(Publicado en El Ojo Crítico nº 73) Durante
varias décadas un enigmático síndrome mortal persiguió a una etnia asiática
residente en Estados Unidos. Un diablo visitaba los sueños de los varones
adultos hasta provocarles una muerte súbita. Los médicos intentaron explicar
tan extraños fallecimientos sin obtener una respuesta precisa. ¿Acaso nos puede
matar aquello con lo que soñamos?
Desde Julio de 1977 hasta los inicios de los
años noventa más de 100 ciudadanos procedentes del sudeste asiático y
refugiados en Estados Unidos murieron víctimas de un extraño trastorno. Los
médicos lo denominaron SUNDS, “Sudden Unexpected Nocturnal Death Syndrome”:
Síndrome de la Muerte Nocturna Inesperada. El propio nombre revelaba el
desconcierto de los especialistas al designar esa súbita mortandad por las
circunstancias en que se producía y no por sus causas, las cuales les
resultaban completamente desconocidas. Y es que nada parecía tener demasiado
sentido en aquella sucesión de fallecimientos.
Las víctimas eran exclusivamente varones
adultos entre 25 y 55 años, con buena salud y miembros de la etnia de
refugiados Hmong procedentes de Laos. Entre 1981 y 1982 el índice de defunciones
alcanzó el 92 por 100.000, una proporción equivalente a las 5 primeras causas
de muerte natural entre hombres estadounidenses durante esos mismos años. Solo
una de las personas fallecidas había sido una mujer. El dictamen oficial
pronunciado en 1988 por el Centro de Control de Enfermedades de Atlanta en
Georgia daba buena cuenta de la confusión reinante: “aunque los estudios han
sugerido que una anomalía estructural en el sistema de conducción cardiaco y el
estrés podrían ser factores de riesgo para el SUNDS, la causa de las muertes
permanece desconocida”.
La ciencia médica desconcertada
Pasaron dos años hasta que los médicos
comenzaron a darse cuenta de lo que estaba ocurriendo. Las muertes acontecían
en diferentes ciudades, así que nadie estableció una conexión entre todas
ellas. Pero cuando el fenómeno adquirió cierta envergadura, los especialistas
se pusieron manos a la obra. Entonces proliferaron las especulaciones más o
menos fundadas. Algunos investigadores apelaron a causas toxicológicas como la ingesta
de venenos en los campos de concentración o las secuelas dejadas por la
exposición a armas químicas.
Otros razonaron ciertos orígenes metabólicos,
genéticos, deficiencias cardiacas o nutricionales como posibles patógenos
causantes del síndrome. El trabajo realizado fue tan meticuloso que incluso se
llegaron a analizar 18 corazones de víctimas de SUNDS extraídos mediante
autopsia. El resultado de estas pesquisas permitió conocer algo más el
mecanismo de este síndrome mortal. Se detectaron ciertas anomalías anatómicas,
quizás hereditarias, en los tejidos que conducen los impulsos eléctricos a
través del corazón y que podían ser las inductoras de un latido desordenado.
Pero esta disfunción fisiológica, por sí misma, no podía provocar una muerte
tan súbita. Hacía falta descubrir el desencadenante.
Otra vía de estudio profundizó en la
experiencia onírica. Al encuestar a los familiares de algunas víctimas de SUNDS
residentes en campos de refugiados, los investigadores comprobaron que muchos
de los fallecidos habían tenido episodios de terrores nocturnos y visitas de
espíritus malignos días antes de producirse la muerte. En 1984 el equipo de
doctores dirigidos por Neil Holtan del St. Paul Ramsey Medical Center
identificaron cinco rasgos muy peculiares en el trastorno onírico que afectaba
a los Hmong: una sensación de pánico o miedo extremo; una parálisis parcial o
completa del cuerpo; una fuerte presión sobre el pecho; la sensación de que un
ser extraño - animal, humano o espíritu-
estaba en la habitación y, finalmente, cierta perturbación sensorial de la
vista, oído o tacto.
A partir de estos síntomas, diferentes
autores como Bruce Thowpao Bliatout - él mismo integrante de la étnica Hmong y
director del International Health Center de Portland - o la doctora Shelley R.
