A
pesar de que el temor por las sectas satánicas en los Estados Unidos
había menguado después de haber alcanzado su punto álgido a comienzos de
los ’90 con las alegaciones de “abuso satánico ritual” que llenaron las
páginas de los diarios y llenaron las cárceles de personas inocentes,
trece años después se ha notado un aumento en la preocupacion por la
existencia de tales sectas oscuras y el peligro que puedan representar
para el público en general. El temor está siempre a flor de piel,
mayormente entre los grupos evangélicos e integristas, quienes ven al
señor de las tinieblas en todas partes, desde dibujos del “rey sol”
(supuestamente Lucifer) hasta el logotipo de la empresa Proctor and
Gamble (la luna de perfil con seis estrellas), que supuestamente rinde
tributo al maligno. En fechas más recientes las palabras “proud”
(orgullo) y “spirit” (espíritu) aparecieron de forma puramente casual en
las decoraciones de servilletas comercializadas por una empresa de
productos de papel y los religiosos alegaron que se trataba de una
referencia al “espíritu orgulloso” que se había rebelado contra el
creador antes del comienzo de los tiempos. Tal perspicacia entre los
grupos religiosos ni siquiera atrae la atención de los medios
informativos, aunque ciertamente no puede decirse lo mismo cuando
cadenas de televisión, la prensa y los tribunales abordan el tema de
manera seria, como ha sucedido en el 2003. ¿Existe, pues, una nueva
oleada de satanismo en a comienzos del siglo XXI?
Laci Peterson: ¿sacrificio satánico?
La
muerte de una mujer bella bajo condiciones extrañas siempre atrae la
atención de los medios, sobre todo si existe la posibilidad de un crimen
de pasión o la fría premeditación de un marido que desea deshacerse de
ella. Esto fue precisamente lo que ocurrió en diciembre de 2002 con el
caso de Laci Peterson, que reúne
todos los ingredientes para hacer de él una sensación televisiva: la
joven esposa embarazada cuyo cadáver es hallado en las orillas de la
bahía de San Francisco (California), el marido cuya conducta resulta
cada vez más extraña y cuyas coartadas resultan cada vez menos
factibles, y la inevitable amante de pelo rubio cuyo testimonio afecta
la credibilidad del amantísimo esposo. Sin embargo, entre las
posibilidades barajadas por Mark Geragos, abogado defensor de Scott
Peterson, surgió una totalmente inesperada: que la jóven Lace había sido
sacrificada brutalmente por una secta satánica que ha operado durante
años en las afueras de la población rural de Modesto (cuna del director
George Lucas).
Otro
gallo le cantará a los que piensen que Mark Geragos está empleando un
ardid para obtener la libertad de su cliente. En 1990, cuatro personas
que intentaban darse de baja de una secta satánica en Salida, California
fueron halladas golpeadas, apuñaladas y decapitadas - un cuadro que no
se había visto desde las masacres realizadas por Charles Manson y su
"familia". La policía pudo seguir la pista que les llevó a cinco
miembros de la secta, que se alojaba en un recinto de casas sobre ruedas
y casuchas en Salida que incluía un total de cincuenta y cinco
personas. Según el investigador de crímenes paranormales Randy Cerny,
los miembros de la secta afirmaron ser adoradores del diablo, seguidores
de las enseñanzas de Aleister Crowley y practicantes de torturas
ceremoniales que incluían de manera exclusiva mas no limitativa el
electroshock, el abuso de menores y el asesinato. La "secta de Salida" -
como se le denominó en la prensa - consistía de personas muy normales,
incluyendo médicos, religiosos y candidatos a la fuerza policíaca. Según
Cerny, se trataba de una secta muy sigilosa, unida y sofisticada,
controlada por su sumo sacerdote Gerald Cruz, cuyas técnicas coercivas
iban desde el lavado de cerebro hasta la tortura. Los psiquiatras del
tribunal describían la personalidad Cruz como "malvada y sádica". El
dirigente de la secta de Salida y su ayudante fueron sentenciados a
muerte; los tres restantes a condenas de veinticinco años de prisión.
Los ex-miembros
de la secta de Salida que no participaron en el crimen no han
descartado la posibilidad de que exista un vínculo entre la muerte de
Peterson y el satanismo: Angela Young-- integrante de esta secta
controlada por Gerald Cruz-- ha manifestado que las prácticas de su
grupo eran muy serias y “no eran ningún pasatiempo”. Young se apartó del
grupo mucho antes de las matanzas, pero su hermano menor figuró entre
los sentenciados a muerte. Los diarios y correspondencia de los miembros
de la secta de Salida incluían referencias a la profanación de tumbas,
la sodomización obligatoria y las palizas para los que desobedeciesen
los mandatos del sumo sacerdote. Según los abogados defensores de los
satanistas de Salida, el grupo escuchaba heavy metal antes de cometer
sus asesinatos y de realizar “danzas rituales”. Otros escritos
presentados como evidencia ante el tribunal incluyeron referencias a
altares, brujería, “cenas con los muertos”, machos cabríos y juramentos
secretos. Young declaró haber participado en una ceremonia en la que su
mano fue cortada con cuchillo y la huella de su pulgar fue imprimida en
un libro encuadernado que ostentaba el título de “La orden del león”.
