Se dedicaba a adivinar el futuro a través de los posos del café. Hacía que sus clientes bebieran en una taza y posteriormente interpretaba el porvenir leyendo los restos que quedaban en el recipiente. Pero no quería adivinar su futuro porque, decía, podía ver algo raro. Y así sucedió: su violenta muerte.
María Blanca Suárez González, de 69 años, fue brutalmente asesinada en el verano de 1988 tras que recibiera a una de las habituales de su consulta. Al poco la recién llegada sacó de su bolso una pesada mano de un almirez de bronce, de 25 centímetros de longitud, y le asestó 24 golpes en la cabeza.
Como la víctima proseguía pegando gritos, la asaltante cogió un cuchillo de cocina y le efectuó dos profundos cortes en las muñecas para que se desangrara, lo que causó el fallecimiento de la anciana.
Con gran sangre fría le advirtió: "Si te mueves, te vuelo la cabeza". Su penetrante mirada se quedó grabada a fuego en el cerebro del conserje. La intrusa huyó de inmediato escaleras abajo.
En el interior de la bañera sangraba inerte el cuerpo de la víctima, que contaba con una selecta clientela.

Pero en el cuarto de baño, donde se cometió el atroz crimen, quedaran un anillo, una esclava y una pulsera de oro de la pobre mujer.
El único testigo fue un viejo perro pastor alemán que en ningún momento atacó a la asaltante, sino que se limitó a llorar junto al cuerpo de su dueña.
Las sospechas se dirigieron hacia una mujer que cogió un taxi en las proximidades de la calle Abtao, junto al Retiro madrileño, donde se cometió el crimen. Mostraba síntomas de gran nerviosismo y alteración.
Su descripción coincidía con la facilitada con el empleado del inmueble, incluido lo de su profunda mirada.
Habida cuenta que la carrera fue hasta la plaza de Manuel Becerra, la policía montó un operativo en dicha zona, en la que participó el conserje.

"Desempeña muy bien su papel, sabe estar y obtiene el prestigio que busca allí donde está, incluso en la cárcel", declaró en el juicio. Añadió que mostraba un sentido exagerado de la coartada, ya que de forma instintiva fue incapaz de decir bien la palabra almirez, pronunciando almidrez.

El tribunal explicó en la sentencia que la absolvía “no tanto por la convicción de su inocencia, sobre la que existen determinados indicios, sino porque en el juicio oral no se pudo demostrar su implicación en los hechos”.

El misterio prosigue un cuarto de siglo después.
Juan S. Rada
http://www.elcaso.net/noticia/298/Los-enigmas-del-crimen/La-vidente-que-no-vio-su-muerte.html

1 comentario:
Otra demostración que no se puede saber demasiado. benditos sean los necios...
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