No es que sea algo completamente nuevo. Ya conocíamos casos de gente que, bajo tortura, ha confesado haber "matado a Kennedy". Ya sabíamos que muchas de las policías del mundo tienen métodos para conseguir que los detenidos “canten” la partitura previamente elegida, y los envían al juez con la seguridad de que serán condenados.
Ya hemos leído más de un caso de inocentes rehabilitados después de cumplir diez, veinte y hasta más de treinta años de cárcel. Incuso de inocentes sacados del corredor de la muerte cuando se encontraban en capilla.
La novedad ahora es que unos investigadores han conseguido probar estadísticamente hasta qué punto un interrogatorio “dirigido” es capaz de crear falsos recuerdos que pueden llevar al acusado a confesar delitos que no ha cometido (quedan fuera de esta hipótesis los enfermos mentales de todo tipo y los “enfermos de notoriedad”, capaces de cualquier cosa por sus cinco minutos de gloria en las pantallas de las televisiones o las portadas de la prensa amarilla).
En las detenciones, “la presión policial y lo que se conoce como falsos recuerdos”, normalmente inducidos por esa misma presión, hacen que el 30% de las personas consideradas culpables, y posteriormente declaradas inocentes tras efectuar pruebas de ADN, confesaran en su día delitos que no habían cometido, según el organismo estadounidense Innocence Project (que tiene como objetivo sacar de la cárcel a todos los condenados por error), que se hace eco de un estudio efectuado por los psicólogos Julia Shaw (Universidad de Bedforshire, Reino Unido) y Stephen Porter Universidad de Columbia Briánica, Canadá), publicado en la revista Psychological Science y comentado por el periodista francés Pierre Barthélémy en su blog Passeurdesciences, que publica en el diario Le Monde (y que puede seguirse por Facebook y Twitter).
Los científicos autores del estudio han utilizado como cobayas a decenas de estudiantes universitarios canadienses voluntarios que creían estar participando en un estudio sobre la recuperación de los recuerdos, a partir de un primer contacto con los padres de los alumnos, a quienes se pidió que relataran un momento especialmente emocionante de cuando sus hijos eran adolescentes (primera adolescencia, precisa el autor). Después, el entrevistador contaba al chico la anécdota relatada por sus padres y otra inventada y, en la mitad de los casos, el estudiante se declaraba convencido de haber cometido un robo o una agresión; la otra mitad estaba persuadida de haber pasado por un mal trago (una gran desventura). En ambos casos aparecían mezclados detalles auténticos e inventados…
Tras varias entrevistas más, y sucesivos añadidos de detalles a las dos versiones, el resultado final es que más de dos tercios de los estudiantes creyeron haber vivido la historia falsa.
Y así se llega a la “creación de recuerdos falsos”: “Para Julia Shaw y Stephen Porter- escribe Barthélémy-, la desconcertante facilidad con que una persona se persuade de haber cometido un delito se debe al hecho de que los auténticos recuerdos se reactivan con ayuda de fragmentos dispersos en la memoria, que muchas veces no tienen ninguna relación directa con la historia que se recuerda”(…).
Como los falsos recuerdos utilizan, al menos en algunas regiones del cortex sensorial, los mismos caminos cerebrales que los auténticos, el proceso de reconstrucción del puzle de la memoria abre la puerta a la creación de lo que algunos investigadores llaman ‘mentiras honestas’ o ‘recuerdos fantasmas’(…) Lo que se logra con relativa facilidad ya que, en situaciones de stress o en interrogatorios repetitivos, el sujeto puede llegar a olvidar el origen de los datos sobre los que basa su particular recuerdo, y muy especialmente los que le han inducido sus interlocutores”. Interrogadores, naturalmente.
Como se convence a alguien de que ha delinquido
Ya hemos dicho que, según Innocence Project, cerca del 30% de las personas declaradas inocentes tras una prueba de ADN habían confesado previamente un delito que no cometieron, gracias a la fuerza que tienen los “falsos recuerdos”, un fenómeno estudiado anteriormente por la investigadora estadounidense Elizabeth Loftus entre otros, quien demostró que en muchos casos los sujetos contaban como propia la historia que se les había explicado previamente, desde perderse en un gran almacén hasta copiar en un examen o haber tomado el té con el príncipe Carlos.
Para Julia Shaw y Stephen Porter, “los elementos del recuerdo imaginado, que indican a qué se podría haber parecido, pueden transformarse en elementos que expliquen a qué se habría parecido y que, a su vez, pueden convertirse en elementos que expliquen a qué se ha parecido”.
El trabajo de estos psicólogos –escribe Barthélemy- demuestra una vez más hasta qué punto resulta simple manipular la integridad de una historia”. Pero, en el caso de las investigaciones criminales, este fenómeno puede tener –y de hecho tiene- repercusiones dramáticas. Comprender que existen los falsos recuerdos complejos y que personas “normales” pueden ser inducidas a engendrarlos tan fácilmente, subraya Julia Shaw, es el primer paso para impedir que eso ocurra. “Demostrando de forma empírica lo que pueden hacer las técnicas de interrogatorio agresivas, las que se utilizan para crear falsos recuerdos, podremos más fácilmente convencer a los interrogadores para que dejen de utilizarlas. Para evitar que la presión policial se transforme en error judicial”.
http://mercedesarancibia.blogspot.com.es/2015/02/crear-falsos-recuerdos-no-es-dificil.html
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