Muchos de los ex-integrantes de la secta creen que restos de su antiguo
grupo permanecen activos en la zona y temen represalias por parte de
estos.
Pocas semanas antes de la desaparición de la señora Peterson en el 2002, mientras que se disponía a
llevar a pasear su perro, los vecinos habían identificado una
sospechosa furgoneta parda en el vecindario que no volvió a aparecer
después del crimen. Los abogados de la defensa ataron cabos, informando
que una mujer se había personado a un centro de crisis de crímenes
sexuales alegando haber sido violada a bordo de una furgoneta parda “por
dos mujeres mientras que los hombres a bordo del vehículo contemplaban
el ultraje”. La víctima dijo que los hombres le dijeron que “si deseaba
ver la segunda parte del ritual, que leyera los periódicos el día de
Navidad.” La
primera de las dos víctimas alegaba haber visto un tatuaje satánico en
el brazo de uno de los hombres que la acosaron – el “666” – y esto bastó
para los abogados de la defensa incluyesen la posibilidad de “crimen
ritual” entre las posibles causas de la muerte de Laci Peterson. La
naturaleza enteramente anecdótica de este testimonio estaba suplementada
por otro más: el de una mujer de la aldea de Merced (a sesenta
kilómetros de Modesto) quien alegaba haber sufrido un ataque parecido.
La policía hizo caso omiso de su querella diciendo que se trataba de una
loca.
Para
Mark Geragos no cabe duda que la esposa de su cliente fue secuestrada.
“Es la única posibilidad que tiene sentido”, expresó el abogado en sus
declaraciones a la revista Vanity Fair.
Geragos y su equipo han explorado los grafitos y murales descubiertos a
la orilla de la bahía de San Francisco cerca de dónde los cadáveres de
Laci y su hijo Conner fueron hallados. Las toscas representaciones
incluyen imágenes de niños en el agua con sus ombligos aún unidos, un
hombre con hacha decapitando a un hombre en un barco, una mujer con las
manos cortadas, figuras con cabeza de chivo, y escenas de mutilaciones.
Según
entendidos, el equipo de la defensa obtuvo un abrigo utilizado por un
vecino de Modesto que supuestamente estaba afiliado con una secta
esotérica, y que se había jactado de haber tomado parte en la muerte de
Laci Peterson.
La
defensa también ha recibido llamadas telefónicas de personas que
afirman tener conocimientos sobre las sectas esotéricas de la región, y
más intrigante aún, la existencia de un día festivo satánico denominado The Demon Revels (los deleites demoniacos) o Grand High Climax (el gran clímax sublime) que se celebra el 24 de diciembre—el día en que desapareció la señora Peterson.
Tres
años después de la consternación sobre la masacre de Salida, tres niños
de 8 años de edad paseaban en sendas bicicletas por un camino rural en
West Memphis, estado de Arkansas. Nadie pudo haber pensado ese soleado
día de mayo en 1993 que se trataría del último en la vida de los chicos,
quienes acabaron brutalmente golpeados, estrangulados y sodomizados en
una zona boscosa de West Memphis conocida como Robin Hood Park. Según
uno de los detenidos, Jessie Lloyd Miskelly, de 17 años de edad, los
asesinatos eran parte de una ceremonia satánica. "Uno de los testigos",
según el rotativo Commercial Appeal de la ciudad de Memphis, "dijo que
uno de los acusados había afirmado haberle chupado la sangre a su
víctima después de mutilarla".
¿A
qué se debe la renuencia de las autoridades estadounidenses a
investigar estos crímenes rituales? El ex-agente de la FBI Ted
Gunderson, cuyo interés por los crímenes satánicos lo llevó realizar
investigaciones por su propia cuenta después de jubilarse del negociado,
expresó la creencia de que miles de mujeres jóvenes que desaparecen
anualmente acaban siendo sacrificadas en ceremonias ocultistas. No
existen cifras concretas, ya que la FBI no lleva la cuenta de los
desaparecidos. Y más alarmante aún es el hecho, según Gunderson, de que
"el FBI no conserva estadísticas porque francamente no quiere
verlas...acabaría por enfrentar la demanda pública de tomar acción, ya
que tales cifras indicarían un mal social que exige tomar acción". Desde
el mes de agosto de 2003, los operativos de la defensa en el caso
Peterson vienen buscando a un hombre llamado “Donnie” con un “666”
tatuado en el brazo. Queda por verse si tales pesquisas tendrán éxito, y
si la cruel muerte de Laci Peterson pasará a engrosar el dossier de los
crímenes satánicos.
Satanismo desde la óptica universitaria
Según
el profesor Bill Ellis, investigador de ocultismo y folklore
estadounidense en la universidad de Penn State, el ocultismo no se
presenta como contrincante de la religión organizada en los Estados
Unidos, sino más bien como una forma alternativa de validar el dogma
protestante, citando prácticas que podrán sonarnos extrañas, como la de
conjurar al diablo—en nombre de Jesús—para aumentar los caudales del que
hace la invocación. La idea no consiste en adorar al diablo, sino
obligarlo a conceder favores bajo el control del Altísimo, lo que no
sólo comprueba la superioridad de los poderes divinos sobre los
mundanos, sino que además coincide con el afán de lucro de la sociedad
anglosajona.
