“Cuando vi allí en el juzgado, metidas en una caja, mis cartas y las de mi marido, me derrumbé”, dice L., una vecina del número 27, portal 2, de la travesía de O Milladoiro que no quiere por nada del mundo aparecer identificada en un periódico. Le basta con el sufrimiento que le causa saber que el exelectricista de la catedral, , y probablemente también su esposa y su hijo, estaban al tanto de las miserias de cada casa, y en su caso de enfermedades y alguna operación “de mujer” que ella siempre quiso mantener en secreto.
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L. fue convocada en el juzgado de Instrucción número 2 de Santiago, encargado del sumario sobre el robo del Códice, el martes pasado. Tenía que identificar las cartas y documentos de su propiedad que obraban en poder del ladrón del manuscrito medieval el día de la detención. Según fuentes del juzgado que dirige José Antonio Vázquez Taín, en los sucesivos registros que se llevaron a cabo aquellos días de julio aparecieron papeles comprometidos de medio centenar de personas, entre vecinos de O Milladoiro, del piso que tiene junto a la playa de A Lanzada, y sacerdotes de la catedral. En algunos de los vídeos que fue grabando una cámara que él creía averiada en el despacho del administrador del cabildo, se ve cómo Fernández Castiñeiras rebusca entre los papeles y carpetas que el canónigo tiene sobre la mesa.
En el edificio de O Milladoiro este hombre de una o dos misas diarias, que no estuvo en paz en la cárcel hasta que la primera de sus abogadas le llevó un rosario para rezar en la celda, controlaba los 20 buzones, y no le bastaba con leer el contenido de las cartas. Aunque fuesen notificaciones cruciales para el prójimo, muchas veces también vitales, el electricista no hacía llegar a sus dueños los papeles hurtados. Según las mismas fuentes judiciales, en su casa retuvo mucha información médica y económica cuya falta complicó la vida de los vecinos. Robaba incluso los avisos de Correos para recoger sobres certificados.
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Un hombre del edificio tuvo que viajar a Valencia para conseguir de nuevo unos informes sobre la enfermedad de un pariente que reclamaba la Xunta para continuar el tratamiento. Una mujer habría necesitado (y no la recibió) la documentación sobre una intervención quirúrgica para tramitar su jubilación. Otra persona, relatan estas fuentes, terminó pagando una clínica privada porque todo el papeleo del Sergas quedó archivado en la primera planta del edificio, en la discreta casa de Castiñeiras. Él lo sabía todo de todos y los demás no sabían absolutamente nada de él, ni lograban arrancarle una palabra en el rellano de la escalera.
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El ladrón era tan desconfiado que en su propia casa iba poniendo marcas en todas partes para descubrir si alguien le quitaba algo o fisgaba en sus tesoros. También llevaba cuidadosa cuenta de todo lo que robaba y había subrayado en el Código Penal todos los delitos que ahora se le imputan. Sabía a lo que se enfrentaba si algún día salían a la luz sus actividades. Uno de los señalados, obviamente, era el delito contra la intimidad de las personas que él conscientemente perpetraba como rutina.
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“Si esos 50 afectados decidiesen personarse en la causa, se trataría del delito por el que más tiempo de prisión le podría llegar a caer, hasta 20 años solo por este motivo”, advierten las mismas fuentes de la instrucción, “ y aparte estarían las penas relativas al robo del Códice y del dinero, y el delito de blanqueo de capitales”. Hasta el momento, la Iglesia no ha manifestado su intención de entrar en reclamaciones por los papeles robados, pero según el vicepresidente de la comunidad de propietarios, los vecinos, una vez que han comprobado que son suyas muchas de las cartas que guarda el juzgado, tendrán una junta la semana que viene con un punto en el orden del día: decidir si se personan en la causa del Códice y organizarse.
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