Adler del departamento de Epidemiología y Bioestadística de la Universidad de
California comprendieron que se debía abandonar la vía fisiológica para
explorar el mundo religioso de los Hmong. Quizás la clave del enigma estuviera
en la cultura profesada por esta etnia. Quizás les estaban matando sus propias
creencias. De hecho, en 1983, el antropólogo Joseph Jay Tobin de la Arizona
State University y la trabajadora social Joan Friedman llegaron incluso a
hablar de “posesión espiritual” y de “suicidio inconsciente”.
Los hmong y la CIA: una etnia perseguida
Hmong significa “pueblo libre” y da nombre a
una pequeña etnia asiática que vive repartida entre China, Laos, Thailandia y
Vietnam. Han venido desarrollando una vida seminómada, entre montañas, campos
de arroz, maíz y amapolas de las que extraían opio. Acostumbran a ser
polígamos, casarse a una temprana edad y tener muchos hijos, preferiblemente
varones. A menudo, el miedo supersticioso a determinados espíritus, la alta
mortalidad de su ganado, el agotamiento de los cultivos o la llegada de otras
etnias más violentas, obligaron a los hmong a emigrar de un lugar a otro. Sin
embargo, el cambio más profundo en su estilo de vida sucedió durante la guerra
de Vietnam. Agentes norteamericanos se infiltraron en las comunidades hmong de
Laos haciéndose pasar por ayuda humanitaria y reclutaron hasta 20000 miembros
de la etnia para incorporarlos a un “ejército secreto” concebido para ejecutar
las misiones más arriesgadas.
Durante años, miles de hmong murieron en
silencio y, cuando Estados Unidos abandonó Vietnam, toda la comunidad quedó
desamparada. Los gobernantes comunistas de Laos y Vietnam aprovecharon para
tomar represalias. Capturaron a miles de familias hmong colaboracionistas y las
mataron o las internaron en campos de trabajo. Muchas de ellas no aguantaron
esos procesos de “reeducación” forzosa y murieron de hambre o enfermedad. Unos
30.000 hmong pudieron huir de Laos a Tailandia en los años 70 para después
trasladarse a Estados Unidos, Francia o Australia donde adquirieron la
condición de refugiados políticos. Su población en Estados Unidos ha crecido
hasta los 200.000 miembros actuales de los cuales la mitad reside en
California.
Chamanes y reencarnados
Para los hmong su existencia es inseparable
del círculo de vida de toda la Creación. Su religión no necesita sacerdotes,
doctrinas escritas ni templos. Solo requiere enseñanzas ancestrales y rituales
que van pasando de padres a hijos por transmisión oral. Para ellos, los
espíritus pueblan cualquier rincón del planeta. Los árboles, el viento, las
cuevas, los valles, las aguas… estarían dominados por seres invisibles. Por lo
general, a estas entidades no les interesan los asuntos humanos, pero siempre
reclaman el máximo respeto. El problema surge cuando se sienten ofendidos.
Entonces, los espíritus llevan la enfermedad y el infortunio a la familia que
les ha agraviado. Especial atención merecen las almas de los antepasados. Los
parientes vivos deben honrarlos mediante ceremonias domésticas para que sigan
protegiendo y trayendo prosperidad al clan.
Los hmong creen que cada persona tiene tres
almas. La primera es la que normalmente permanece en el cuerpo. La segunda vaga
libremente, provoca los sueños del individuo y, una vez muerto, convivirá con
los descendientes. La tercera alma marchará a los cielos aunque podría
reencarnarse en una persona, un animal o un objeto inanimado en función de las
acciones pasadas. De todas formas, el lazo familiar no se interrumpe porque
esta alma reencarnada suele perdurar también alrededor de los parientes.
Dentro de este complejo orden espiritual
sobresalen los “nengs”. Estos seres superiores seleccionan libremente a un
hmong para convertirlo en chamán. A partir de ese momento, el hmong así
agraciado, con ayuda de su neng, podrá combatir la enfermedad, expulsar la mala
suerte o derrotar a los espíritus dañinos. El propio neng asume la tarea de
adiestrar al chamán. Le revela las instrucciones que debe seguir para enviar su
neng a conversar o luchar contra los espíritus que estén perjudicando a las
familias. De hecho, estas disputas sobrenaturales pueden ser feroces, porque
los neng acostumbran a ayudarse de otros aliados espirituales con los que
atacan en formación al enemigo. Los ayudantes del neng adoptan la forma de
pájaros, insectos y mamíferos. También, el chamán, gracias a su neng, está
habilitado para comunicarse con el espíritu del mundo, efectuar diagnósticos
médicos o recuperar aquellas almas que hayan abandonado a un paciente.