En su texto Lucifer Ascending,
el universtario aborda la creación de mitos que rayan con el satanismo.
Esta “mitomanía” resulta sumamente atractiva para los adolescentes,
quienes van en pos de estas leyendas en cementerios y otros lugares
supuestamente encantados. Los actos vandálicos y el gamberrismo que
suelen practicar los jóvenes en estos lugares, afirma Ellis, son parte
de una ceremonia de transición mediante la cual se abordan situaciones
de importancia como el sexo y la muerte.
Ellis
no teme involucrarse en el complejo asunto del “pánico satánico” que
conmovió al país en la década de los ’80 y comienzos de los ’90, cuando
cientos de personas fueron acusadas de trato sexual y abuso de menores
en extrañas ceremonias esotéricas, afirmando que muchas de las personas
encarceladas por semejantes crímenes paranormales fueron sentenciadas
con base al controvertido proceso de memorias recobradas mediante la
hipnósis. “No es que no existan satanistas”, apunta el estudioso, “sino
que las cosas que describieron las supuestas víctimas no tuvieron nada
que ver con las cosas que los satanistas verdaderamente hacen o creen”.
Curiosamente, Ellis achaca el “pánico satánico” no a las fuerzas del Mal sino a las del bien: corrientes
religiosas como pentecostalismo, que fomentan los llamados dones del
espíritu (glosolalia, sanación por imposición de manos, etc.) se nutren
de personas que antiguamente habían practicado creencias esotéricas, y
quienes bajo la influencia de su nueva orientación religiosa,
consideraron que las tradiciones mágico folklóricas que habían
practicado habían sido parte de una gran red subterránea de creencias
satánicas.
J.
Gordon Melton, director del Instituto para el Estudio de Religiones
Americanas en Santa Bárbara, California, apuntó que en 1989 existían
tres sectas principales en los Estados Unidos: La Iglesia de Satán en
San Francisco, California; el Templo de Set, encabezado por el
ex-militar Michael Aquino, y la Iglesia de Liberación Satánica en New
Haven, Connecticut, bajo la dirección de Paul Douglas Valentine. Melton
considera que un total de 3000 personas constituye la matrícula total de
las tres sectas y que representan los verdaderos satanistas. Los demás,
sugiere el estudioso, no pasaban de ser adolescentes enajenados unidos
por las drogas y la violencia, valiéndose de ilustraciones diabólicas en
sus fechorías.
El
antropólogo Rafael Martínez, asesor de la oficina del cirujano forense
de Miami, suma su voz al coro de los expertos que desmienten la
existencia del satanismo organizado. En una entrevista con Susan
Kovachs, autora del libro Hidden Files (1998), Martínez señala
que si bien no existe una gran anticruzada satánica con miras a
adueñarse del país, los casos individuales son verídicos y muy comunes,
pasando a citar el
caso de tres adolescentes que secuestraron y sacrificaron una niña de
corta edad en San Luis Obispo, Calfornia, como parte de una misa negra.
Ellis
y Melton, como buenos profesores, aspiran a una postura más racional y
menos sensacionalista que la que ofrecen los medios. Sin embargo, no
puede negarse la existencia de evidencias que apuntan hacia grupos
altamente organizados e interesados en adorar las fuerzas ocultas, y no
siempre se trata de adolescentes de pelo largo con camisetas negras de
AC/DC, sino “personas de sociedad”, como suele decirse, con enormes
recursos monetarios, posición social y a menudo poder político. Pero eso lo veremos a continuación.
Nebraska
Es
poco frecuente que en una sociedad tan conservadora y estrecha de miras
como la estadounidense un político se juegue el todo por el todo para
abordar un tema tan escabroso y “oficialmente inexistente” como el
satanismo. Esto fue precisamente lo que hizo John W. DeCamp, senador
republicano del estado de Nebraska, muy a pesar suyo y de su familia.
El
estado de Nebraska, uno de los más grandes de la unión estadounidense,
es conocido por su falta de relieve y por sus enormes e interminables
maizales. Desde el aire resulta posible ver el cauce del río Platte e
imaginar que los pioneros aún se desplazan lentamente hacia California.
En la distancia, saliendo de entre los trigales como la “ciudad
esmeralda” del Mago de Oz, se puede ver Omaha, la capital estatal y la
única ciudad digna de esa descripción, sede de poderosas empresas como
ConAgra, Union Pacific y Kiewit and Sons. El estado está dominado por la
rica élite de Omaha y la agrupación pseudomasónica denominada “los
caballeros de AkSarBen” (“Nebraska” escrito al revés).
“La actividad satánica”, escribe el senador DeCamp, “no es algo nuevo en Nebraska ni en los estados circundantes del midwest.
