En la madrugada del viernes 31 de agosto de 1888 el policía de Londres John Neil encontró el cuerpo sin vida de Mary Ann Nichols.
Su garganta había recibido dos cortes profundos y la parte inferior del
abdomen se hallaba parcialmente desgarrada. Fue la primera víctima
reconocida de Jack el Destripador, considerado por la mayoría de criminólogos el primer asesino en serie moderno:
el primer criminal que generó terror de masas y un enorme seguimiento
mediático, características que, desde entonces, han acompañado a todos
sus colegas.
Hoy en día, quizás más por la influencia de la literatura y el cine que por los crímenes reales, estamos muy familiarizados con el concepto de “asesino en serie”, pero el término es relativamente moderno. No fue hasta los años 70 del siglo XX cuando el agente del FBI Robert Ressler acuñó
la expresión para referirse a todo aquellos asesinos que habían matado a
tres o más personas con un período variable de inactividad entre una y
otra, conocido como “período de enfriamiento”.
Los asesinos en
serie, tal como explicó Ressler en su libro del mismo nombre, tienen
otra particularidad respecto a la mayoría de criminales: “La clave de la
aparición de un asesino serial no es tanto el trauma infantil (que haya
podido sufrir), sino el desarrollo de patrones de pensamiento
pervertidos. Lo que llevaba a estos hombres a matar eran sus fantasías”. Unas
fantasías que no hacen más que provocar una fascinación morbosa por
todo lo que rodea a estos criminales. No en vano, los asesinos en serie
acaban siempre engrosando el acervo cultural: inspiran libros, leyendas,
canciones… Se convierten en un producto mediático.
En el libro Instinto Criminal
(Plaza y Janés) los periodistas del canal de televisión Crimen &
Investigación han recopilado las historias de los asesinos en serie más
conocidos de la última centuria. Esta es una selección de cinco
criminales que conmocionaron al mundo.
Ed Gein, el carnicero de Plainfield
Fue el primero asesino en serie de Estados Unidos que alcanzó el estatus de celebridad, y no es para menos, dado su particular modus operandi. Ed Gein, que vivía en una granja de Winconsin, se dedicaba a saquear tumbas, robar los cadáveres y elaborar con ellos todo tipo de piezas de artesanía.
La policía registró su casa el 16 de noviembre de 1956, mientras
buscaba a una mujer desaparecida, pero no tenía ni idea de lo que se iba
a encontrar: pantallas de lámparas y asientos de piel humana, platos de
sopa hechos con calaveras, collares con labios humanos, una caja de
zapatos hecha con nueve vaginas… Su casa era un auténtico museo de los
horrores.
Tras su detención, la misma noche del registro, Gein reconoció haber matado a Bernice Worden,
la dependiente de 50 años cuya desaparición había motivado el registro
de su casa. Según él, los demás cadáveres los había exhumado del
cementerio. En cuanto descubría que había muerto alguna mujer, repasando
las esquelas de la prensa local, se dirigiría al cementerio y
desenterraba el cadáver.
En el transcurso del análisis de los cadáveres de la granja de Gein la policía encontró el cadáver de una mujer, Mary Hogan, que había desaparecido unos años atrás. Nunca reconoció haber matado a la mujer, pero fue acusado por ambos crímenes. Fue declarado enfermo mental y pasó el resto de sus días en una institución psiquiátrica.
Aunque sólo se le atribuyeron dos crímenes, lo que le libra de la
definición clásica de “asesino en serie”, los investigadores creen que
Gein pudo haber sido el autor de varios asesinatos más, pues muchos de
los huesos encontrados en su casa nunca fueron identificados.
Aileen Wuornos
Según la criminóloga española Marisol Donis, autora del libro Envenenadoras (La Esfera de los Libros, 2006), el 80% de las mujeres que asesinan utilizan el veneno. Las asesinas en serie, además de ser mucho menos numerosas que los hombres, son más silenciosas,
no suelen cometer crímenes de índole sexual (como sí lo hacen la
mayoría de los hombres) y suelen matar a las personas de su entorno
–¿quién no recuerda la historia de Remedios Sánchez, “la asesina de ancianas”?–. Es por esto que los crímenes de Aileen Wuornos pillaron a todos por sorpresa.