Espíritus ancestrales que se resisten a
morir.
La religión de los hmong, sus tradiciones,
creencias, normas de conducta y valores no encajan en la moderna sociedad
americana que les ha acogido. Dentro de ella, esta etnia apenas representa una
minoría infinitesimal donde no tienen cabida sus árboles, montañas, ríos y
rocas pobladas de espíritus. Tampoco las almas de los antepasados pueden
continuar interactuando con sus parientes vivos como habitualmente lo hacían en
sus viviendas asiáticas. Sin duda, los hmong refugiados en Estados Unidos
salvaron la vida y recuperaron la libertad, pero al elevado precio de que todo
aquel mundo tradicional, celosamente salvaguardado generación tras generación,
se les viniera abajo.
La doctora Adler considera esta angustiosa
situación como la inductora de un “estrés psicológico catastrófico”. ¿Podrían
ser las pesadillas y la muerte súbita nocturna el modo en que una religión y
una cultura inadaptada se resisten a morir? Muchos hmong temieron que los
espíritus ancestrales que siempre les protegían no les acompañaran hasta
América. Sin embargo, les consolaba pensar al menos que tampoco los espíritus
malignos cruzarían con ellos el océano. Pero se equivocaron. En seguida
pudieron comprobar cómo el nocivo espíritu nocturno “dab tsog” se les
manifestaba en su nueva residencia.
Cuando un hmong alude a estas “pesadillas” o
“dab tsog” no las entiende como un “mal sueño”, sino que las interpreta como un
ente diabólico que visita al durmiente mientras sueña. La experiencia típica
comienza advirtiendo la presencia de un ser extraño junto a su mano. A las
víctimas, inmediatamente, les invade una sensación de horror para, a
continuación, comprobar cómo una fuerte presión sobre el pecho les impide respirar
con naturalidad. En la gran mayoría de las ocasiones, los durmientes no
consiguen ni siquiera vislumbrar la figura del ser onírico que les visita,
pero, en todo caso, le consideran malvado y peligroso.
Uno de los testimonios recopilados por la
doctora Adler procedente de un hombre de 58 años describe el primer ataque
nocturno padecido cuando tenía 19 o 20 años: “Yo estaba en mi cama por la
noche. Había gente en el otro extremo de la casa y les oía hablar. Todavía
estaban hablando afuera. Oía todo. Pero yo sabía que alguien más estaba allí.
De repente llegó un cuerpo enorme, parecía como un gran animal de peluche de
esos que venden aquí. Se puso sobre mi cuerpo y tuve que luchar para intentar
salir de ahí. No me podía mover, no podía hablar en absoluto. Ni siquiera podía
gritar "¡No!". En el momento en que todo había terminado, recuerdo
que había otras cuatro personas dentro de la habitación y me dijeron:
"Oye, has hecho tú todo ese ruido". Yo trataba de luchar contra mí
mismo y estaba muy, muy, muy aterrado. Ese espíritu en particular era grande,
negro y peludo. Dientes grandes. Ojos grandes. Yo estaba muy, muy asustado.”
La cultura hmong identifica al protagonista
onírico de esta traumática experiencia con los “tsog”. Una suerte de demonios
que habitan toda clase de cuevas oscuras donde manifiestan una especial
predilección hacia las mujeres y las jovencitas en edad fértil. Dentro de
aquellos angostos lugares, los tsog someten a sus víctimas, las violan y las
dejan estériles. Si la mujer está ya embarazada, entonces, le provocan un
aborto. La ira de los tsog también recae sobre aquel que no cumpla devotamente
con los preceptos y los ritos de su religión. Debido a que dichas obligaciones
son responsabilidad del hombre de la casa, tendríamos la explicación hmong a
porqué el SUNDS afectaba exclusivamente a varones.