En algunas familias es algo que se ha transmitido de una generación a
otra por espacio de cincuenta a cien años. Las prácticas satánicas se
han infiltrado a los estratos más elevados de la sociedad.” Estas
sentenciosas palabras reverberaron en los oídos de muchos a comienzos de
la década de los ’90, cuando DeCamp—asesor del gobernador Bob Kerrey,
candidato a la presidencia de los EE.UU.—se vio involucrado en la
investigación del desfalco del banco Franklin Savings and Loan,
operación que sacó a luz la participación de un nutrido grupo de
políticos republicanos en la malversación de fondos, el abuso sexual de
adolescentes y su participación en sectas satánicas. Aconsejado por Bill
Colby, el ex-director de la CIA bajo el régimen de Reagan, DeCamp
escribió el libro The Franklin Cover-Up para garantizar su seguridad personal y dar a conocer los hechos al público.
Entrevistando
a algunos de los jóvenes que sirvieron de juguetes sexuales a los
poderosos políticos de élite, DeCamp pudo comprobar que muchos de los
menores que desaparecen todos los años en EUA acaban siendo victimas de
estas élites, abusados sexualmente y asesinados en sangre fría. Sus
cadáveres—según un testigo—eran llevados en helicóptero sobre los
descampados de Nebraska y arrojados a la tierra, en donde “nuestros
amigos los encapuchados” (referencia a los satanistas) se encargarían de
hacer uso ritual de las víctimas.
En
1974, la actividad de las sectas en Nebraska llegó a tal nivel de
actividad que los periódicos nacionales se hicieron eco de ella, sobre
todo en combinación con las misteriosas mutilaciones de ganado que
comenzaron a sentirse en aquella época. Una vecina del estado admitió
haber tenido una juventud algo alocada y de haber entablado conversación
con alguien que le preguntó sin rodeos “que si era virgen”. El hombre
pasó a explicar que su grupo precisaba de una vírgen para “ciertas
ceremonias esotéricas”, agregando que la mujer “se sorprendería al ver
la cantidad de gente rica y poderosa que vería en dicha ceremonia”.
La
lectura del libro del senador DeCamp resulta estremecedora, ya que la
documentación del fraude financiero, el escándalo sexual y la presencia
del satanismo aparece con la precisión que se esperaría de un abogado
que presenta un caso ante el tribunal. El senador escribe sobre las
experiencias de Paul Bonacci, una de las víctimas del brutal juego
sexual de las élites: en su tesimonio, Bonacci afirma que en diciembre
de 1980, pasaron a recogerlo al colegio una tarde para llevarlo al
“Triángulo”, una zona boscosa del condado de Sarpy en Nebraska. Allí fue
testigo del sacrificio de un bebé. “Todos
cantaban”, reza la declaración de Bonacci, “y se trataba de un ritual
anual cerca de la fecha del nacimiento de Cristo con miras a pervertir
su sangre (¿Tal vez la misma celebración indicada en los casos
californianos?) Usaron dagas y apuñalaron al bebé, llenado una taza con
su sangre y el orine de uno de los participantes, obligándonos a beberlo
y decir “Satanás es Nuestro Señor Lucifer, Nuestro Rey. Reino de las Tinieblas ven a nosotros e infunde poder a tus esclavos”. Cuenta
el testigo que los presentes comenzaron a emitir sonidos extraños y ahí
fue que sintió miedo. Bonacci fue amenazado con ser el próximo inmolado
si se atrevía a contar lo que había visto.
Vale
la pena detenernos en un detalle del testimonio de Paul Bonacci: los
“sonidos raros” emitidos durante el ritual satánico en Nebraska
recuerdan a los hechizos de la época tardorromana en la que los que
deseaban comunicarse con dioses y demonios debían hacerlo mediante
ladridos, uluaciones y todo tipo de vocalización propia de animales –
prueba de que los satanistas del estado de Nebraska no eran adolescentes
de camiseta negra, sino grupos conscientes del pasado mágico de sus
actividades. Según lo expresado por Paul Bonacci a la psicóloga Judianne
Densen-Gerber, existen cuatro sectas satánicas en dicha parte de los
EE.UU., con cincuenta a cien miembros cada una.
La
doctora Densen-Gerber se dirigió ante el comité investigador del
escándalo Franklin con las siguientes palabras el 29 de diciembre de
1990: “ Quiero decirles algo. No me gustaría ver que este comité se
desbandara. Creo que el hacerlo no serviría a los intereses de los
ciudadanos de Nebraska [...], porque toma entre dos y tres años para que
una persona normal pueda superar la negación automática hacia esta
clase de material. La primera defensa del ser humano contra los hechos
horribles e insostenibles es decir que no existen”.
Las
aseveraciones del senador John W. DeCamp no fueron bien recibidas y su
vida se vio amenazada en varias ocasiones. Los recursos y el alcance de
estas fuerzas oscuras eran de tal envergadura que cuando la productora
británica Yorkshire Television preparó un documental concienzudo sobre
el tema, invirtiendo cientos de miles de dólares en investigaciones, las
autoridades aduanales amenazaron con declarar el documental como
“material pornográfico” y demandar a Discovery Channel, la afiliada
estadounidense de Yorkshire Television. Para evitar un posible
desavenimiento a nivel gubernamental entre EUA y el Reino Unido, la
productora consintió a la destrucción de todas las copias del documental
que hubiera sacado a la luz todas las manifestaciones—políticas,
económicas y paranormales—del caso Franklin. Algunas copias, sin
embargo, sobrevivieron a la destrucción y están en manos privadas,
esperando el día en que la verdad pueda darse a conocer al mundo.