En el año 1990 siete hombres fueron asesinados en las carreteras de Florida
de la misma forma: el criminal les apartaba de la carretera y les
tiroteaba a sangre fría, después robaba sus efectos personales, su
dinero y, en ocasiones, el coche que conducían. La policía buscaba a un
hombre, pero el asesino resultó ser una prostituta que, tras los
encuentros, disparaba a sus clientes.
Como la mayoría de asesinos en serie, Aileen Wuornos
vivió una infancia desgraciada, en un entorno desfavorecido y rodeada
de violencia. Su padre fue condenado por agresión sexual y su madre
desapareció cuando era un bebé, dejando a sus hijos en casa de sus
padres. Desde adolescente comenzó a practicar la prostitución, en
ocasiones a cambio de unas monedas o cigarrillos. Con quince años, su abuelo materno la echó de casa y se convirtió en una indigente que sobrevivía gracias a los servicios sexuales y a los delitos menores, que la llevaron varias veces a la cárcel.
Su primera víctima, Richard Mallory,
era un violador en serie al que Wuornos mató en defensa propia, pero al
ver que no la atrapaba hizo del asesinato su modo de vida. Poco después
de su séptimo asesinato Wuornos fue detenida y confesó los asesinatos,
aunque siempre alegó que lo hizo porque los hombres trataron de
violarla. Tras varios años de juicio, fue condenada por homicidio en
primer grado. El 9 de octubre de 2002 fue ejecutada por inyección letal.
Alfredo Galán, el asesino de la baraja
España también ha tenido sus propios asesinos en serie y, sin duda, Afredo Galán ha sido el más terrible y mediático. Fue el autor de seis homicidios en Madrid en sólo 54 días.
Todas sus víctimas fueron asesinadas a quemarropa, siempre disparaba en
la cabeza y, antes de huir de la escena del crimen, dejaba una carta
del as de copas, lo que le valió el apodo con el que se le recuerda hoy
en día: “el asesino de la baraja”.
Galán fue militar profesional en la Brigada Paracaidista de Alcalá de Henares,
con la que llegó a ser cabo primero tras su participación en labores
humanitarias en el contingente de Mostar, en Bosnia Herzegovina. Tras
volver de los Balcanes empezó a sufrir una serie de brotes psicóticos
que le llevaron a ser expulsado del ejército, pasando a ser “reservista
desactivado”. El 24 de enero de 2003 Galán cometió su primer crimen
asesinando a un portero de finca de la calle Alonso Cano, en Madrid.
Tras este llegaron otros cinco asesinatos, sin ningún patrón aparente,
aunque con un elemento común más relevante que las cartas: todos fueron
cometidos con el mismo arma, una Tokarev TT-33 que Galán había traido de
los Balcanes. El dato, sin embargo, no sirvió de mucho a la policía.
Galán, según afirmó, estaba cansado de la ineficacia policial y se entregó en la comisaría de Puertollano, su pueblo natal, al que había vuelto debido a la alarma social que habían generado sus crímenes.
El
juicio de Galán fue un quebradero de cabeza para las autoridades,
debido a los continuos cambios de declaraciones del acusado que, pasado
un tiempo, intentó no reconocer los crímenes, alegando que había dado el
arma de los crímenes a unos neonazis que después le habían amenazado
para que se entregara. Pese a las dificultades para dictar sentencia, el
10 de marzo de 2005 Galán fue condenado a un total de 142 años de prisión. Actualmente sigue cumpliendo condena en la prisión de Soto del Real (Madrid).
Harold Shipman, el doctor muerte
La policía británica cree que entre 1970, cuando empezó a trabajar como médico, y 1998, cuando le arrestaron, Harold Shipman cometió, como mínimo, 218 asesinatos. Durante casi 20 años Shipman administró dosis letales de narcóticos a sus pacientes, pero sus crímenes pasaron desapercibidos: Shipman era un respetado médico de quién nadie sospechó tendencias homicidas.
Tras pasar por varios hospitales y clínicas, y dejar varios muertos
que no se le atribuyeron hasta que fue detenido mucho después, Shipman
abrió una clínica junto a su mujer, que nunca conoció la actividad
criminal de su marido. The Surgery, que así se llamaba el centro, se
hizo pronto famoso en la localidad de Hyde por la amabilidad con la que
Shipman trataba a sus pacientes, en su mayoría ancianos, y por sus
visitas domiciliarias, que los familiares de las victimas consideraban
toda una consideración por parte del médico. No se podían imaginar que durante estas visitas el médico satisfacía su compulsión homicida.
