“Sed bienvenidos a un mundo de ilusión, donde nada es lo que parece, y lo que parece es una ilusión…”. Con estas palabras Isidoro de Chamberí, un mago español del siglo XIX que actuaba en los merenderos de Chamberí y Tetuán de las Victorias, iniciaba sus espectáculos de magia y ciencia aplicada. Probablemente, mucho antes que él, cientos de magos, ilusionistas y prestidigitadores españoles, a lo largo de toda la historia, podrían haber iniciado sus espectáculos con esa misma sentencia. Porque al fin y al cabo, esa es la esencia de la magia, la creación de ilusiones en las que nada es lo que parece…
La Biblioteca Nacional de Madrid acaba de acoger una exposición sobre la historia de la magia en España, dirigida por el veterano historiador del ilusionismo y mago profesional Rafael Amineva, propietario de casi la mitad de las 150 piezas expuestas. Entre ellas antiguos juegos de manos, cartelería y sobretodo libros, docenas de libros antiguos sobre cartomagia, micromagia, escapismo, faquirismo, mentalismo, y otras muchas artes de la antigua ciencia de la magia. Ha sido una oportunidad fascinante para conocer algunos de los detalles históricos de esa fábrica de ilusiones que es la magia. Una ciencia “inventada” en el Egipto del faraón Keops, pero que se desarrollo y evolucionó paralelamente en todo el mundo.
Según menciona Juan Tamariz, probablemente el mago español más importante del momento, ya en el siglo I d.C. tenemos constancia histórica de la existencia de hábiles manipuladores callejeros de cubiletes (utilizando vasos para el vinagre). Así lo recogió el filósofo cordobés Séneca en sus escritos, donde además exponía su inteligente falta de interés por descubrir el secreto de los prestidigitadores callejeros, y no perder así, el encanto de la ilusión mágica que creaban.
Sin embargo, y pese a esa cita de Séneca, tendríamos que esperar hasta la España árabe de Al Andalus, para encontrar descripciones más precisas y extensas sobre la presencia de magos e ilusionistas en nuestro país.
A pesar de que el Islam condena con la misma energía que el judaísmo o el cristianismo toda forma de espiritismo, adivinación o práctica de hechicería, la España de Al Andalus era un referente en el desarrollo de las matemáticas, la física o la química. Y aunque el gran público lo ignore, con frecuencia estas ciencias son los pilares de las artes mágicas. Por esta razón no debe extrañarnos que en el siglo X, poeta, psicólogo, polígrafo y moralista Ibm Hazam de Córdoba (donde todavía se conserva un monumento en su memoria), en su “Historia de las religiones”, se hiciese eco de los prodigios de un santón llamado Abu Mohamed “Al Mojric” (El Milagrero).
El pícaro Abu Mohamed se había ganado gran popularidad haciendo que en su presencia se materializasen voces que surgían de las paredes de la mezquita, como si los mismísimo jínas, los genios de los que habla extensamente El Corán, quisiesen hacerse oir. El cronista, sin embargo, explica también que el truco de los “poderes místicos” de Abu Mohamed se ocultaba en su secretario, Mohamed Ben Abdallah, quien escondido tras las paredes, y utilizando un tubo introducido por un agujero, emitía las voces y sonidos que los demás escuchaban: “Yo mismo descubrí y confundí las trampas de un tal Abu Mohámed, conocido por Al Mojric (El milagrero), que hacía que en su presencia oyesen las gentes hablar sin que se viese quién era el que hablaba. Desafié yo á uno de los defensores entusiastas de aquel prestidigitador á que éste consiguiese hacerme oír á mí aquello mismo en otro lugar cualquiera que no fuese la mezquita ó en un sitio completamente abierto, sin paredes ni construcción alguna; pero rehusó aceptar mi reto y así quedó al descubierto la trampa de que se servía. Y era un trozo de caña agujereada por ambos extremos, metido en la pared por detrás, á través de un orificio disimulado; un individuo pronunciaba unas pocas palabras, dos ó tres no más, desde el otro extremo del canuto, en el momento en que el público de la mezquita estaba distraído, y así nadie de los que en ella se encontraban en compañía de aquel milagrero impostor, podía sospechar que las palabras eran emitidas por el individuo que estaba cerca de ellos…”.