La becaria desaparecida
Se
ha gastado tinta a raudales—tanto en publicaciones “serias” como en
aquellas que se entregan cuerpo y alma a la conspiranoia—sobre el diseño
masónico de la capital estadounidense. La huella de la masonería se
siente en todas partes, no sólo en las enormes logias que dominan sitios
prominentes en las avenidas de esta gran urbe, sino en detalles más
sutiles, como las imagenes de los fundadores de la unión americana
ataviados en sus delantales masónicos. Aparte de los ritos York y
escocés, cuyas logias están en línea recta desde la Casa Blanca, se
rumora la existencia de una “masonería satánica” desde hace décadas.
¿Producto de mentes febriles y malas lenguas, o aviso a los incautos
sobre quienes son los que verdaderamente rigen el destino de los Estados
Unidos?
El
22 de mayo de 2002, las autoridades policiales de Washington, D.C.
confirmaron el descubrimiento de los huesos que en vida habían sido
Chandra Levy, becaria del congresista californiano Gary Condit. Desde la
súbita y enigmática desaparición de la atractiva joven de 24 años el 30
de abril del 2001, las autoridades habían barajado docenas de posibles
causales de su desaparición a la par que los medios se concentraban en
la posibilidad de que el congresista Condit era el resposnable de su
muerte, de manera directa o indirecta.
Los
restos de Levy fueron hallados por un transeúnte en Rock Creek Park, la
más extensa de las zonas verdes de la capital noreamericana, y la
noticia del descubrimiento se regó como la pólvora. Las autoridades se
esforzaban por descubrir si el cadaver de Levy había estado ahí todo el
tiempo—a pesar de las innumerables batidas realizadas por la policía en
meses anteriores- os si había sido ultimada en otro lugar y luego
colocada en el parque.
Entre
las teorias circuladas sobre la desparación y muerte de Chandra Levy
que no culpaban al congresista figuraba una de gran prominencia: que
Levy había sido sacrificada por un grupo satánico de alta importancia
formado por senadores y congresistas de los Estados Unidos.
El
controvertido autor integrista Texe Marrs hizo hincapié en el origen
judío de Chandra, explicando que su apellido aproviene de “Leví”, los
sacerdotes encargados por Moises para oficiar en el tabernáculo del
Altísimo y ser sus ministros. Solamente los levitas – el nombre de su
orden – podían realizar sacrificios a Yavé. Marrs postuló que la
“hermandad negra” que controla la masónica ciudad de Washinton había
cometido “la abominación
obscena de sacrificar una jóven judía de apellido Levy en su día más
sagrado – el día santificado por los ocultistas como el día del “Gran
Sacrificio”. Marrs escribió que el asesinato de Chandra Levy simbolizaba
la separación eterna de dicho grupo, no solo de la ley divina defendida
por los levitas, sino del mismo Dios.
A
pesar de que la desaparición se produjo el 30 de abril, Texe Marrs
supone que el sacrificio tomó lugar al día siguiente – el 1ro de mayo –
dada la importancia numerológica y satánica de tal fecha. Rock Creek
Park representaba el sitio ideal para inmolarla, puesto “que el parque
tiene la forma de la aborrecible cabeza de macho cabrío que es Baphomet,
el dios de los masones, que representa la llegada del Anticristo”.
Y las sectas llegan a la televisión
Una
advertencia prudente entre los investigadores del misterio en EE.UU
consiste en rechazar las repentinas oleadas de llamadas telefónicas que
se interesan por lo paranormal pocos días antes de la víspera de Todos
los Santos – Halloween, en inglés – ya que dichas indagaciones a menudo
suelen acabar llenando los periódicos del día de las brujas con relatos
de todo lo que “espanta” – OVNIS, brujería, hombres lobo, etc. –
presentados de manera jocosa.
Pero,
¿podrá decirse lo mismo si la televisión se interesa por el tema, sobre
todo un programa de alcance nacional? Esto fue precisamente lo que
sucedió a el 2 de octubre de 2003 cuando el programa “The Factor”,
transmitido por la cadena FOX (de Rupert Murdoch) y animado por el
periodista Bill O’Reilly incluyó un segmento sobre el “peligro satánico”
que supuestamente amenazaba al país. La
amenaza asumió la forma de un estudiante de escuela superior que había
sido suspendido por las autoridades escolares por haber formado un club
de pensamientos satánicos – Satanic Thought Society – dentro del recinto
educativo. Aunque el debate estaba concentrado mayormente en el derecho
de las autoridades en coartar la libre expresión del joven Joseph Izzo,
quien insistía que su agrupación no estaba dedicada a adorar al Maligno
sino a abordar las formas de pensar del satanismo, los invitados al
programa de televisión incluyeron a Pam Cachay, la madre de un
estudiante que había realizado prácticas satánicas en su adolescencia y
la viuda de Anton Szandor LaVey, el “papa negro” de la Iglesia de Satán.
