José Carlos B.H., 17 años; estrangula con una funda de almohada a Mª del Rosario Mena de 28 porque se sentía rechazado.
José Benito Campos, 35 años; dispara a su mujer Mª Fernanda Otero en el bar que regentaban en Coruña, suicidándose después.
José Luis Lázaro, 37 años, diagnosticado de esquizofrenia; degolló a su mujer, Mª Juárez de 36 años, con un cuchillo y la espada de su tarta de bodas.
Jesús J.V., 41 años; mata a golpes a su mujer Rafaela R.G. de la misma edad por llegar tarde a casa.
Javier M.P., 25 años; acuchilla a su pareja de 24 años, Raquel S.P.
Agustín Esteban F., 87 años; dispara con una escopeta de caza a su mujer Concepción Nieto de 79 años en presencia de una hija de 43.
Pedro Rguez., 36 años; dispara con una escopeta de caza a su exmujer Mercedes Collado de 32 años en presencia de su hijo de 7.
Jaume Puig Carbó, 47 años; acuchilla a su exmujer Mª Angeles Boadas de 39, ésta había pedido protección policial.
José Mª G.R., 65 años; abogado de un selecto despacho catalán; acuchilla a su exmujer con la que todavía convivía de 61 años... La mayoría de estas mujeres habían denunciado previamente los malos tratos.
Estos son algunos de los asesinos del 97. El año de toma de conciencia de los medios de comunicación y de la sociedad en general sobre el fenómeno de la violencia doméstica. Un revulsivo: el asesinato de Ana Orantes por parte de su exmarido, José Parejo Avivar de 61 años. El arma homicida: gasolina y la llama de un encendedor. La quemó viva. Este caso no pasó desapercibido como tantos otros porque días antes de su muerte, Ana había participado en un programa de Canal Sur en el que relató ante las cámaras con una minuciosidad espeluznante los 40 años de malos tratos que había padecido junto a José Parejo.
El efecto de los medios de comunicación, afortunadamente y por una vez, sirvió para que la sociedad aletargada despertara al brutal fenómeno que día a día se lleva produciendo en nuestro país y en el resto del mundo. En los últimos quince años se calcula que han muerto en España más de 900 mujeres a manos de sus maridos, exmaridos, compañeros, amantes, novios,... y demás formas de relación afectiva que se pueden mantener entre un hombre y una mujer. Las denuncias por malos tratos inundan las comisarías. Cerca de 20.000 se presentan cada año, y si tenemos en cuenta que las denuncias presentadas son sólo la punta de un iceberg puesto que según las expertas y expertos sólo se denuncia el 10%, nos podemos hacer una idea de la magnitud del fenómeno. Y sin embargo, la protección de las víctimas sigue siendo una asignatura pendiente en las actuaciones de los poderes públicos. Los recursos siguen siendo escasos y la celeridad de la justicia deja mucho que desear. Sentencias judiciales tan penosas como algunas de las últimas emitidas en nuestro país (en 72 puñaladas no hay ensañamiento o la falta de antecedentes en un maltratador habitual) demuestran la insensibilidad de la justicia y el profundo desconocimiento del fenómeno de la violencia de género.
No cabe duda que los casos extremos, es decir, cuando se llega hasta el asesinato, han pasado antes por una escala gradual de violencia: la espiral de los malos tratos físicos y psíquicos es muy sutil, comienza con un grito y puede acabar con un disparo a bocajarro. Son contadas las excepciones en las que se produce un asesinato sin antes haberse dado unos actos reiterados de violencia doméstica. Es por ello que para llegar al perfil de los asesinos antes hemos de analizar qué elementos determinan la violencia.
Durante el I Congreso de Organizaciones Familiares celebrado en Madrid (Diciembre de 1987) se definió la violencia en la familia como “toda acción u omisión de uno o varios miembros de la familia que de lugar a tensiones, vejaciones u otras situaciones similares en los diferentes miembros de la familia”. Por lo tanto puede entenderse como “toda situación que sobrevenida en su seno, revela un quebranto y perturbación de la paz y de las normales relaciones de convivencia y armonía que entre las personas que forman aquella deben presumirse existentes”. El Consejo de Europa en su Consejo de Ministros de 26 de marzo de 1985 definió la violencia familiar como “todo acto u omisión que lleve consigo un atentado contra la vida, la integridad corporal o psicológica o la libertad de una persona, o que comprometa gravemente el desarrollo de la personalidad”.
