Me llaman Bel desde la cuna gracias a una feliz idea de mi tía
Amparo, aceptada por todos, que propuso asignarme esas tres letras para
distinguirme de mi abuela Isabel y de mi madre Maribel. Pero mi nombre
oficial es Isabel Carrasco y me daba yuyu verlo estos días en
letras de imprenta, oírlo repetido hasta la saciedad en la radio o en la
tele como el de la víctima de un crimen atroz.
Esa impresión personal se suma a la desazón que provoca la
radiografía que se ha expuesto a contraluz de unas entrañas rebosantes
de odio, de un corazón latiendo al ritmo del afán de venganza. Dos, tres
años de preparativos, de masticar y digerir un rencor acumulado que se
retroalimenta y se hincha y, al final, un desenlace chapucero, mala
imitación de una ejecución de sicario low cost. ¿Qué
pasaría por la mente de esas mujeres de apariencia tan normal mientras
organizaban la revancha? ¿Qué morbosas sinergias o simbiosis asesinas
establecieron madre e hija durante ese tiempo? ¿Cuáles eran sus
motivaciones reales? ¿Qué pinta la policía local en el
montaje? Bajo las toneladas de información, ¿saldrá alguna vez la
verdad a la luz? La verdad desnuda y sin tapujos. Lo dudo. Lo único
cierto es que una mujer ha muerto y otras tres han echado su vida al
camión de la basura.
Si Carrasco hubiera sido un ama de casa asesinada por su ex marido o
ex pareja, apenas hubiera merecido unas líneas en la sección de sucesos.
Pero el hecho de que se dedicara a la política y la circunstancia
inusual de que la presunta asesina, ya confesa, sea mujer le ha dado un
relieve espectacular, con la secuela de los lamentables, maliciosos,
insultantes e injuriosos comentarios en tuiter.
No es el martillo... es la mano
Se habla mucho estos días de poner mordaza a la redes sociales.
También los judíos han sido agraviados tras vencer a los españoles en
una competición de baloncesto. Con el antisionismo hemos topado. Pero
vamos a ver, señores, un poco de calma. ¿Acaso se prohíben o se
limita el uso del martillo en un taller de carpintería porque un tipo
lo ha utilizado para agredir a un compañero? El problema no es el
martillo sino la mano que lo empuña, o mejor la mente que
ordena la acción. "Pongan su cerebro en funcionamiento antes de poner la
lengua en movimiento". En este caso no la lengua sino los deditos. Lo
que se oye en esa ágora o corrala global que son las redes sociales es
la misma cantinela que suena en la barra del bar o en la cola del
súper. La gente está muy quemada con la crisis, con los políticos y
habla sin pensar. Ese es el mundo virtual pero también real. Un mundo
que no es precisamente una película de Walt Disey. Y basta ya de
ñoñerías que somos mayorcitos y nos cambiamos solos los pañales.
Asesinas históricas
Pero no quiero hablar del tema tuiter sino de las mujeres que matan,
pues el hecho de dar vida, de dar a luz, qué bonita expresión, no impide
que seamos capaces de quitarla. El 90% de los homicidios cometidos en Estados Unidos entre 1980 y 2005 fueron protagonizados por hombres.
En el sistema legal la asesina es una figura minoritaria, pero es fácil
inducir que las que llegan a los presidios representan sólo la punta
del iceberg. La mujer mata menos y por regla general lo suele hacer de
forma más insidiosas, más astuta y tortuosa que los hombres. Su menor
fuerza física la ha obligado desde el principio de los tiempos a
encontrar armas más sutiles. Ahí está la rica tradición de brujas,
hechiceras y celestinas; el sabio gremio de las envenenadoras. Apostaría
algo que en la larga relación de crímenes impunes los cometidos por el
sexo débil representan bastante más de la mitad.