Un truco que ha sido documentado, por los historiadores de la magia, desde el Egipto faraónico hasta el Africa de los hechiceros y médicos tradicionales. En mi libro “El secreto de los dioses” (Martinez Roca, 2005), dedico varios capítulos a desarrollar ese uso ilegítimo de la magia por chamanes, hechiceros y santones de todos los tiempos y culturas.
El lúcido Ibn Hazam menciona en su “Historia de las religiones”, otros fenómenos supuestamente extraordinarios, que dependen tan solo de la pericia y habilidad del prestidigitador, como las artes del “escamoteador, que las gentes ven con sus propios ojos, sin que sean otra cosa que “operaciones sutiles que en nada alteran las leyes de la naturaleza”. Como ejemplo se mencionan antiguas rutinas del ilusionismo, como el cuchillo con mango hueco, que oculta la cuchilla que parece clavarse en el cuerpo del mago; el anillo suspendido de un hilo, que parece aparecer y desaparecer en la boca del prestidigitador; o los primeros teatros de sombras chinescas que surgen en la España árabe del siglo X, y que hicieron disfrutar a los señores del califato, hasta la caída de Granada, en el siglo XV.
Según las “Crónicas de Nueva España”, de Fray Bernardino de Sahagún, a principios del siglo XVI Hernán Cortés llevaba a un ilusionista en su expedición a las tierras aztecas recién conquistadas. Ese siglo se implanta en la España reconquistada para el cristianismo el ilusionismo, y se publicarían en España los primeros libros sobre magia y prestidigitación.
En la naciente cultura mágica española del siglo XVI influye en buena medida la visita a España de magos extranjeros, que aumenta la formación de los nacionales. Por ejemplo, en 1574 llegó a Madrid el prestidigitador italiano Alberto Ganassa, según el Ramón Mayrata, probablemente el primer mago extranjero que sembró sus conocimientos en España. Ganassa permaneció en España hasta 1582, siendo el primer mago que traslada sus artes de las calles a un escenario en Madrid, y actuando durante 8 años con su compañía. Su éxito fue tan notable que Lope de Vega le cita en varias de sus obras.
Sin embargo, casi 25 años antes de que Ganassa estableciese su espectáculo en Madrid, ya se había publicado en España el libro “De Subtilitate”, de Cardan, donde se menciona el famoso efecto de los tres aros metálicos enlazados, que todavía utilizan muchos magos, y que en aquella época el cartomago e ilusionista catalán Dalmau “El Tortosino” ya había podido mostrar ante Carlos V y Francisco Sforza, durante sus actuaciones ante la corte en Milán.
Dalmau, como otros ilusionistas a lo largo de la historia, fue requerido por la Santa Inquisición para que demostrase ante el tribunal, que no realizaba aquellos prodigios por ningún tipo de práctica diabólica o brujeril. Y a diferencia de lo que ocurre con los médiums, videntes o supuestos dotados, al ilusionista le es más sencillo demostrar que sus artes están basadas en el ingenio y la habilidad manual, que a los primeros demostrar sus poderes sobrenaturales.
En ese mismo siglo Luque y Fajardo, Alcocer, Covarrubias, Torquemada o Navarrete escriben diferentes obras sobre las trampas en los juegos de azar, que en muchas ocasiones eran adoptadas por los cartomagos, prestidigitadores especializados en los juegos de cartas, para sus rutinas. Como después expresarían en sus obras Velázquez, Cervantres o Quevedo, la picaresca de tahúres y jugadores de azar era más que notable en la época. Razón por la cual Felipe II llegó a emitir una “pragmática y prouisión real, contra los que jugaren a dados, o los hazen, o los venden, o los hazen hazer o vender, y que las casas donde se jugaren o vendieren se confisquen para la cámara de su Magestad…”. Los dados, junto con las cartas, eran otra de las artes adoptadas por los prestidigitadores de la época.
A final de siglo, en 1598, se publica en Valencia la obra “Libro de phisonomía natural y varios secretos de la naturaleza”, de Gerónimo Cortés, desde se detallan también otros efectos de magia.