Resulta interesante comprobar que la
intrusión en los sueños de una figura sobrenatural no desaparece aunque el
hmong cambie de religión. Muchos componentes de esta etnia una vez acomodados
en los Estados Unidos se hicieron cristianos. Sin embargo, aún una buena parte
de los conversos siguieron padeciendo aquellas horribles pesadillas. La
diferencia radicó en que ahora identificaban al diablo tsog con el mismísimo
Satanás. Pero la controversia llegó más lejos. Los hmong tradicionales acusaron
a los hmong católicos de que las pesadillas les sobrevenían porque habían
abandonado su religión verdadera. Mientras que los católicos contestaban a los
tradicionales que aquellos terrores nocturnos resultaban la demostración más
evidente de que las viejas creencias y cultos eran falsos y diabólicos. La
división social entre ambos grupos de la misma etnia alcanzó cotas
irreconciliables. Lo curioso del asunto es que, aunque profesaban credos cada
vez más opuestos, siguieron compartiendo idénticas pesadillas y muriendo de la
misma manera. Bruce Thowpao Bliatout estudió 38 casos de fallecimiento por
SUNDS de los cuales la mitad exacta los habían protagonizado hmong
recientemente cristianizados.
¿Quién más tiene
sueños mortales?
Las defunciones por SUNDS en los Estados
Unidos causaron una gran sorpresa al estar ligadas a una población cultural muy
específica. Sin embargo, cuando se revisaron episodios similares en otros
lugares del mundo, los especialistas se encontraron que no estaban ante un caso
aislado. Por ejemplo, en Filipinas se creyó reconocer numerosas muertes
nocturnas análogas al SUNDS desde 1917. Los nativos las llamaban “bangungut” que en
tagalo quiere decir “levantarse y gemir en sueños”.
También aquí el 96% de los
fallecidos eran hombres, con una media de 33 años y ninguna enfermedad
reconocible en el momento de su óbito. Los doctores Ronald G. Munger y
Elizabeth A. Booton de la Utah State University identificaron 722 víctimas de bangungut entre los años 1948 y 1982.
Como en el caso de los hmong, había una criatura extraña ligada a estas muertes
en Filipinas. Se trataba del “batibat”, una dama gorda, vieja y grande que
habita en los árboles. Cuando su árbol es talado para servir de columna en una
casa, la batibat entra en contacto con los humanos. Entonces, durante el sueño
se sienta sobre el pecho del durmiente hasta provocarle la asfixia. Para salir
de la pesadilla, la tradición recomienda morderse el dedo pulgar o mover uno de
los dedos de los pies. En Japón se detectaron algunos fallecimientos parecidos
desde 1959 donde la enfermedad recibe el nombre de Pokkuri.
En Occidente, Carl Gustav Jung recogió en su
obra “El hombre y sus símbolos” un caso de terrores nocturnos que parecieron
anticipar la defunción del soñante. Una niña de ocho años le regaló a su padre
un diario manuscrito en el que había recopilado numerosas pesadillas repletas
de imágenes siniestras: serpientes monstruosas, una horda de animalillos que
devoraban a la cría, un hombre emergiendo de una bola vaporosa que igualmente
asesinaba a la joven… La niña falleció, víctima de una enfermedad infecciosa, un
año después de que su padre recibiera aquel regalo. Para Jung “la experiencia
demuestra que el desconocido acercamiento de la muerte arroja una sombra
premonitoria sobre la vida y los sueños de la víctima”.
Esta preparación para
la muerte se expresaría por medio de breves historias oníricas “como si los
acontecimientos futuros proyectaran hacia atrás su sombra produciendo en la
niña ciertas formas de pensamiento que, aun estando normalmente dormidos,
describen o acompañan el acercamiento de un suceso fatal”. Según esta
interpretación, los sueños horribles no matan, sino que avisan de la existencia
de un desorden interno grave en el cuerpo o la mente del soñante. Serían el
síntoma de un trastorno que adopta formas mitológicas en función de la cultura
a la que pertenezca cada cual.
En el año 2008 los hmong dieron el salto a la
gran pantalla gracias a la película “Gran Torino” dirigida y protagonizada por
Clint Eastwood. También, la serie televisiva “House” dedicó un capítulo de su
última temporada a un caso de SUNDS titulado “Cuerpo y alma”.