El artículo 1 de la Declaración sobre la Eliminación de la Violencia contra la Mujer de las Naciones Unidas considera que la violencia contra las mujeres es “todo acto de violencia basado en la pertenencia al sexo femenino que pueda tener como resultado un daño o sufrimiento físico, sexual o psicológico para las mujeres, inclusive las amenazas de tales actos, la coacción o la privación arbitraria de libertad, tanto si se produce en la vida pública o privada”.
Por tanto, la violencia contra las mujeres engloba lo que conocemos normalmente por malos tratos físicos, psíquicos y sexuales, además de la pornografía, el tráfico ilegal de mujeres, la prostitución forzada, el acoso sexual en el trabajo y cualquier otra situación que vulnere los derechos humanos fundamentales en este terreno como son la libertad, la integridad y la dignidad de las mujeres.
Antes de adentrarnos en las posibles causas del problema no queremos finalizar esta introducción sin ofrecer algunos escalofriantes datos que nos ayudan a formular una idea global de la situación de violencia contra las mujeres en el mundo (datos de la ONU). En Estados Unidos son maltratadas de 3 a 4 millones de mujeres por año y se estima que 1 de cada 5 mujeres adultas ha sido violada. Cada año en el mundo 2 millones de mujeres son mutiladas sexualmente mediante la ablación del clítoris. El 80% de las mujeres presas en Turquía son víctimas de agresiones sexuales y violaciones. En Bosnia durante la guerra fueron violadas alrededor de 60 mil mujeres. Solamente la cuarta parte del mundo cuenta con leyes contra la violencia doméstica.Sólo 17 países consideran delito la violación dentro del matrimonio.Sólo 27 naciones tienen leyes contra el acoso sexual.
¿POR QUÉ SE LEGITIMA LA VIOLENCIA DE GÉNERO?
La violencia contra las mujeres es el crimen encubierto más numeroso del mundo y éste tiene una estrecha relación con la igualdad entre hombres y mujeres, con el reparto del poder entre los sexos y el concepto que los hombres tienen de las mujeres. Vivimos en una sociedad patriarcal en la que el hombre y sus necesidades son la norma y en la que la mujer y sus necesidades se subordinan a las de los hombres, tanto en el ámbito sexual como económico, social y político.
Ya Aristóteles consideraba a la mujer como un ser defectuoso tanto psíquica como físicamente. Las mujeres sólo existían para producir nuevos hombres. Tomás de Aquino escribió: “El hombre está por encima de la mujer, como Cristo está sobre el hombre”. Una oración hebrea reza: “Adorado seas, Señor, nuestro Dios, Rey del Universo, que no me has hecho mujer”. El refranero español es un acopio de brutalidad patriarcal: “¿En qué se parecen las mulas a las mujeres? En que las dos funcionan mejor después de haber recibido una buena paliza”. Este concepto de la mujer se ha mantenido a lo largo de la historia a través de los padres de la iglesia, de filósofos, escritores, políticos y otros formadores de opinión hasta nuestros días, y es sólo de poco tiempo para acá cuando ha comenzado a cuestionarse.
La tolerancia y estimulación de la violencia como forma de resolver conflictos, especialmente entre los chicos, ha sido una forma de relación aprendida en los espacios de socialización más comunes: la familia, la escuela, los medios de comunicación y el entorno que nos rodea. La sociedad espera que ejerzamos el rol asignado históricamente y el no hacerlo genera costes emocionales muy fuertes: culpa, miedo, inestabilidad... La violencia ha sido incorporada a la identidad masculina. Desde pequeños los niños aprenden a responder agresivamente y se entrenan en aspectos activos tales como ganar, luchar, competir, apoderarse, imponer, conquistar, atacar, vencer,... Mientras que las niñas aprenden a ceder, pactar, cooperar, entregar, obedecer, cuidar,... aspectos que no llevan al éxito ni al poder y que son considerados socialmente inferiores a los masculinos. Los hombres han dominado el espacio público y han ejercido también su poder en el privado, sobre toda su familia. Este poder ha dado origen a un sistema de jerarquías que se conoce como patriarcado. De acuerdo con la organización patriarcal de la sociedad, ambos sexos hemos desempeñado siempre papeles sociales diferentes. Así, los hombres han predominado en todas las esferas de la vida pública, quedando las mujeres reducidas al espacio doméstico. Este reparto de papeles ha permitido que las mujeres seamos consideradas como una propiedad del hombre, de la misma forma que lo son los hijos y las hijas.