En el álbum de las asesinas históricas destaca la húngara Elisabeth Bathory, también llamada la Condesa Sangrienta
por su perversa y desmedida afición a la sangre. Las jóvenes doncellas
eran sus víctimas preferidas, pues en su delirio depredador llegó a
pensar que la sangre de las vírgenes la mantenían joven y hermosa. Se
estima que torturó y mató a más de 600 desgraciadas en un proceso de
rapiña que despobló de chicas los alrededores de su castillo hasta tal
punto que, pese a la impunidad que le otorgaba su alcurnia, las
autoridades comenzaron a sospechar. Pasó los últimos años recluida y,
posiblemente, atormentada por una sed de mal que ya no podía saciar.
Hasta ahora y que se sepa nadie ha batido su espeluznante reto. Pero
basta poner 'mujeres' y 'asesinas' en Google para disponer de un listado
ilustrativo bastante completo de féminas sedientas de sangre que han
dejado huella a lo largo de la historia. En general se pueden dividir en
tres perfiles básicos. Las Medeas que matan a sus
propios hijos, a los vástagos de otras, o que se ensañan con los más
débiles como ancianos y enfermos, la típica enfermera asesina.
Las sádicas en equipo que, en complicidad con un hombre con el que
comparten su depravación, secuestran a niños o jóvenes y los someten
torturas y vejaciones sexuales antes de asesinarlos.
Por último la variedad más escasa, la de las lobas solitarias,
auténticas psicópatas, asesinas en serie que matan impulsadas por una
pulsión irrefrenable, por el simple placer de matar. La bella actriz Charlize Theron tuvo que someterse a un costoso proceso de afeamiento para ponerse en la piel de una de ellas como protagonista de Monstruo. En esa película de Patty Jenkins encarnaba a Ailen Wuornos, prostituta y lesbiana, que en sólo dos años mató a siete hombres en el Estado de Florida.
En un contexto propicio al horror una mujer alcanzó sus máximas cotas. Se llamaba Irma Grese
y antes de cumplir veinte años se forjó una sólida reputación en los
campos de exterminio nazi por su afición a utilizar el látigo para
flagelar a los prisioneros. Usar perros adiestrados para matar seres
humanos era otra de sus diversiones. Ahorcada tras el juicio de
Nurenberg, con 22 primaveras, las fotos muestran a una joven de
armoniosas facciones arias retorcidas en una mueca de maldad.
Entre las que llamo Medeas tenemos en Valencia un caso muy
reciente que ocupa las páginas de sucesos. Una mujer que ha ahogado o
intentado ahogar a varios niños a su cargo. En 2003, en Madrid, Encarnación Jiménez,
un ama de casa con cinco hijos y apariencia normal se dedicaba a
asaltar ancianas en su domicilio, matando a un par de ellas y causando
graves lesiones a otras 15.
Entre las sádicas a dúo, las que más me repugnan, recuerdo con horror el semblante de Myra Hindley,
que junto a Ian Brady saltaron a los medios a mediados de los sesenta,
con el sobrenombre de los Sádicos de Manchester. El reportaje sobre sus
atrocidades que leí en una revista, creo que Gaceta Ilustrada, me conmocionó profundamente.
Crimen de amor
¿Se puede matar por amor? ¿Puede un asesino inspirar simpatía? Dada
la complejidad y los ricos matices de la naturaleza humana sí es
posible. Sin ir muy lejos en el espacio y el tiempo tenemos un ejemplo.
El del taxista jubilado que hace poco liberó de sufrimientos a su esposa
que padecía una grave enfermedad y luego, para no dar molestias ni
hacer gasto, se ahorcó. Delincuente ante la ley de los hombres, pecador
ante la de dios. Pero, ¿acaso no merece este hombre nuestra piedad y la
infinita misericordia divina?
Bel Carrasco
http://www.elmundo.es/blogs/elmundo/zoocity/2014/05/22/sedientas-de-sangre.html
¿Bel? ¿Como Belcebú? Acabo de leer en 1Q84cómo la buena Aomame se escabecha a un ejecutivo de las petroleras y estoy horrorizado, una chica de cierta sensibilidad, conocedora de la historia y practicante de los deportes.
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