Literatura mágica
Como se documentaba en la exposición sobre la historia de la magia, de la Biblioteca Nacional de Madrid, en el siglo XVII una nueva disciplina viene a engrosar el arsenal de magos y prestidigitadores: la mnemotecnia o arte de mejorar la memoria. Y en 1626 se publica en Madrid la obra “El Fenix de Minerva y el arte de la memoria”, de Juan Velázquez de Acevedo. Sin embargo habría que esperar hasta el siglo XVIII para que se produzca la gran explosión de obras literarias sobre artes mágicas en España.
A pesar de todos los precedentes anteriores, el considerado como primer libro íntegramente dedicado a la magia, publicado en España, no es impreso hasta 1733. Se trata de “Engaños a ojos vistas y diversión de trabajos mundanos, fundada en lícitos juegos de manos…”, de Pablo Minguet e Yrol. Una compilación de textos publicados anteriormente en otros países, y que recoge muchos juegos de cartas, dados y cubiletes. El éxito del libro fue tan mayúsculo, que fue reeditado en cinco ocasiones, además de las numerosas copias piratas impresas clandestinamente. Se trata de uno de los libros de magia con más difusión en la historia de España, que conoció hasta 20 ediciones distintas hasta 1935. Pero que, como todo libro exitoso, generó polémicas. E incluso la publicación de un libro crítico, publicado en 1740 por Diego Jose Zamorano, en el que se atacaba directamente la obra de Minguet, y que llevó por título: “Thesoro atractivo de curioso, y desengaño de engaños…”.
Como anécdota cabe reseñar que en 1733, año de la publicación del clásico de Minguet, el mago italiano Tomas Paladino, que se encontraba actuando en España, fue requerido por la Santa Inquisición para que demostrase ante el tribunal como era posible que realizase aquellos prodigios, sin la ayuda de fuerzas sobrenaturales… Como Dalmau antes que él, salió absuelto.
Gracias a la investigación en las hemerotecas catalanas del titiritero e historiador de la magia Francisco Porras, hoy conocemos diferentes anuncios de magos y prestidigitadores, que ya se anunciaban en la prensa del siglo XVIII. Por ejemplo, desde las páginas del Diario de Barcelona, el ilusionista Narciso Ribot anuncia el inicio de “sus divertidas funciones de juegos de manos”, mientras que el prestidigitador Manuel Perigallo de Valencia se ofrece para “hacer juegos de manos en casas particulares”. Otro de esos anuncios históricos, rescatados de la hemeroteca, es el de Jayme Chiarini, “bien conocido en este Reyno y el de Portugal, pero nunca visto en esta ciudad”, que oferta sus habilidades con la sombras chinescas y juegos de manos.
Especialmente interesante el anuncio de un tal Fondard, físico, naturalista y profesor de Matemáticas, que “abrirá un salón de Física en el que habrá una muchacha invisible de edad de 15 años, a la cual se oirá cantar, suspirar, reir, responder a todas las preguntas, averiguara el color de los vestidos de los concurrentes... etc.”.
Se anuncia también un todavía novato Juan Brasi, notable mago valenciano discípulo de Giovanni Giuseppe Pinetti, que alcanzó gran popularidad, ya en el siglo XIX, con el sobrenombre de “El hombre incombustible”, y que utilizaba diferentes efectos de magia química y física en sus espectáculos. En la exposición de la Biblioteca Nacional se incluían unas láminas impresas en 1806, que reflejaban algunas de sus sorprendentes actuaciones en Madrid.
Durante todo el siglo XVIII la historia de la química y la física evoluciona muy pareja a la del ilusionismo. Un arte de apetito voraz que se nutre de cualquier tipo de herramienta, ciencia o técnica que permita crear una ilusión. Y en el Siglo de Oro los autómatas del suizo Jacques Drozo, del holandés “Paisano del Norte” o del italiano Giovanni Giuseppe Pinetti, por citar un ejemplo, capaces de escribir, dibujar o tocar música, fascinaron a miles de europeos en lo que pretendía ser un punto de intersección entre la ciencia y la magia.
En 1792, precisamente, se presentaba en Madrid un seguidor de Pinetti llamado Tasarini, con un espectáculo de escena compuesto por 16 autómatas como “la filósofa que responde por escrito a preguntas”, “el faisán de la China” y otros. Ya en 1783 Teodoro Blanqui se presentó también en Madrid con máquinas autómatas.
