Son los primeros avances y resultados de un proyecto de investigación inédito en España: 500 personas revisan, uno a uno, cientos de “homicidios de pareja”. El objetivo, predecirlos
Todo arranca lanzando al aire una pregunta casi siempre obviada bajo la etiqueta de “crimen machista”: ¿Por qué las matan?
El apartado de homicidios titulado “violencia de género” suma una media de 60 muertes de mujeres al año en España.
Desde el caso del tipo que un buen día le dio un golpe mortal a su mujer en la cabeza y después la descuartizó para deshacerse del cadáver; hasta el del buen padre con el divorcio atragantado que una noche, henchido de ira, entra en la casa de los suegros y se lia a cuchilladas con toda la familia; pasando por el caso del malote del pueblo, que coquetea con las drogas, de vez en cuando se le va la mano, entra y sale de prisión y acumula órdenes de alejamiento que incumple —incluso con el consentimiento de ella—, hasta que un día la mano se le va del todo y acaba matándola.
Frente a la idea generalizada —e impartida en universidades— de que la violencia de género implica una escalada (tensiones, agresiones verbales, físicas, falsa luna de miel y manipulación emocional...), existe un dato novedoso y desconcertante: en el 45% de los casos los hombres que asesinaron a sus parejas no tenía ningún antecedente violento conocido, entrarían dentro de un amplio grupo que podría calificarse como agresores "ocasionales" y, por tanto, impredecibles.
La etiqueta global de “violencia de género” incluye todos los “homicidios de pareja” y se ha demostrado útil para llevar esa macabra contabilidad, pero inútil para atajarla, porque el número apenas varía año a año: 60.
Un análisis pormenorizado de los casos puede arrojar algunas claves. Eso han pensado en la Secretaría de Estado de Seguridad del Ministerio del Interior. Y se han puesto a revisar uno a uno. Tienen ya 42 casos cerrados y más de cien en estudio. Y pretenden llegar a los 200 a final de año. El objetivo es lograr prevenir los crímenes detectando y sumando indicadores de “riesgo homicida” en las comisarías y cuarteles donde se realizan las denuncias.
Según las primeros análisis del minucioso trabajo, habría un 20% de agresores que podrían considerarse "sociópatas", hombres con dificultades de integración social, con antecedentes penales o policiales; un 30% que serían inestables emocionalmente. Y un 5% podría clasificarse como psicópatas.
Aunque las revisiones de casos no terminarán hasta final de año y los resultados del estudio vendrán después, ya hay una primera conclusión: “No hay un patrón único, la violencia de género no se puede tratar como un fenómeno homogéneo, porque es heterogéneo y multicausal”, coinciden los expertos.
“Decir que todo es machismo es quedarse en la superficie, hay que averiguar qué detona esa agresividad mortal”, señalan los coordinadores del proyecto, el comandante de la Guardia Civil y doctor en psicología José Luis González y el policía y doctor en psicología Juan José López-Ossorio, de la Unidad Central de Familia y Mujer (UFAM), ambos con media vida analizando la violencia en la pareja.
Las variables psicosociales más comunes a todos los casos analizados servirán de indicadores para mejorar la llamada “Escala del Riesgo Homicida".
”. En el caso de ellos, factores como una “socialización en cultura sexista, aumento de discusiones, proceso de separación con o sin hijos, infidelidades (más si el despechado es él), escasa tolerancia a la frustración, sensación de abandono o de pérdida, estrés, rumiación de pensamiento...”. Y en el caso de ellas: “Maltrato previo, baja autoestima, ser dependiente (emocional o económicamente), falta de apoyo social/familiar, situación de inmigración, adicciones...”
Lo que sigue son tres ejemplos resumidos de esta macroinvestigación. Los datos más reveladores se obtienen con entrevistas al entorno de la pareja: familiares, amigos, exparejas, compañeros de trabajo, médicos, asistentes sociales...
EL PAÍS tuvo acceso a muchas de ellas, irreproducibles literalmente por una cláusula de confidencialidad.
Caso 1. Una 'carnicería’ sin violencia previa.
Se habían conocido hacia poco y se habían ido a vivir juntos al quedarse ella embarazada. Peruana con tres hijos de una pareja anterior y sin permiso de residencia en España, ella. Había llegado al pueblo desde una casa de acogida tras haber sido ya víctima de violencia de género. Él regentaba una carnicería y tenía una buena situación económica. Parecía que todo iba bien, hasta que una buena mañana, en el trasiego de una discusión, él la golpea y la mata.
Metió el cuerpo en su coche y lo arrojó a una buitrera. Luego se lo pensó mejor y lo despiezó como a una vaca y lo enterró. En los siguientes días mintió a los hijos y a los amigos y dio versiones contradictorias: “Está en el hospital”; “Está de viaje”… Incluso se mandó a sí mismo mensajes desde el móvil de ella y también a su madre: “Mamá, estoy en las Islas Griegas”. Pero ésta, extrañada, denunció la desaparición de su hija.