La contribución de los medios de comunicación a fomentar un estereotipo sexista con el uso de imágenes y un lenguaje que atenta contra la dignidad de las mujeres, la apropiación social de nuestro cuerpo y nuestra imagen, el control sobre nuestra sexualidad, las dificultades para acceder a una independencia económica a través del empleo,... y tantos otros factores se suman para perpetuar y reproducir unas relaciones desiguales, y en muchas ocasiones, violentas, entre hombres y mujeres.
Y esta base de discriminación histórica se fue cimentando auspiciada por el desarrollo de leyes que la protegían. Si hacemos un somero repaso nos encontramos con que el Derecho Romano consideraba a la mujer como “una res (cosa) absoluta del hombre”: no podían ser propietarias y dependían del padre durante la soltería y después del matrimonio, del marido. Cuando los bienes se repartían se dividían por el principio del dentro y fuera: la tierra para los hijos y los muebles para las hijas.
En nuestro país con la II República se consiguieron avances cualitativos en el reconocimiento formal de los derechos de las mujeres: derecho al voto, legalización del divorcio, legalización del aborto en Cataluña, se elige una mujer ministra,... Pero con la dictadura franquista se produce un retroceso que anquilosaría los derechos de las mujeres durante 40 años. El Fuero de los Españoles restablece la subordinación de la mujer en la familia: se ensalza la figura de la mujer como esposa y madre ejemplar al cuidado de los hijos y del trabajo doméstico. Con la transición democrática y la Constitución se reconoce por fin en el artículo 14 la igualdad de los españoles ante la ley sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de sexo. Pero aunque la igualdad legal está reconocida, en la práctica aún nos queda un largo trecho por andar.
Una vez analizadas someramente las causas de la violencia de género vamos a comenzar a desmontar algunos mitos sobre ella. El Departamento de Personalidad, Evaluación y Tratamientos Psicológicos de la Facultad de Psicología de la Universidad de La Laguna ha desarrollado un interesante trabajo, presentado por Pilar Matud, que nos puede arrojar bastante luz sobre el tema. En él y en otros estudios nos basaremos para este análisis.
MITOS Y PREJUICIOS DE LA VIOLENCIA DE GÉNERO
La cultura es un instrumento poderoso que influye fuertemente en la manera de pensar, sentir y actuar de las personas. Es decir, en sus valores, en la forma de entender el mundo y en los prejuicios y mitos que se tienen de diversas situaciones. Vamos a intentar desmontar los mitos más comunes con respecto a la violencia de género.
Mito nº 1: Los casos de violencia familiar son escasos y no representan un problema tan grave.
El propio Alvarez Cascos tuvo el “valor” de decir que el asesinato de Ana Orantes era un “hecho aislado”, cuando las estadísticas demuestran precisamente todo lo contrario. Hasta hace años el problema se mantenía oculto porque se consideraba que lo que ocurría tras las paredes del hogar era íntimo y privado. Las investigaciones psicosociales de las últimas décadas demuestran que alrededor del 50% de las familias sufre o ha sufrido alguna forma de violencia.
Mito nº 2: Sólo en las familias marginales y con problemas hay violencia.
Es absolutamente falso. La violencia doméstica se produce en todas las clases sociales sin distinciones económicas o de status, aunque la pobreza y las carencias educativas son factores de riesgo. Quizás queden más encubiertas en las clases medias o altas por el temor al cuestionamiento social.
Mito nº 3: Los maltratadores, violadores o asesinos padecen algún tipo de enfermedad mental.
Los estudios demuestran que en menos del 10% de los casos se han encontrado patologías mentales asociadas a la violencia de género. La visión que suelen tener las personas del entorno cercano al violento es, en muchas ocasiones, de una persona correcta, que puede llegar a ser amable y que no causa problemas graves en el barrio. No se ensañan con su jefe o con el vecino de al lado, sólo con la mujer por los condicionantes socioculturales que ya hemos analizado. Consideran a la mujer un objeto más de su propiedad y frases tan tópicas como “o mía o de nadie” y “la maté porque era mía” son el argumento que “justifica” su crimen.