Chamanes hmnog en los hospitales americanos.
A partir de los funestos fallecimientos
provocados por el SUNDS, las creencias de los hmong han recibido la mayor de
las consideraciones por parte de las instancias médicas de los Estados Unidos.
Así, para facilitar la integración de esta comunidad oriental, el Dr. John
Paik-Tesch del Mercy Medical Center en California llevó a cabo un programa
absolutamente pionero. Dejó que 89 chamanes hmong pudieran acceder a su
hospital para atender a los enfermos de dicha etnia que sumaban un 25% del
total. Hasta ese momento, la desconfianza mutua entre los médicos y estos pacientes
asiáticos había provocado muchos desencuentros. Los hmong no aceptaban las
intervenciones ni las decisiones de los doctores sin antes consultar a sus
orientadores espirituales. Para ello debían realizar ceremonias de diagnosis en
sus propias casas y esperar resultados lo que retrasaba el tratamiento
sanitario. Con la incorporación de los chamanes al hospital, los rituales se
vienen celebrando en la propia habitación del enfermo bajo ciertas limitaciones
especiales como cantar en voz baja o evitar el sacrificio de animales. Por otra
parte, los chamanes están obligados a participar en un programa de
entrenamiento donde se les enseña cómo funciona la medicina occidental. De este
modo, se han eliminado barreras interculturales y los pacientes han conseguido
tranquilizarse al sentirse perfectamente respetados y atendidos en “cuerpo y
alma”. Uno de los psicólogos clínicos del Mercy Medical, Jim McDiarmid, en
declaraciones al New York Times, manifestó que el apoyo social y las creencias
suelen afectar a la capacidad del enfermo para recuperarse de una enfermedad.
Lo comprendió hace años cuando permitió que un chamán hmong colocara una larga
espada en la puerta de la habitación para ahuyentar los malos espíritus. El
paciente sanó milagrosamente de una gangrena intestinal. Otra doctora
residente, Lesley Xioang, era nieta de dos chamanes hmong muy distinguidos y,
sin embargo, estudió medicina. Xioang señaló que “si yo estuviera enferma, me
gustaría que un chamán estuviera conmigo, pero también iría al hospital”.
Juan José Sánchez-Oro
¿QUIERES
SABER MÁS?: http://www.ivoox.com/dl-108-mas-alla-suenos-pesadillas-audios-mp3_rf_1724935_1.html
CON MIEDO A SOÑAR
El doctor Juan A. Pareja Grande, director de la Unidad de Medicina del Sueño
del Hospital Quirón Madrid considera que “durante el sueño se manifiestan
muchos fenómenos que pueden precipitar la muerte”. “Existe un vínculo directo
entre el sistema emocional y el inmunológico, de tal manera que las emociones
pueden rebajar nuestras defensas” -comenta el doctor Pareja- “y una combinación
de parálisis del sueño con alucinaciones hipnagógicas podría activar el sistema
vegetativo ocasionando un fatal resultado”.
Uno de los casos llevados en su Unidad del
Sueño por el doctor Pareja afecta a un paciente que vivió un secuestro con
amenaza de muerte en Estados Unidos. Una vez liberado, comenzó a tener pesadillas
recurrentes en las que revivía aquella traumática experiencia y su inminente
asesinato. En la actualidad, es absolutamente insomne. Ha desarrollado un
insuperable miedo a soñar.
Bibliografía:
Adler, Shelley R. “Ethnomedical Pathogenesis and Hmong Immigrants’
Sudden Nocturnal Deaths”, Culture,
Medicine and Psychiatry 18 (1994) pp. 23-59
“Refugee Stress and Folk Belief: Hmong Sudden Deaths”, Social Science and Medicine 40 /12
(1995) pp. 1623-1629.
Her, Vincent K. “Hmong Cosmology: Proposed Model, Preliminary Insights”,
Hmong Studies Journal, 6 (2005) pp.
1-25.
Leigh Brown, Patricia, “A Doctor for Disease, a Shaman for the Soul”, New York Times, 190909. Fuente: http://www.nytimes.com/2009/09/20/us/20shaman.html
Thowpaou Bliatout, Bruce, Hmong Sudden Unexpected Nocturnal Death
Syndrome, Oregon, 1982
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