La magia sobrenatural
Ya entrado el siglo XIX, en 1819, se publica en España el primer libro dedicado exclusivamente a la cartomagia y juegos con naipes: “Recreaciones del arte y la naturaleza”, de Donato José Medrano. Pero será necesario aguardar 20 años más hasta la publicación de uno de los grandes clásicos del género; “El brujo en sociedad”, de Juan Mieg, más conocido como el Tio Gigüeño. Este libro marcó un antes y un después en la magia española, ya que daba a conocer muchos efectos y técnicas procedentes de otros países, y aportaba grandes innovaciones.
La primera mitad del siglo XIX fue mágicamente prolífica. Las fantasmagorías, cámaras oscuras y juegos de luces eran la última moda. En 1821 Baltasar Calvo y María Salazar presentaron su espectáculo “Las sombras de la Linterna Mágica”, que contó entre su público con un asombrado Francisco de Goya… Ese mismo año Romanine actua ante los Reyes de España, que también disfrutarían unos años después del Teatro Pintoresco Mecánico de Marcos Latronche, y de las artes mágicas de Antonio Zervi.
En 1826, en la calle Fuencarral de Madrid, se instaló “la maquina pequeña de perspectiva”, y dos años después el relojero zaragozano Ramón Pérez Olivar, construyó su teatrito de transformación.
En aquella época visitaban Madrid Gossoul y Poret, o Jose Dos Reis Malabar (a quien se debe la palabra malabarismo), quienes entre 1826 y 1833 ofrecieron diferentes espectáculos en España. El francés Pedro Reyno instaló un teatro de metamorfosis en Madrid, donde también actuó Cayetano Pelizzari con su truco de “La niña invisible”, muy similar al anunciado por el Profesor Fondard unos años antes.
Unos años más tarde hacen su aparición en los escenarios españoles Jose María Schmid y el francés Louis Comet, que realizan juegos innovadores y sorprendentes como el denominado “Vista a través de los cuerpos opacos”. Un juego revolucionario en la época que les valió ser premiados por la propia reina Isabel II. Entre 1849 y 1852 publicaron varios libros.
Pero hacia la mitad del siglo XIX surge un nuevo fenómeno social, exportado desde EEUU y Francia, que se extendería rápidamente por todo el mundo, y que se convertiría en inagotable fuente de inspiración para magos e ilusionistas: el espiritismo. A partir de entonces son legión los prestidigitadores que incluyeron en sus espectáculos sesiones mediúmnicas, la aparición de fantasmas, etc. Pero también surgieron personajes, inspirados por el famoso Houdini, que se dedicaron a desenmascarar a los médiums y espiritistas que afirmaban mantener un contacto genuíno con los espíritus, y protagonizar auténticos trances, levitaciones, etc. Esta nueva ocupación de algunos ilusionistas, la de desenmascarar a los falsos médiums, videntes o psíquicos, generó una nueva literatura mágica, el llamado desenmascaramiento. En realidad el desenmascaramiento se ocupa, como su nombre indica, de revelar los secretos de los efectos mágicos, o trucos, de los magos, pero con frecuencia se ha justificado centrándose en desenmascarar las técnicas utilizadas por algunos médiums, videntes o adivinos que afirmaban poseer poderes sobrenaturales.
El primer libro sobre desenmascaramientos publicado en España aparece en 1847. Pero la obra “Palacio desencantado de Mister Macallister”, del empresario teatral Antonio Rotondo, no fue un simple libro divulgativo, sino una venganza del empresario que se había sentido estafado por el mago inglés Macallister, quien había cosechado un notable éxito con su espectáculo “El Palacio Encantado” en Madrid. 54 páginas en las que el esmpresario explica las 45 experiencias presentadas en Madrid por Macallister, quien había sido ayudante del francés Philippe.
Esa segunda mitad del siglo XIX vio también como los magos e ilusionistas enriquecían sus repertorios con el magnetismo animal, ahora conocido como hipnosis, una nueva ciencia recién descubierta en Francia por Anton Mesmer. Y el hipnotismo de espectáculo, junto con el faquirismo, el escapismo, las grandes ilusiones, etc, fueron nutriendo, cada vez más, el feroz apetito de ese arte que es la magia, que jamás deja de evolucionar.
