Lo que vamos a contar a propósito de la fotografía de hoy es espantoso. Es la muestra de que el mal existe, y está entre nosotros. Miren las caras de estos hombres y verán el rostro del Mal. Sin paliativos.
Empezaremos con un resumen suave del crimen que dio origen a la
expresión «El Hombre del Saco» y «El Sacamantecas». Imaginen un
pequeño pueblo de Almería en 1910. Francisco Ortega, alias «El Moruno» padece
una tuberculosis que le carcome. Una curandera le pone en contacto con un
sujeto que entre otras fechorías se hace pasar por curandero. La cura es
sencilla: «El Moruno» debe beber la sangre de un niño y untarse el pecho con
las entrañas calientes de la criatura.
Los sujetos salen de «caza» y atrapan a una pobre criatura de
siete añitos, Bernardo González Parra, que juega a las afueras del pueblo.
Le introducen boca abajo en un saco y se lo llevan. Le desangran con un
cuchillo y le extraen, aún con vida, las entrañas, para untar el pecho del
tuberculoso. Leona murió en la cárcel antes de poder recibir el garrote vil.
«El Moruno» y la curandera fueron ejecutados.
Esta es la narración suave de los hechos. A continuación
reproducimos la crónica de ABC del 11 de agosto de 1910. Les advertimos
que narra con todo lujo de detalles el crimen espantoso del pobre Bernardo.
«Gádor es un pueblo de unos 800 vecinos, estación en la línea férrea
de Linares a Almería, a 15 kilómetros de esta última ciudad. Un poco más abajo
de Gádor está Rioja, otro pueblo de 400 vecinos. En este pueblo, y en una
cueva, vivía, miserablemente un matrimonio con su hijo Bernardo González,
hermoso niño de siete años.
En Gádor vivía Francisco Leona, de setenta años, viudo, con hijos y
nietos y sujeto de muy pésimos antecedentes.
En dos cortijos próximos viven dos familias. Una de ellas, compuesta
de Pedro Hernández y Agustina Rodríguez y sus hijos, José y Julio. La otra la
componen Francisco Ortega, el Moruno, y su mujer, Antonia López, con varios
hijos.
El crimen
El Moruno está enfermo. Es un tuberculoso que ha sufrido varios
ataques de disnea. El viejo Leona, además de su fama de hombre malo, la tiene
de curandero. La familia del Moruno le consultó sobre la enfermedad de éste.
-El remedio es sencillo para acabar con esos «ajogos»—parece que
dijo;—con que beba la sangre caliente de un niño y con que le pongáis después-
las mantecas del propio niño sobre la tapa del pecho, ya está curado.
Y a aquellos salvajes se les ocurrió poner inmediatamente en
práctica aquel terrible plan curativo.
La víctima fue el niño Bernardo González, de quien antes hemos
hablado. Francisco Leona y Julio, provistos de un saco, marcharon en busca del
niño. Estaba bañándose con otros dos niños de su edad próximamente en las
cercanías de Rioja, cuando llegaron los feroces criminales, diciéndole que iban
a coger brevas y albaricoques y que lo llevaban al cortijo de Araoz, donde
estaba su hermano; el muchacho los acompañó voluntariamente algún trayecto;
mas, bien por instinto, bien porque el feroz semblante de los que habían de ser
sus asesinos llevase retratados los miserables y monstruosos propósitos que les
animaban, Bernardo quiso retroceder, y furioso el Leona lo cogió, al propio
tiempo que ordenaba a Julio que abriera el saco, metiendo en él, con la cabeza
para abajo, al inocente niño.
Dadas las vueltas al saco que Julio decía, para que la misma tela
sirviera de mordaza, carga el salvaje con el niño al hombro, atravesando
barrancos y parrales, hasta llegar donde la repulsiva vieja Agustina Rodríguez
los esperaba. También esperaba el Moruno provisto de una olla de porcelana, con
la paciencia de un tigre, la hora en que había de ser sacrificada la existencia
de un niño que aquellos malvados habían de inmolar.
A las nueve de la noche llegó José Hernández a su casa, donde
esperaban los cuatro asesinos, y procedieron al sacrificio del pobre niño.
Entre Julio Hernández, su hermano Tose y su infame madre Agustina sujetaron a
la desdichada criatura, en tanto que el miserable verdugo, el monstruoso Leona,
provisto de una navaja de hoja y filo finísimos, abrió una ancha herida en la
parte alta del costado, cortándole las arterias que afluyen al corazón, en
tanto que el salvaje Moruno I sostenía junto al borde de la herida la olla
donde recogía la sangre de su víctima, que bebió momentos después, como el
elixir que había de salvarle la vida.
Terminada la monstruosa operación, y, quizá, con vida todavía el
pobre niño, pusiéronse a discutir quién había de trasladarlo a la sepultura eme
de antemano habían buscado.
El tío Leona, director de aquella banda de asesinos sin entrañas,
quien en la extracción de la sangre tuvo un poderoso auxiliar, puesto que el
derramamiento que había de existir al abrir el cuerpo del niño era
infinitamente menor, armado de una navaja barbera, llamada vulgarmente
verduguillo, abrió aquel cuerpo infantil con la ayuda de Julio, que para mayor
comodidad del empedernido criminal sostenía los bordes de la atroz herida,
extrajo las substancias que según su bestial ciencia habían de hacerle recuperar
al Moruno la salud perdida.
Y ante aquel horripilante cuadro, ante tan atroz espectáculo, que
puede ofrecer el cuerpo de un niño abierto en canal, Francisco Ortega se colocó
en el pecho un emplasto de aquellas mantecas.
Nueva infamia
Los sanguinarios Leona, Julio, José y seguramente Agustina, hecha la
operación, trasladaron al niño Bernardo al barranco del Jalbo.
Los criminales pensaron, sin duda en desfigurar la cara del
muchacho, y colocando el cadáver en un hoyo, y sin el menor respeto para el cadáver
de su víctima, le machacaron la cabeza atrozmente, dejando pegada a las piedras
la masa encefálica de aquella cabeza rubita, que tantos mimos recibiera en vida
de sus desgraciados padres.
Todos los procesados, a excepción del Francisco el Moruno, están ya
convictos y confesos, y, por lo tanto, se ha desvanecido el temor que el
público abrigaba al principio de que el odioso crimen quedara impune.
La vieja Agustina no ha puesto todavía de manifiesto la cantidad
recibida de Antonio López, mujer de el Moruno, a cambio del terrible
sacrificio, porque sobre ello hace mostrado hasta aquí impenetrable; pero,
según Julio, el precio de su hazaña ha sido la cantidad de tres mil reales, que
son los que han servido de pago a estos feroces sicarios, después de la perpetración
de su delito infame, de su delito espantoso, que no se justifica ni por todo el
oro del universo»
Federico Ayala
http://www.abc.es/abcfoto/revelado/20140925/abci-crimen-hombre-saco-201409242057.html
EL CRIMEN DE GÁDOR EN "PAGINA DE SUCESOS" DE RTVE (1986)
EL CRIMEN DE GÁDOR EN "PAGINA DE SUCESOS" DE RTVE (1986)
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