A juzgar por los índices de teleaudiencia clásicos para el programa
“The Factor”, entre quince y veinte millones de personas asistieron al
evento.
En
relación con el antes mencionado asesinato de Laci Peterson, resulta
interesante destacar que fue esta misma cadena noticiosa – FOX News – la
que ofreció la posibilidad de que el asesinato tuviese matices
satánicos. En su transmisión de las 18:49 el 18 de mayo de 2003, se dijo
que Fox News había obtenido detalles sobre la posibilidad de que una
secta satánica estuviese relacionada con el crimen, señalando que partes
del cuerpo de la víctima no—incluyendo su cabeza—no habían sido
halladas, y que varios órganos internos habían sido removidos del
cadaver. Como refuerzo a este intrigante detalle estaba la noticia
emitida por la agencia de prensa Reuters con fecha de agosto del 2000
sobre “la atroz muerte de cinco vecinos del norte de California cuyos
restos fueron hallados en talegos de lona. Las autoridades han guardado
silencio sobre el caso, negándose a abundar sobre los informes
aparecidos en los medios sobre la remoción de los dientes y organos de
las victimas, levantando sospechas de que las muertes son obra de una
secta”. Pero la franca discusión televisiva también tenía sus
antecedentes en eventos perturbadores que venían sucediendo desde hacía
tiempo.
El 28 de febrero de 1999, Angela Wood, una jóven de 24 años de edad fue remitida a los tribunales del estado de Indiana (EUA) por
haber participado en la destrucción de una iglesia como parte de un
rito satánico que posiblemente involucró incendios en un total de siete
iglesias en dicha subdivisión política de los Estados Unidos. Carl
Roschke, catedrático de la universidad de Denver y autor de varios
escritos sobre las sectas satánicas, señaló que “la ideología satánica
se está convirtiendo en el fundamento del terrorismo doméstico” y que
era necesario que los estadounidenses revisaran su concepto de los
adoradores del diablo como inofensivos enajenados mentales, opinión
respaldada por el reverendo Robert Murphy, cuya iglesia metodista en el
condado de Oconee había sido reducida a cenizas por elementos de una
supuesta secta.
Tampoco
era la primera vez que ardían las iglesias en la noche rural de
Indiana: a comienzos de los ’90, Jay Ballinger, de 36 años de edad, puso
fuego a varias iglesias en su región y se esmeró por reclutar un
sinnúmero de adolescentes para formar un grupo satánico. Los candidatos
debían firmar un “contrato infernal de la encrucijada” formulado por
Ballinger y que rezaba: prometo con mi sangre realizar cualquiera y
todo acto Maligno en nombre de nuestro Señor hasta el final de los
tiempos, a cambio de riquezas, poder, éxito y sexo por el resto de mi
vida natural o __ años en cualquier profesión que elija”. Las
autoridades policiales y las empresas de seguros, trabajando en
conjunto, pudieron determinar que Wood y Ballinger habían participado en
el incendio de Oconee y cuatro conflagraciones adicionales, incluyendo
uno que causó la muerte de un bombero.
El
satanismo, según expertos como Roschke, representaba un disfraz
conveniente para expresar el odio de los satanistas hacia los Estados
Unidos, su diversidad cultural y étnica y la predominancia de la
religiones establecidas. “El impacto de estos crímenes no consiste en su
cantidad sino en el efecto que surten. Comenzamos a presenciar eventos
que nos harán prestar mayor atención [al satansimo]”.
Arquitectos de la cúpula del poder
Durante
la revolución sexual de los años ’60, la elite del satanismo estaba
formada por actores de vanguardia y músicos de rock que buscaban—de
manera consciente o inconsciente—un “santo patrón” que sonriese
benévolamente sobre el hedonismo desenfrenado que practicaban en sus
fiestas de sociedad. No tardaron en descubrir que ese patrón que
buscaban les sonreía desde el averno, y muchos se autoproclamaron
adoradores del diablo y se dejaron fotografiar en impedimenta satanista,
como los Rolling Stones, o acudían a fiestas con la uña del dedo
meñique pintada de rojo: santo y seña de los adeptos de aquel momento.
Saciada su ansia de experimentación sexual y alucinógena, el interés de
la farándula por el lado oscuro menguó considerablemente, pero les
sustituiría una generación de verdaderos creyentes con el mismo prestigio y mayores ambiciones terrenales que salir en las efemérides.
En
Estados Unidos se hablaría mucho de ritos satánicos en las casas
suburbanas de las élites, sin importar que viviesen en Scottsdale
(Arizona), Meriden (Connecticut) o en la misma Beverly Hills, lado a
lado con las estrellas del cine. En el Reino Unido, la situación
adquiriría matices verdaderamente paranormales.
Corría
el verano de 1975 y la región de Clapham Woods en West Sussex,
Inglaterra, se había convertido en el foco de atención de muchos
investigadores de lo paranormal. Dos perros habían desaparecido bajo
circunstancias extrañas y los
avistamientos OVNI estaban a la orden del día. Un grupo de
investigación se internó en Clapham Woods con un contador geiger para
realizar un peritaje. Pocos minutos después de internarse en la región
boscosa, se toparon con unas huellas misteriosas—dos garras de casi
nueve pulgadas de largo y tres pulgadas de ancho; la aguja del contador
geiger se disparó inmediatamente a la franja de máxima radiación cuando
se pasó el aparato sobre sendas huellas. Un compás comenzó a girar
alocadamente ante la presencia del fenómeno.