Además aparecen las primeras tiendas de magia, como “El Rey de la Magia”, del barcelonés Joaquim Partagás. Partagás había abierto en la Ramblas, en 1894, el primer teatro-salón dedicado exclusivamente a magia, ofreciendo funciones diarias de ilusionismo, magia, linterna mágica, etc.
Su primera tienda especializada, “El Rey de la Magia”, continua en funcionamiento. Partagás, por cierto, uno de los grandes magos de final del siglo XIX, publicó en 1900 su obra: “El prestidigitador Optimus, o Magia Espectral”, un clásico.
Como clásico fue otro contemporáneo del rey de la magia, y también catalán: Fructuoso Canonge “el Merlín español” (o catalán, según las versiones más o menos nacionalistas). Nacido en 1824 en Montbrio del Camp (Tarragona), Canonge dejó el salón de limpiabotas que tenía en Barcelona y las ilustraciones, para recorrer Francia actuando en cafés y pequeños locales, anunciando sus espectáculos con un enorme cartel publicitario. Su habilidad como prestidigitador le otorgó una fama y un prestigio que le valieron que lo llevarían después por toda Europa y América, llegando ser nombrado Caballero. En la calle Pas de L'ensenyança de Barcelona, todavía se conserva un mural del Merlín español y en la Plaza Real, una placa con su nombre.
De la mano de Partagás y Canonge, la magia española entró muy dignamente en el siglo XX, donde terminó de consolidarse internacionalmente.
Por Manuel Carballal
Muy buen artículo Manuel!
ResponderEliminarComo ilusionista, lo aprecio muchisímo.
Saludos
No solo es apreciable como ilusionista,sino como investigador, como persona, como erudito en multiples materias. Pero esto es España, aqui nada brilla con el fulgor que amerita. Respecto a lo del artículo, como siempre, extraordinario, brillante ¿como hace para recalar tanto dato? Este artículo arroja bastante luz sobre algunos colectivos que aun hoy en día utilizan encubiertamente el ilusionismo para dar gato por liebre y pretender demostrar poderes y fenomenos que no son tales. Abarcamos desde el fenómeno ovni, donde se orquestaban en las lomas peruanas de Chilca diversos dispositivos lumínicos que se hacían pasar por naves, no siendo mas que luces y en muchos casos artificiosas, para revalidar e incentivar la diáspora del error y dinamizar la creación de movimientos portadores de doctrinas amalgamadas que luego ofrecían como dádiva celestial refrendada por luces. Hasta incluso pasando por ciertos grupos de filo espiritualista que rozando lo espiritista o espiritoide, se amparan en presuntas informaciones conferidas por demons, vivos y muertos cuando en realidad son fantasías malintencionadas en muchos casos y en otros, fruto de investigaciones pagadas cuya información hacen pasar posteriormente como ofrecidas por entes del mas para allá. En fin, el circo sigue. Yo me pregunto: en el primero de los ejemplos mostrados: ¿como es que en 35 años arribando a España los gurús platillistas aquí jamás dieron prueba fideligna de su contacto, mas alla de luces inmateriales? Todo ocurría allende los mares, coo cuando los colonos españoles regresaban diciendo que allí las mujeres tenían 6 tetas... la historia parece repetirse, nos llegan cuentos desde el otro lado del atlántico y como acto de fe, nos hemos tragado todo hasta en la ONU. Tal es el vacío existencial del espiritu humano que acepta cualquier mentira con tal de llenar el vacío. En el segundo supuesto mencionado o ejemplo: si tan ciertas y fidelignas son las fuentes de información del más p'a allá... ¿por que no se dedican a pillar delincuentes reales en lugar de crearlos ficticiamente y artificiosamente (hecho punible legalmente) y localizan de una jodida vez a nuestros desaparecidos, tal como Madeleine? Vean pues, lo que hay. Lo que ES y lo que NO ES. Basta de engaños.
ResponderEliminar¡Qué buen resumen de la magia española!
ResponderEliminarMuy bien venido.
Tengo la colección de la historia de Tamariz. Y se echaba en falta más de la historia española.
Gracias por compartir.
Muy interesante, estoy muy interesado en el tema. Prdria facilitar refencias bibliográficas.
ResponderEliminarMuchas gracias