Ikram B, una joven de origen marroquí residente en
Zaragoza, está acusada de asfixiar a dos de sus bebés e intentarlo con una
tercera hija. Creía que sus niñas estaban embrujadas por el espíritu
de Djinn, una fuerza maligna que, según ella, aparece en el Corán y que afecta
a lactantes menores de tres meses a través de posesiones demoníacas. Así se lo
explicó Ikram a la mediadora cultural que ejerció de intérprete durante su
declaración ante la policía. Además, estaba convencida de que la casa de la
familia estaba embrujada. La juez ordenó el ingreso la presunta parricida en la
cárcel de Zuera (Zaragoza).
Es uno de los pocos detalles que Ikram B. aportó
después de la muerte de su tercera hija el pasado 21 de noviembre. La mujer y
su suegra acudieron al centro de salud Fuentes Norte de Zaragoza con el cadáver
de Sara, de menos de tres meses. Había muerto por asfixia.
No era la primera vez que sucedía un caso así: en
julio de 2011, otra hija de la mujer, también de sólo tres meses, falleció con
síntomas similares. Fue presuntamente el primer homicidio, aunque en aquel
momento se consideró una muerte súbita y, pese al deseo de los médicos de hacer
la autopsia al cadáver, los padres de la chiquilla se negaron alegando motivos
religiosos.
La primera sospecha de los facultativos se reforzó en
marzo de 2013, cuando la mujer volvió al centro de salud con otra de sus hijas,
esta vez de dos años, de nuevo con los mismos síntomas: asfixia, mala
coloración, vómitos con sangre, que se recuperaba rápidamente cuando se le
suministraba oxígeno. Esta niña pasó un mes en el hospital y se restableció,
pero la alerta ya se había disparado entre los pediatras: habían avisado a la
policía ante las sospechas de los dos casos similares. Inmediatamente, el Grupo
de Delincuencia Violenta de la Brigada Judicial de Aragón, junto al Grupo de
Menores de la misma brigada, activaron el dispositivo. Querían comprobar cuál
era el comportamiento de los padres con la pequeña. Los agentes montaron una
vigilancia especial sobre la niña y a sus padres durante su estancia en el
centro sanitario. Instalaron cámaras en la habitación donde se recuperaba la
bebé. Así observaban en directo lo que ocurría en la estancia tanto de día como
de noche, durante las 24 horas. Más de 15 policías lo hicieron durante 30 días,
pero sin resultado.
Al salir la niña del hospital, las autoridades
solicitaron un informe psiquiátrico de su madre, y la niña pasó a ser tutelada
por los Servicios Sociales de la Diputación General de Aragón.
Uno de los hechos que más llama la atención a las
doctoras es la frialdad con la que Ikram ha reaccionado cada vez que ha llevado
a una de sus niñas al centro sanitario. Las pediatras destacan la indiferencia
de la mujer, pese al estado de salud de sus descendientes. Quienes la han visto
aseguran que su actitud no es propia de una madre que ve a sus hijos en
situación de colapso.
Ikram B. es musulmana, tiene 27 años y vive en el
barrio de Las Fuentes de Zaragoza. Lleva seis años en España, pero no tiene
demasiadas amistades. Los vecinos del barrio no recuerdan la última vez que la
vieron en la calle y aunque destacan su carácter afable, aseguran que carecía
de vida social. Al contrario que su marido a quien las vecinas apodan El
Zapaterico por el negocio de reparación de calzado que regenta en la calle del
Maestro Mingote, a pocos metros del piso familiar.
Familiares del marido de la detenida también reparan
calzado cerca de la calle de San Juan de la Cruz. Los vecinos aseguran que el
hombre seguía muy pendiente del segundo bebé, preocupado por lo que le había
pasado a la primera hija. La preocupación aumentó en los últimos días ya que su
madre —la suegra de Ikram— incrementó sus visitas a casa del matrimonio en los
últimos días, preocupada por el estado de salud de su nieta.
Ikram niega todas las acusaciones y se declaró
inocente ante la juez de instrucción número 3 de Zaragoza, Mercedes Terrer,
quien ordenó ayer su ingreso en prisión por dos delitos de asesinato y uno en
grado de tentativa.
Ikram B. no ha dejado huella entre sus vecinos. Pocos
la recuerdan como vecina del barrio. No salía de casa y no se relacionaba con
nadie. Muy al contrario que su marido, Mimohun Rajali. Él era el zapatero del
barrio, por lo que los vecinos le llaman El Zapaterico. Antonia lo recuerda
madrugando y abriendo su local de la calle de Salvador Minguijón. “Es muy buen
zapatero, barato y trabajador. Y buen vecino. Cuando Severina se quedó sola, se
ofreció a llevarla en coche a todas partes”. Trabajaba doce horas en la
zapatería y como mucho se toma un café en un bar cercano, pero “no era de
cervezas, ni de amigotes”, asegura Antonia.
Los mismos vecinos que se acercaron a darle el pésame
por la muerte de la primera niña, muestran su pesar por la muerte de la
segunda. Francisca, vecina casi puerta con puerta, avisa: “Él estaba mosqueado
por la muerte de la primera. Quería hacerse pruebas, aunque le decían que no
era nada genético. A la segunda niña no la perdía de vista. Pero claro,
trabajaba muchas horas”.
El Zapaterico se ha refugiado en casa de su madre, en
un barrio cercano, con su única hija viva. Pero en el barrio creen que en breve
reabrirá el negocio porque “abre incluso los domingos”.
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