Mito nº 4: Los hombres son violentos porque consumen alcohol u otras drogas y están sin trabajo.
Se intenta justificar la violencia por circunstancias transitorias. Se ha demostrado que siguen siendo violentos aunque no consuman y tengan trabajo. Además como ya hemos dicho, no son violentos en su medio social o laboral, sólo en el doméstico. El alcohol no parece jugar un papel directo en los incidentes concretos de maltrato aunque puede agravar las agresiones.Otros estudios (Unger y Crawford, 1992) sugieren que el varón puede usar el alcohol como una excusa para golpear a su mujer, disminuyendo así su responsabilidad porque no puede controlarse cuando ha bebido.
Mito nº 5: A las mujeres que son maltratadas por sus compañeros les debe de gustar, de lo contrario no se quedarían.
Los acuerdos masoquistas no se definen violencia doméstica. Los sentimientos más comunes en las mujeres son el miedo, la impotencia, la culpa, la vergüenza,... que les impide pedir ayuda. No hay evidencia de la existencia de personalidades de riesgo en las mujeres maltratadas.
Mito nº 6: Las víctimas del maltrato a veces se lo buscan, lo provocan.
La conducta violenta es absoluta responsabilidad de quien la ejerce. No se ha encontrado evidencia de ninguna característica psicológica o patrón conductual que prediga que una mujer será golpeada, aunque sí se puede identificar un patrón de personalidad con tendencia a la violencia para el varón.
Mito nº 7: El maltrato emocional no es tan grave como la violencia física.
Si es continuado provoca gran desequilibrio emocional. Es más fácil eliminar un hematoma que continuos insultos y vejaciones.
Mito nº 8: La conducta violenta es algo que pertenece a la esencia del ser humano.
Falso. La conducta se aprende a partir de los modelos familiares y sociales que la consideran un recurso válido para resolver conflictos.Lamentablemente ese aprendizaje parece tener gran relevancia en la conducta del maltrato, ya que en el caso de la mujer el haber sido testigo de violencia familiar durante su infancia es un factor de riesgo de ser esposa maltratada. En el caso del varón también está relacionada. El 81% de los agresores habían recibido malos tratos en la infancia o habían visto como su padre pegaba a su madre (Roy, 1977). Parece que la violencia puede perpetuarse pasando de una generación a otra.
Mito nº 9: Si hay violencia no puede haber amor en una familia.
Los periodos de violencia suelen ser por ciclos, no permanentes. Generalmente se produce un tipo de amor adictivo, dependiente, posesivo y basado en la inseguridad.Walker (1984) ha descrito un ciclo de la violencia en tres fases: la primera, denominada de acumulación de la tensión se caracteriza por pequeños episodios que llevan a un incremento de la tensión en la pareja. Esta tensión acumulada da lugar a una explosión de violencia mayor o menor gravedad, es la segunda fase o episodio agudo. Finalmente, viene la tercera fase en la que el hombre muestra su arrepentimiento, pidiendo disculpas y prometiendo que nunca más volverá a ocurrir. Pero al poco tiempo vuelve a aumentar la tensión y a repetirse el ciclo. Como señalan Zubizarreta y colaboradores (1994) en este ciclo, el castigo (la agresión del varón) se asocia a un refuerzo inmediato (la expresión de arrepentimiento y ternura) y a un potencial refuerzo demorado (la posibilidad de cambio conductual en el varón). Pero con el paso del tiempo, el maltrato es cada vez más frecuente y severo, disminuye la fase de arrepentimiento y cariño y aumenta la probabilidad de que se cronifiquen las consecuencias psicológicas del abuso.
Mito nº 10: En el caso de que tengan hijos o hijas es mejor que aguanten.
Si la mujer es agredida las niñas y niños presenciarán la humillación de su madre convirtiéndose en testigos, y en muchos casos en víctimas directas, produciéndoles trastornos de conducta, de salud y de aprendizaje. Los niños incorporarán un modelo de relación agresiva y las niñas de victimización. Existen unos mitos muy específicos en relación con las conductas de violencia sexual que también vamos a describir.
Mito nº 1: El abuso sexual y las violaciones ocurren en lugares peligrosos y oscuros y el atacante es un desconocido.