Él “de bueno era tonto, le debía dinero todo el pueblo”, dicen. “Estaba muy enamorado, se enfrentó a su padre por ella”. “Hasta se hizo amigo de la expareja de ella”. “Y llevaba a sus niños al colegio”. Él “estaba en una peña, nunca se metió con nadie”... Palabras de familiares y conocidos.
Así que él, sin antecedentes violentos, no confesó el crimen hasta 25 días después. Su versión, ya en prisión, es que aquella mañana habían discutido porque ella —que solo ingresaba la pensión que le pasaba su ex por los tres niños— quería que se fueran de viaje. Él quería quedarse para las fiestas del pueblo y servir la carne. Entonces ella le “amenazó” con denunciarle por violencia...
Algunas conclusiones del informe elaborado por la psicóloga Maria Luisa Alcázar, experta en Análisis de Conducta en la unidad técnica de Policía Judicial de la Guardia Civil, señalan en lo que se refiere a él: “Violencia situacional, falta de habilidades para gestionar conflictos (siempre huía), incapacidad para decir “no”, elevada necesidad de aceptación social (contradicción con valores socialmente aceptados), sensación de acorralamiento, dificultad para la expresión emocional...”. Y en el caso de ella: “Falta de apoyos familiares, hijos a su cargo, embarazo, dependencia económica, adicciones, antecedentes de violencia, situación de inmigración...”
Caso 2. Ella y sus hijos sobreviven.
“Lo raro es que era papá”. “Lo raro es que era papá”, dice el niño de ocho años al día siguiente de los hechos. “Cuando llegué al cuarto vi que estaba pegando a mamá con un cuchillo y que su novio estaba tumbado en el suelo con sangre en la tripa y yo le dije a mi padre: “¿Pero qué haces, tú eres tonto? Y se fue”.
“Fue mi primer novio”, cuenta ella, que sobrevivió a sus puñaladas. “No tenía amigos, era controlador y celoso”, dice. “Empezó a humillarme, a vigilarme y a aislarme”, continúa. “Una vez me sacó de la cama de los pelos, me fui un par de días a casa de mis padres y regresé porque me convenció, hasta que pedí el divorcio”, asegura. “Esa noche se enteró de que yo iba a obtener un cargo político”, subraya. Y concluye: “No denuncié porque creí que sería contraproducente, no le vi venir”.
Las conversaciones con personas de su entorno revelan que las discusiones comenzaron cuando él le pilló un mensaje de un tercero. Ella pidió el divorcio y comenzó una nueva relación “con el de los mensajes” a la par que despegaba su carrera política. Él aceptó la situación de muy mala gana, crisis de ansiedad incluidas y amenazas de suicidio mediante. Él se quedó en la aldea, en el domicilio familiar, con las monsergas de su madre. Ella se quedó el coche que tanto le costó comprarse. Él le pasaba la pensión a los hijos, los recogía y devolvía los fines de semana, y se quejaba de que siempre iban igual vestidos. No tenía ningún rasgo de violencia previo.
El informe de la capitán y doctora en Psicología Maria José Garrido, señala como posibles factores de riesgo “la importancia de la personalidad: de corte introvertido, el neuroticismo (rumiaciones, tendencia a la preocupación), aislamiento...”, apunta. “Una persona que no ventila sus problemas acaba convirtiéndose en una bomba de relojería”. Mató al novio de su exmujer, y al padre y al hermano de ella al tratar de detenerle.
La “escalada de violencia”.
“Ya me la he cargado, ya está, me tiene en un sin vivir con denuncias por todos lados”. Es un fragmento de la llamada que él hizo de madrugada al 112. Los años de vaivenes de la pareja eran conocidos por todo el pueblo. El sistema informático del puesto de la Guardia Civil registró 49 denuncias.
El agresor acumulaba 14 delitos por quebrantamiento de órdenes de alejamiento, en ocasiones “con el beneplácito de la víctima”, según informes policiales. Ella le visitó hasta 17 veces en la cárcel, incluso con el hijo de ambos, y le escribía cartas de amor. Él se divorciado de otra pareja por violencia de género.
La noche de los hechos se encontraron en un bar del pueblo. Ella le dijo que se fuera o llamaba a la guardia civil. Él le dijo que llamase a quien quisiera, que era su cumpleaños. Acabó matándola a golpes en la calle.
“Era ella la que le perseguía”, dicen vecinos del pueblo, “les pierde el alcohol”.
La hija mayor la describe como “buena, con un pronto malo, depresiva por los impagos, pero ilusionada con otra relación”. De él: “Malo, obsesionado con mi madre, cocainómano, manipulador y agresivo”. Los hermanos de ella dicen que “era irresponsable e impulsiva” pero niegan estar al tanto de su relación. Los amigos le describen a él como “un maltratador de libro”. “Trabajador pero bebedor”; “con pocos amigos”; “encantador pero muy irritable”.