Pero
antes de que los investigadores tuviesen la oportunidad de dar crédito a
sus ojos, una “columna de vapor gris con forma de oso” comenzó a
materializarse a pocos metros de donde estaban, adquiriendo dimensiones
sobrecogedoras y desapareciendo lentamente en cuestión de segundos. Todo
estos eventos tomaron lugar no en un bosque recóndito sino a veinte o
treinta metros de la carretera A27, una de las más transitadas en esta
región de Inglaterra.
El
investigador independiente Charles Walker iría descubriendo que Clapham
Woods tenía fama como lugar maldito desde muchos años antes del
incidente de 1975 y las despariciones caninas. Sus
investigaciones le llevaron a pensar—correctamente—que un grupo de
satanistas hacía uso ceremonial de la zona, y en noviembre de 1978 una
llamada telefónica le sacó de dudas: un hombre de tono muy educado y
formal le pidió que se reuniera con él a horas de la noche en Clapham
Woods. Vacilando, Walker eventualmente se decidió por ir y tuvo un
encuentro sorprendente. Aunque nunca pudo ver la cara de su
interlocutor, que permaneció oculto entre la maleza como si de un
capítulo de “Expedientes X” se tratara, Walker se enteró de que un grupo
de gente muy poderosa que se autodenominaba “los Amigos de Hécate”
utilizaba el bosque para sus aquelarres y que “no tolerarían
interferencia alguna con sus actividades”. La reunión clandestina tenía
el propósito de impartir una advertencia amistosa al investigador para
hacerlo desistir de sus pesquisas. Las últimas palabras del desconocido
fueron: “el grupo no tiene miramientos a la hora de asegurar su
existencia”....algo que Walker comprobaría en carne propia cuando fue
víctima de un accidente vehicular dos semanas después que le produciría lesiones en la espalda y la cabeza.
Charles
Walker descubriría pruebas fehacientes de la existencia de los “Amigos
de Hécate” casi accidentalmente al internarse en un edificio vacío
perteneciente al complejo de viviendas Clapham Manor House. Ocupando la
totalidad de un muro en una habitación amplia y vacía, Walker pudo
contemplar una sobrecogedora y monstruosa imagen—un rostro femenino con
cuernos azules y orejas largas cuyo cuerpo estaba cubierto de escamas y
cuyos brazos acababan en afiladas garras. Rayazos de color rojo y
negro—posiblemente de sangre—completaban el cuadro, nunca mejor dicho.
En una de sus garras, la imagen portaba una esfera con una cruz de ocho
brazo y un círculo. Era obvio que los “Amigos de Hécate” eran una orden
luciferina de gran seriedad.
Una década más tarde, otro investigador, Toyne Newton, mencionaría la posibilidad de que Clapham Woods yacía sobre una vena de energía telúrica (los famosos leys
de Inglaterra) y que los “Amigos de Hécate” se valían del lugar como
quien hace uso de tomacorrientes, salvo que en vez de devolver los
elementales conjurados por sus sesiones, estos adeptos los dejaban en el
lugar de marras como un “sello psíquico”.
Las
investigaciones de Newton darían a la luz pública cierta información
estremecedora: la secta de Clapham Woods era tan sólo una “celda” de un
grupo mayor con miembros en Winchester, Avebury y Londres, controlado
por un triunvirato central de dos mujeres y un hombre cuyas edades
estaban entre los treintaicinco y los sesenta. La secta empleaba un
sistema de círculos o rangos que se radiaba hacia afuera o hacia abajo
del triunvirato central – método utilizado por las órdenes iniciáticas
de la antigüedad y denominada “la espiral del poder maligno”, que
garantizaba la seguridad del grupo, puesto que los neófitos de los
rangos exteriores no conocían la naturaleza exacta del grupo, ni que
existían otros rangos a los que era posible ascender.
Pero
la información recabada por Newton bastaba para ofrecer un cuadro
alucinante: la mujer de mayor edad que presidía los “Amigos de Hécate”
había organizado la secta en los años ’60 y ’70 y que muchos miembros
habían adherido a ella para luego darse de baja, permitiendo que sólo la
flor y nata permaneciese con el grupo. Las metas de la secta, que
incluía políticos, banqueros y altos comerciantes, eran nada menos que
la adquisición total del poder oculto mediante una “guerra de
agotamiento” mental, un proceso diseñado para desangrar la energía
natural de la sociedad y del medio ambiente. Los OVNIS y rayos de luz
presenciados por muchos eran, en efecto, producto de la experimentación
ceremonial del grupo.