El 85% de los casos ocurre en lugares conocidos o en la propia casa y el abusador es un familiar o un conocido. Russell (1980) encontró que el abuso sexual por parte del marido era el tipo de abuso más frecuente experimentado por un grupo extraído al azar de 930 mujeres residentes en San Francisco, siendo el doble de frecuente que el abuso por parte de un extraño. Un estudio realizado por la Asociación de Mujeres Violadas de Cantabria recoge que en un 73% el causante de la agresión es un miembro de la familia, un conocido de la misma o un compañero de trabajo. Con respecto al lugar de la agresión, el 32% se producen en lugares abiertos mientras que el 68% se producen en lugares cerrados (domicilio de la víctima o del agresor, coincidiendo aquí las violaciones en familias). Se ha llegado a decir que el hogar es el sitio más peligroso para las mujeres.
Mito nº 2: Cuando una mujer dice NO quiere decir SI.
Los hombres violentos creen que las mujeres no se atreven a manifestar sus deseos sexuales y por ello creen que tienen que forzarlas.
Mito nº 3: Es imposible violar a una mujer en contra de su voluntad.
En el delito de la violación parece que socialmente se le exige a la mujer un “certificado de haberse defendido”, cosa que no se pide en otros delitos. En una situación en la que está en juego la vida de una persona debería aconsejarse no oponer resistencia y obedecer las órdenes del agresor, sin que esto signifique que la mujer da su consentimiento.
Mito nº 4: La mujer violada es la que provoca al violador.
Existe una tendencia social a juzgar la conducta de la mujer violada más que la del violador. Si la mujer llevaba una vida ordenada, si salía de noche, si se vestía de forma “adecuada”, si hacía autostop,... Los violadores no eligen a sus víctimas por su imagen llamativa, además incluso agreden a niñas y ancianas.
Para finalizar este apartado, aportamos algunos apuntes más sobre el perfil del violador. Según los Uniform Crime Reports del FBI, el 61% de los violadores en EE.UU. son menores de 25 años. No existe un perfil tipo. Varía muchísimo su trabajo, educación, estado civil, antecedentes delictivos y su motivación para cometer la violación. Por regla general no son asesinos, se calcula que sólo una violación de 500 puede acabar en asesinato. Sin embargo, las consecuencias psicológicas de una agresión sexual para una mujer son terribles y en muchos casos, difíciles de superar.
Muchos/as se preguntan qué es lo que hace que una mujer llegue a aguantar años soportando agresiones. Ya hemos visto al analizar los mitos el círculo de la violencia (ver mito nº 9), a este ciclo contribuye también otro factor psicológico como es la indefensión aprendida, es decir, el tener fuera de control las causas por las que se produce el maltrato y el no saber cómo reaccionar ante una conducta violenta cuando el agresor días antes había jurado no volver a repetir. Muchas mujeres maltratadas tienen una historia de socialización infantil en los papeles asignados a su género favorecedora de la pasividad y la indefensión. En la edad adulta el condicionamiento se hace tan completo que no pueden actuar para defenderse. La creencia y la esperanza de cambio del agresor, unido a la dependencia económica, no tener dónde ir, el temor a represalias del marido y la preocupación por lo hijos (pensar que necesitan un padre), son algunas de las causas que hacen que las mujeres soporten la violencia durante largos períodos de tiempo. Se sabe que la mayor parte de denuncias que llegan a las comisarían son de mujeres que llevan una media de 5 a 10 años aguantando malos tratos.
EL PERFIL DEL AGRESOR
Aunque ya hemos esbozado algunas características al hablar de los mitos, vamos a ahondar un poco más en el perfil de los agresores. En general el hombre que abusa de su mujer tiene una serie de características específicas frente a aquellos que no lo hacen:
- Menos habilidades asertivas- Aislamiento social- Baja autoestima- Carencia de habilidades de afrontamiento- Impulsividad- Hostilidad- Necesidad de dominar- Ansiedad- Depresión- Dependencia y otras alteraciones emocionales- Mayor posesividad y celos- Prevalencia de valores culturales tradicionales asociados a la virilidad- Baja tolerancia a la frustración,...
Si bien estas características están relacionadas con el abuso no se puede asumir que lo causen directamente, aunque algunas pueden actuar como variables mediadoras.
