Del cuerpo nada más se supo. Sí del cráneo, sin duda la parte más importante de esta macabra ceremonia. Tras ser separado del cuerpo, en un gesto con mucho significado, es enterrado en un lugar distinto, orientado hacia abajo y en una zona de arcilla oscura, arenosa y blanda y, sobre todo, muy rica en materia orgánica. Una sabia decisión de la que miles de años después se alegrará un grupo de científicos.
Como si de un grupo de investigadores de la Policía se tratase, científicos de la Universidad de York (Reino Unido) han reconstruido paso a paso este macabro crimen ritual hasta afinar al máximo el cuándo (entre el 673 a.C. y el 482 a.C., en la Edad de Hierro) y el cómo se produjo la muerte, algo “realmente infrecuente con unos restos humanos hallados en yacimientos arqueológicos”, asegura la coordinadora del estudio, Sonia O'Connor, miembro de la Universidad de Bradford e investigadora visitante honoraria en York.
Con todo, lo que ha dejado con la boca abierta a los científicos es el hecho de haberse topado con restos de este cerebro, que consideran el más antiguo del Reino Unido del que se tiene constancia y una de las muestras de tejido blando más antiguas halladas en el mundo. ¿Cómo ha podido mantenerse todo este tiempo? ¿Qué le ha permitido conservarse durante 2.500 años pese a tratarse de un material tan vulnerable? La base del cráneo Esa es la primera pregunta que se hizo la investigadora de la Universidad de York Rachel Cubitt cuando estaba limpiando la calavera y comprobó que algo se movía en su interior.
Tras fijar su mirada en la base del cráneo descubrió una inusual sustancia amarilla. “En ese momento recordé una conferencia pronunciada por la profesora Sonia O’Connor sobre algunos casos de extraña permanencia de tejido cerebral antiguo. Por eso decidimos contrastar nuestro hallazgo con los restos que O’Connor había recuperado de esqueletos medievales hallados en la Corte de Magistrados de Hull”, explica Cubitt. En la investigación, publicada en el Journal of Archaeological Science, han participado bioarqueólogos, neurólogos y químicos, que han empleado las últimas técnicas disponibles, como espectrómetros de masas y un escáner de tomografía computerizada (CAT) para examinar muestras del cerebro.
Estas muestras contenían una secuencia de ADN (ácido desoxirribonucleico) que se correspondía con otras secuencias halladas únicamente en algunos sujetos de la Toscana (Italia) y del Oriente Próximo. Según la datación por radiocarbono, los restos serían de entre el año 673 a.C. y el 482 a.C. Conservación del cerebro «Esta es la investigación más exhaustiva que se ha realizado sobre un cerebro hallado en un esqueleto enterrado. Nos ha permitido empezar a comprender el mecanismo por el que un cerebro ha podido conservarse durante miles de años pese a que los tejidos blandos restantes se hayan descompuesto -explica O’Connor-. El estado hidratado del cerebro y la falta de indicios de putrefacción sugieren que el enterramiento -en los sedimentos anóxicos de grano fino de la fosa- se produjo muy poco después del fallecimiento.
Se trata de una secuencia de hechos inusual que podría ser el motivo del excepcional estado de conservación del cerebro», informa la agencia europea científica Cordis. Las marcas y fracturas en los huesos sugieren efectivamente que el hombre probablemente murió ahorcado y que después su cabeza fue cuidadosamente arrancada del cuerpo para ser enterrada en otro lugar. No hay indicios, sin embargo, de embalsamiento ni técnicas de conservación que sugieran que hubo una intencionalidad en conservar el cerebro. Tan solo la feliz coincidencia de elegir el lugar más adecuado.
No sólo por el material que rodea los huesos, sio porque el “tesoro” estaba nada más y nada menos que en el propio campus de la Universidad. Los restos se hallaron en 2008 durante las obras de ampliación del propio campus de la Universidad, en las que han invertido 500 millones de libras. Y no solo eso. A principios de año se encontraron los huesos de una de las primeras víctimas de tuberculosis de las que se tiene constancia, los de un hombre muerto en las postrimerías del imperio Romano. Toda una paradoja tratándose de la Facultad de Arqueología.
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