Thandeka Mogantesi y Chwayita
Rathazayo, de 15 y 16 años, fueron
encontradas sin vida el pasado 19 de febrero en un
descampado de Dobsonville, Soweto,
vestidas con sus uniformes del colegio. Presentaban cortes en las manos y en el cuello.
Los investigadores hallaron velas negras y cuchillas de afeitar en la escena.
Dos compañeros de clase de las
víctimas, Thiko y Tumelo, fueron arrestados en conexión con el asesinato. Desde
la cárcel, declararon estar poseídos por el diablo. Fumaban
porros, leían la Biblia satánica y sacrificaban animales. Bebían sangre.
Tumelo conoció el satanismo en un
concierto, y comenzó a buscar información en Internet tras escuchar que esta
práctica le traería poder y
riqueza. Para los jóvenes de estos barrios marginales de Johannesburgo, víctimas frecuentes del maltrato y los abusos, salir de la
miseria y el tormento parece obra de un pacto con el diablo.
Es el último asesinato ritual que investiga la Policía sudafricana. En otro incidente separado, tres hombres fueron condenados a cadena perpetua el pasado jueves por el asesinato de una joven de 16 años. Hace meses, una menor fue quemada viva en un suceso similar.
Solo en la comarca de
Johannesburgo, la Unidad de Prácticas Religiosas Perjudiciales de la Policía
investiga hasta 48 crímenes relacionados con el ocultismo en los últimos tres meses.
Los tabloides sudafricanos
publican blanco sobre negro cada día nuevos supuestos casos, orgías satánicas de marihuana y
sexo, acrecentando los temores de una sociedad donde las creencias en lo
sobrenatural están profundamente arraigadas.
El
pastor evangelista Hennie de
Jager, teniente coronel de la Policía y director provincial de la Unidad de
Prácticas Religiosas Perjudiciales, convocó una rueda de prensa para alertar a
los padres sobre el incremento del número de jóvenes, principalmente de raza
negra, envueltos en prácticas ocultistas.
Según de Jager, los adolescentes
son captados con promesas de
riqueza y poder, se les administran drogas y se les obliga a participar en
rituales que a menudo incluyen violencia y abusos sexuales.
De Jager pidió a los padres que
estén atentos a cualquier signo de que sus hijos puedan haber caído en el satanismo.
Los síntomas incluyen «rebelión, baja
autoestima, consumo de drogas y alcohol, cambio de amistades, marcas en el
cuerpo, maltrato animal, dejar de ir a misa con la familia o un interés inusual
en libros o películas ocultistas».
La Policía no ha desarticulado hasta ahora
ninguna secta que capte a
adolescentes con estos fines y no ha aportado ninguna evidencia sobre la
existencia de tales grupos. El coronel De Jager rehusó hablar con ABC para
confirmar estos indicios y se remitió al contenido de su rueda de prensa. Pero
los mensajes de las autoridades han desatado ya la psicosis colectiva.
«Es el pánico satánico», explica
Nicky Falkof, doctora en Humanidades y Estudios Culturales de la Universidad de
Witswatesrnad. «Es el pánico
moral; un peligro imaginarioen el que depositamos nuestros miedos. Nos
facilita un enemigo que representa todos los males de la sociedad».
«Lo cierto es que no existe culto
satánico en Sudáfrica. Los medios difunden la información y cuanto más hablemos de ello, más chicos emularán lo que
oyen en las noticias, más chicos se llamarán a sí mismos satánicos. La
mayoría encuentra la información en Internet, de grupos que se autodenominan
satánicos o de propaganda ‘antisatánica’ de grupos evangelistas».
Pero los satanistas en Sudáfrica
existen. Christina Engela,
miembro de la Alianza Paganista de Sudáfrica y autora del estudio «Satanismo.
La prueba del ácido», los cuenta entre sus amigos. El satanismo es una
religión individualista, por lo que sus practicantes no suelen «reclutar» a
otros miembros, asegura Engela. En Sudáfrica no existen iglesias satánicas y
sus rituales suelen ser privados.
La asociación defiende los derechos en Sudáfrica de las
religiones paganas, y rechaza que los ritos satánicos incluyan abusos sexuales,
sacrificio de animales o violencia, aunque reconoce que puede haber grupos
pseudo-satanistas que no conocen la religión y adultos que invocan el nombre
del diablo para atemorizar o embaucar a sus víctimas.
«La mayoría de los signos, como la cruz invertida o el número 666, no tienen en realidad nada que ver con el satanismo», asegura Engela a ABC. «Gente fácil de impresionar o con problemas sociales o psicológicos se identifican con la imagen que propagan los medios y comienzan a actuar de acuerdo con la leyenda creada por ellos,cometiendo abusos, asesinatos, porque eso es lo que se supone que hacen los satánicos».
Aunque solo sea por algo que
leyeron en Internet, aunque esas marcas que se dibujan en los brazos no tengan
fundamento alguno, lo cierto es que algunos jóvenes sudafricanos han encontrado
en el satanismo elvehículo para cometer las más terribles atrocidades.
«Los chicos del crimen de
Dobsonville fueron víctimas de abusos. La gente con fuertes creencias místicas
pueden llegar a identificar todo el mal que han vivido con el diablo. Creerán
en ello realmente. Pero no se trata de eso. Lo que debemos preguntarnos es por
qué tenemos una sociedad tan violenta, por qué nuestros jóvenes son capaces de
estas atrocidades. Hay algo profundamente enfermo en este país».
«Es más fácil para nosotros no
asumir la culpa. Si todo esto está ocurriendo porque nuestros jóvenes
crecen en una cultura de violencia, entonces somos responsables. Si ocurre
porque han sido envenenados por el satanismo, entonces no es culpa nuestra».
Al final de apartheid
La alarma por los crímenes
rituales en Sudáfrica comenzó en los años 80, en los últimos años del régimen
racista del apartheid, principalmente entre
la minoría blanca que no se ajustaba a las reglas. El satanismo se asociaba
con el divorcio, la homosexualidad; con la degeneración moral que traería el
final de la segregación racial: el desmoronamiento de los valores minoría
blanca sudafricana.
Hoy, apunta Falkof, es un
mecanismo para «demonizar» a
la juventud negra. «Es una buena manera de disciplinar a la juventud. En
este país hay una gran tensión entre la modernidad y la tradición. Existe la
percepción de que la juventud negra está fuera de control. No respetan el
sistema, no respetan a sus padres como debieran. Los jóvenes son peligrosos y
deben ser controlados», explica.
El «pánico satánico» ha cundido
en los «townships» (municipios) azotados por el consumo de drogas, la violencia
y la falta de expectativas de los jóvenes de la Sudáfrica post-apartheid. Lo
utiliza, incluso, el gubernamental Congreso
Nacional Africano. «La oposición es satánica», publicaron
recientemente los tabloides, con enormes letras blancas sobre fondo negro.
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