A
pesar de sus años de experiencia, la mujer madura no era la más
peligrosa de la secta. Al contrario, la joven sacerdotisa – mujer de
treinta años perteneciente a la aristocracia británica y con conexiones
envidiables – era la que realizaba los ritos bajo la supervisión del
varón, el “maestro”, que era médico de profesión. “Son personas sin
rostro”, le explicó una psíquica a Newton, “que llevan una careta y son
capaces de dar un aspecto totalmente normal. Hacen sus compras en
supermercados y la Sacerdotisa a veces va a los pubs. Es rubia, pero eso
puede cambiarse. La jerarquía tiene la capacidad de adaptarse a su
entorno natural cuando desean hacerlo”.
Newton publicó sus hallazgos en el libro The Dark Worship
(Vega, 2002). Aunque los “Amigos de Hécate” dejaron de utilizar Clapham
Woods como su centro de energía hace más de una década, cabe
preguntarse ahora cuales son los nuevos miembros de la secta, quienes
han sustituido, si acaso, a los tres dirigentes. ¿Seguirán captando
nuevos miembros? Las crisis ambientales y sociales que se viven en Gran
Bretaña, ¿podrán achacarse a las actividades de esta secta que ha jurado
desvalijar a la sociedad y al medio ambiente de su fuerza vital? No existe forma de saberlo.
Los clérigos negros
El
padre Malachi Martin falleció en 1999. Su muerte pasó mayormente
inadvertida salvo por aquellos que seguramente emitieron un suspiro de
alivio. El sacerdote convertido en novelista tras una ilustre carrera al
servicio del cardenal jesuita Agustín Bea antes de pedir que se
retiraran sus votos de obediencia y pobreza, Martin mantuvo hasta el
final de sus días que se celebraban rituales luciféricos en el Vaticano.
Conocido
por sus libro sobre exorcismos Hostage to the Devil y como un invitado
de programas radiofónicos cuyos relatos eran capaces de ponerle los
pelos de punta al aficionado más curtido, Martin hizo una declaración
contundente en la circular The Fatima Crusader: “Cualquier persona que
esté consciente de la situación en el Vaticano en los pasados 35 años
está consciente de la presencia del príncipe de las tinieblas tiene
acólitos en la Sede de San Pedro”.
Las
declaraciones más estremecedoras sobre la élite oscura que domina los
asuntos de la iglesia se realizaron en una serie de novelas, ya que el
mismo Martin admitía que la mejor manera de transmitir su información
era de forma novelada. En The Keys of This Blood (1990), el autor
describía la presencia de una fuerza maligna en las cancillerías del
Vaticano, denominada por los clérigos enterados del asunto como “la
superfuerza”. Martin se hacía eco en sus obras de una ceremonia de
“entronización satánica” – de la que se precisa la fecha del 29 de junio
de 1963-- que había llevado a Pablo VI a murmurar que “el humo de
Satanás se ha internado en el Santuario”. Las prácticas pedofílicas que
estuvieron a punto de dislocar al catolicismo estadounidense en el 2001
habrían tenido su comienzo, siguiendo lo establecido por Martin, en las
prácticas y ceremonias rituales llevadas a cabo en Turin. “Los actos
rituales de pedofília satánica son considerados por los profesionales”,
escribe Martin, “como la culminación de los ritos del arcángel caído.”
Otra novela, Windswept House (1996) prosigue la alucinante odisea
del satanismo en la iglesia, afirmando que el verdadero “tercer secreto
de Fátima” no era sino la advertencia de que el Maligno se había
infiltrado en el Vaticano, y que se sustentaba de una red de clérigos
pedófilos aliados a poderosas sectas satánicas.
En resumidas cuentas...
A pesar de que el verano de 1999 estuvo lleno de películas de presupuestos multimillonarios como La Amenaza Fantasma,
una película en especial—rodada por la modica cifra de 65 millones de
dólares—atrajo la atención de públicos internacionales a pesar de no
haber sido un éxito taquillero. Se trata de la película Eyes Wide Shut de Stanley Kubrick.
Basada en la novela alemana Traumfabrik
y protagonizada por Nicole Kidman y Tom Cruise, el rodaje se concentra
en las infidelidades, reales o imaginarias, de un médico y su esposa.
Pero una escena en particular—una fiesta celebrada en una mansión
supuestamente localizada en
los bosques al norte de la ciudad de Nueva York—fue considerada por
muchos como un aviso o alerta por parte del director Kubrick sobre las
élites que controlan el país. El protagonista es testigo de un extraño
ritual con ecos de satanismo y masonería pero sin ser ninguno de ellos.
¿Recreaba dicha escena una de las ceremonias de la logia satánica?
Muchos han querido ver en el “villano” de la obra a Henry Kissinger,
mientras que otros sencillamente descartan Eyes Wide Shut como sensacionalismo barato, pasando por alto la inoportuna muerte de Stanley Kubrick justo antes del estreno de su obra.
¿A
quién iba dirigida la advertencia del fallecido director? ¿A los
miembros que componen dicha secta en la vida real? ¿O tal vez a un
público cuyos ojos están efectivamente “cerrados de par en par”, como
sugiere el título, ante la evidencia de que nuestro mundo está
controlado por sectas altamente sofisticadas, con recursos ilimitados,
cuyos miembros no sólo pasan desapercibidos ante nuestros ojos, sino que
desfilan ante nosotros como empresarios, ejecutivos de alta banca y
políticos?
Scott Corrales
Publicado en EOC nº 42/43