En cuanto a la presencia de psicopatología en el maltratador, parece darse mayor prevalencia de personalidad antisocial, algún tipo de trastorno de la personalidad y depresión mayor, pero no trastornos graves como esquizofrenia, psicosis, etc.
Adams (1988) recoge un perfil bastante completo:
- Discrepancias entre el comportamiento público y privado, presentando una imagen amistosa y de preocupación por los otros, mientras que su esposa puede aparecer alterada, lo que puede provocar que el esposo tenga más credibilidad que la mujer ante los demás.
- Minimizan y niegan su violencia.
- Culpan a los demás
- Conductas para controlar: además del maltrato físico el abuso comprende una serie de conductas para la coerción como el abuso verbal, las amenazas, la manipulación psicológica, la coerción sexual y el control de los recursos económicos. Todo ello conlleva la disminución de la autoestima de la esposa, de su autonomía y al aislamiento social.
- Celos y actitudes posesivas; en muchos casos vigilan a sus esposas, las siguen, interrogan a sus hijos/as para saber sus actividades o las llaman por teléfono para controlarlas.
- Manipulación de los hijos/as, usándolos como forma de acceso y manipulación, especialmente en los casos de separación.
- Abusos de sustancias: aunque no es la causa de la agresión, algunos agresores abusan del alcohol o las drogas y en estos casos tendrían que recibir dos tipos de tratamiento.
- Resistencia al cambio. La mayor parte de agresores carecen de motivación interna para buscar asistencia o para cambiar su comportamiento.
PREVENCIÓN DE LA VIOLENCIA
La violencia de género conlleva profundas lesiones en la autoestima y desarrollo personal de las mujeres. Pero la violencia de género puede también acabar con la vida de muchas mujeres. Para evitar un problema primero hay que tomar conciencia de su realidad y luego desarrollar acciones específicas por parte de los organismos competentes. La mayoría de mujeres muertas en los últimos años tenían un abultado paquete de denuncias en juzgados y comisarías, incluso algunas habían pedido protección policial. Sabían que su vida estaba en juego y no se hizo absolutamente nada. El lema de los movimientos de mujeres cuando se manifiestan en contra de las actuaciones del poder judicial no puede ser más claro “¡Jueces, fiscales, aquí están sus muertas!” La erradicación de la violencia de género pasa por un cambio social, pero mientras la protección a las víctimas y las penas a los culpables deben aplicarse con el máximo rigor.
La educación en igualdad desde la infancia contribuirá sin lugar a dudas a que los estereotipos sexistas se modifiquen, el reparto del trabajo, unos medios de comunicación alternativos que ofrezcan imágenes igualitarias, la formación de los/as profesionales que intervienen en el problema,... son algunos aspectos a desarrollar para la prevención.
La creación de recursos específicos de apoyo a las mujeres: casas de acogida, centros de información, grupos de autoayuda, talleres de autodefensa,... son imprescindibles para la seguridad de las mujeres.
La intervención policial y judicial con la máxima celeridad con los maltratadores es fundamental, y aunque diversos estudios argumentan que las medidas penales no transforman las conductas agresivas, lo cierto es que nos hallamos ante actividades delictivas que hay que penalizar. Las víctimas tienen el derecho de que sus agresiones no queden en el olvido. La creación de programas terapéuticos para agresores es una de las alternativas menos desarrollada. Hay quien piensa que sólo son útiles si el agresor es consciente de su problema y está motivado para cambiar (la mayoría no lo están), y se argumenta que algunos hombres que se apuntan a tratamientos terapéuticos sólo lo hacen por librarse de la cárcel, ya que no están convencidos de que su conducta sea incorrecta.
Como hemos visto, el fenómeno de la violencia de género es mucho más complejo de lo que comúnmente se puede pensar. Este artículo sólo ha pretendido un somero análisis del mismo. Comenzamos nombrando a los asesinos del 97 (91 mujeres muertas), pero no olvidemos que los asesinatos han seguido produciéndose. A final de año tendremos las estadísticas del que ahora concluye y desgraciadamente comenzaremos un nuevo siglo con una lacra social que debería haberse erradicado hace mucho tiempo. Pero lo importante es que seamos conscientes y no cedamos ni un ápice en la denuncia y la movilización social para que el sistema cambie. La igualdad real entre hombres y mujeres todavía es una utopía.
Maria Ferraz
T. Social
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