lleva inmediatamente a la carta que llegó a la
comisaría de Westchester avisando del asesinato de Susan Berman. ¿El remitente?
Robert Durst.
Se cree que este es uno de los indicios que ha
hecho que se detuviese el pasado domingo en un hotel de Nueva Orleans al
protagonista del documental que en España emite Canal +, a ese anciano, que con una
aparente indefensión física ajena a su presunta culpabilidad y paradójicamente
unida a una frialdad casi burocrática, nos ha mirado a los ojos para contarnos
cómo ha escapado de la detención definitiva todos estos años.
Por si quedaban dudas, horas después de su
arresto, se emitió en Estados Unidos la última entrega del documental
que termina tal y como ha comenzado esta historia, con el aparente error de su
protagonista: "Los maté a todos, por supuesto". La policía de Los Ángeles ha declarado que la detención del
multimillonario no tiene nada que ver con la emisión del documental, si
bien, sus creadores han puesto de manifiesto que llevan dos años en contacto
con la policía. Si resulta condenado, Durst se enfrentará casi con total
seguridad a la pena de muerte.
Aparente error, porque cabe especular con la
posibilidad de que un tipo como Robert Durst, que pedía a gritos que lo
detuvieran para demostrar que por mucho que se le acercara la policía, él
siempre iba un paso por delante, esté jugando su última carta, llevando su
fanfarronería hasta sus últimas consecuencias, pues se trata de una detención
cautelar y la grabación del audio podría no ser considerada válida en un juicio, ya
que fue obtenida sin que la persona que es grabada fuera consciente de que lo
estaba siendo. Desestimar que las cartas tienen la misma autoría parece
una tarea más complicada. Sin embargo, lo difícil será vincular con
pruebas que la autoría de la primera, la que avisaba de la existencia del
cadáver de Susan, es de su asesino. No obstante, que la justicia actúe o pueda
actuar es el epílogo a esta historia. El espectador ya sabe la verdad,
menos importan sus consecuencias.
Poner en pie este caso ha sido obra de varias
decenas de agentes de policía, de la justicia, encarnada entre otros en la peculiar
fiscal Pirro, que bien podría aparecer en cualquier episodio de The good
wife, de los amigos y familiares de algunos de los implicados y de un buen
puñado de desconocidos que colaboraron con todos ellos. Responder a su última
–en todas las acepciones del adjetivo– pregunta, ha sido obra de la televisión,
que en este caso no refleja otra cosa que la poderosa necesidad de contar una
historia.
PALOMA
RANDO
http://www.revistavanityfair.es/actualidad/articulos/los-mate-a-todos-por-supuesto-escalofriante-historia-robert-durst-the-jinx-the-life-and-deaths-hbo/20521
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