La psicóloga que la atendía la veía “indefensa, cuestionada por el pueblo y dependiente”.
¿Por qué esa noche? ¿Qué detono la violencia mortal? “Él vio frustrada sus expectativas de pasar esa noche con ella”, dice el Informe de la capitán y psicóloga Cristina Gayá. “Ambos eran conscientes de que esa relación estaba terminando y buscaban alternativas sentimentales”. “A él, educado en una cultura machista, le llegaban en ese momento condenas tardías y teme perder contacto con su hijo”. “Ella sufre un aislamiento sociofamiliar que la hace vulnerable. Y él carece de apoyos reales”. Un cóctel que agitado con alcohol fue mortal.
Patricia Ortega Dolz
El Pais
UN MÉTODO CIENTÍFICO CONTRA LA VIOLENCIA DE GÉNERO
P.O.D.
Los hechos son tozudos. La mitad de las muertes violentas de mujeres en España son a manos de sus parejas o exparejas. Son asesinadas una media de 60 mujeres al año en nuestro país. A 9 de julio de 2017 vamos por la víctima número 32 y ha habido un incremento del 20% en el número de denuncias (40.509 en el primer trimestre). Solo el 1,3% las realizan familiares o personas del entorno de las víctimas. El resto, o las hacen ellas mismas o directamente la policía. El 70% de las mujeres agredidas son españolas y un 30% extrajeras. Los datos no varían mucho año a año.
Los homicidios de pareja son un fenómeno tan alarmante por su idiosincrasia como constante y complejo.
Desde la Secretaria de Estado de Seguridad del Ministerio del Interior, y mientras se concreta o no ese pacto de Estado en ciernes, se han propuesto aplicar un método científico a la violencia de género para averiguar qué detona cada crimen. Y han implicado a las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado (Policía y Guardia Civil), al Observatorio contra la Violencia Doméstica y de Género (CGPJ), a la Fiscalía, a Instituciones Penitenciarias, a catedráticos de universidades y a alumnos de postgrado de psicología y criminología de toda España, y a colegios de psicologos y anatomía forense. Se han propuesto revisar pormenorizadamente al menos 200 casos, ocurridos entre 2010 y 2016 ya condenados, para sacar conclusiones que permitan prevenir los homicidios.
En estos momentos hay 300 “revisores”, la mayoría estudiantes de posgrado tutelados por catedráticos y psicólogos de la Policía Nacional y Guardia Civil, que comienzan realizando un concienzudo análisis de toda la documentación existente sobre el homicidio en cuestión (policial, judicial, asistencial...) y concluyen en la cárcel entrevistando al asesino, previo paso por los entornos de víctima y agresor.
“En la mayoría de los casos no hay escalada de violencia, lo que les convierte en difícilmente detectables con los parámetros que utilizamos para valorar el riesgo homicida actualmente, eso es lo que queremos mejorar”, explica José Luis González, coordinador de todo el proyecto de investigación.
“Las explicaciones de cómo y por qué ocurrió el homicidio nos sitúan ante un fenómeno poliédrico”, comenta Juan José López-Ossorio, la pata de la Policial Nacional en este macroestudio. “Es probable que lleguemos a una clasificación de tipologías de agresores basada en esas diferentes explicaciones del crimen: desde uno con una demencia senil, hasta el que no tiene rastro de violencia”, coincide. “Desgraciadamente, hay que asumir que una persona normal puede hacer cosas que no son normales”, agrega.
Los revisores son entrenados en la elaboración de entrevistas, para obtener de información fidedigna de los familiares y de personas del entorno de la víctima y el agresor, o de ellos directamente, en caso de que estén vivos. Todo se graba. Y, finalmente, elaboran un perfil psicosocial de ambos y unas conclusiones que expliquen qué pudo desencadenar el luctuoso hecho, identificando factores de riesgo que pudieron precipitar el crimen. Cada día se suman equipos y casos nuevos, a la vez que se van cerrando otros y se hacen puestas en común periódicas en Madrid para unificar criterios.
Medidas dirigidas a ellos
“Es la primera vez que se hace algo así en España, donde es obvio que cometemos errores porque tenemos 60 mujeres muertas al año”, señala Enrique Carbonell, director del Instituto Universitario de Criminología de la Universidad de Valencia, implicado en el proyecto.
“Sabemos mucho de cómo la mató, pero no sabemos por qué, qué sucedió, que pasó esos días anteriores, por qué ellas no les ven venir”, apunta. “Me interesa esa parte predictiva y, aunque soy un optimista moderado, ya aparecen índices que tienen que ver con la personalidad y el comportamiento de los agresores que pueden dar lugar a medidas dirigidas a ellos, no a ellas”.
Y concluye: “Este proyecto no va a resolver el complejo problema de la violencia de género, pero va a ayudar a mejorarlo, solo un 10% de mejoría, son seis mujeres muertas menos al año”.
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