Según el psicólogo forense David Holmes,
que estudió en profundidad el caso, la capacidad de integración del
médico en la sociedad “fue el factor fundamental que le permitió seguir y
seguir, hasta convertirse en el asesino en serie más prolífico de
nuestros días”. Escogía víctimas cuya muerte no resultaba sospechosa,
dada su edad avanzada, y ni siquiera se tenía que molestar por ocultar
el cadáver: todos creían que sus pacientes habían muerto por causas naturales. Todos menos Deborah Bambroffe, que trabajaba en la funeraria del pueblo.
Bambroffe,
que se encontraba constantemente a Shipman cuando iba a recoger los
cadáveres, empezó a sospechar del médico, pues siempre que llegaba a los
domicilios se encontraba a las ancianas (la mayoría de las victimas de
Shipman eran mujeres) completamente vestidas. Tras realizar varias
pesquisas, y comprobar que el número de certificados de cremación que firmaba Shipman era inusualmente alto, Bambroffe acudió al juez de instrucción que decidió abrir una investigación de inmediato, pero el agente asignado al caso, David Smith, tras realizar una investigación chapucera, decidió cerrar el caso al no encontrar indicios de delito.
Por suerte, Shipman cometió un tremendo error. Kathleen Grundy, que había sido alcaldesa de la localidad, fue su última víctima. Todo funcionó como hasta entonces, pero en esta ocasión Shipman se dejó llevar por la codicia y, antes de acabar con Grundy, falsificó su testamento
y apuntó en el que la anciana le dejaba toda su herencia, con un valor
por encima de las 300.000 libras. La denuncia de la hija de Grundy, que
no podía creer lo ocurrido, hizo que se levantara una segunda
investigación policial que, esta vez sí, acabo con la detención de
Shipman.
El 31 de enero de 2000 Shipman fue declarado culpable de
todos los cargos y condenado a 15 cadenas perpetuas consecutivas. Pero
el caso no acabó ahí, antes las sospechas de que el Doctor Muerte podía
haber acabado con muchas más personas a lo largo de su carrera se abrió
una nueva investigación que concluyó con la demoledora cifra: al menos,
218 pacientes habían muerto en manos de Shipman. El 13 de enero de 2004
el Doctor Muerte se suicidó, ahorcándose en su celda.
El asesino del Zodiaco
Aunque la mayoría de asesinos en serie acaban entre rejas o en el patíbulo, hay casos que nunca llegan a cerrarse. Y
el asesino de Zodiaco es uno de los más mediáticos, no sólo por sus
crímenes, sino también por su capacidad para burlar a la policía, pues
su identidad sigue siendo una incógnita.
El asesino del Zodiaco
actuó en el norte de Califormia entre diciembre de 1968 y octubre de
1969, acabando con la vida de 5 personas y dejando malheridas a dos
víctimas que lograron sobrevivir a sus ataques ya que, por suerte, era
un pésimo tirador. El asesino mandaba cartas a la policía y a los periódicos para dar detalles de sus crímenes
y proponer criptogramas tras los que, supuestamente, se escondía su
identidad. De los cuatro códigos que envió sólo uno fue resuelto.
Sus asesinatos no seguían ninguna lógica, asesinó a varias parejas jóvenes, a un taxista y amenazó en una de sus cartas con dedicarse a matar niños en edad escolar.
Pese
a que la policía llego a tener testigos visuales de los crímenes, se
realizó un retrato robot del asesino y se llegó a tener a un total de
2.500 sospechosos, el asesino del Zodiaco, nombre con el que se había
bautizado el mismo, desapareció sin dejar rastro. Las últimas cartas se recibieron en 1974, pero desde 1969 no volvió a actuar.
En 2002 las cartas del Zodiaco se sometieron a un análisis del ADN,
pero no se produjo ningún avance. Las pruebas, de hecho, descartaron la
autoría del que hasta entonces era uno de los principales sospechosos, Arthur Leigh Allen.
A día de hoy muchas personas siguen tratando de averiguar la identidad
del asesino del Zodiaco, lo que ha dado pie a cientos de teorías más o
menos extravagantes. Por supuesto, ninguna es concluyente. Si el asesino del Zodiaco sigue vivo hoy en día tendrá como poco 65 años, pero nadie descarta que haya muerto.
http://www.elconfidencial.com/alma-corazon-vida/2013-10-04/el-instinto-criminal-de-los-cinco-asesinos-en-serie-mas-conocidos-del-mundo_36404/
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