En el negocio del sicariato, existe un tipo de asesino cuyo perfil es tal vez el más desconocido e intrigante, al que el cine ha mitificado retratándolo como un personaje frío, calculador e inalterable que nunca comete un error por complicado que sea su objetivo. Son los asesinos a sueldo profesionales, verdaderos expertos en armas entrenados para matar, que hacen trabajos limpios y raramente dejan huellas. Son más que simples delincuentes con un contrato de trabajo, digamos que son algo así como la “élite” del crimen.
Sin embargo, a los ojos de cualquiera son personas normales con una vida privada como todo el mundo, ya que en su entorno procuran pasar lo más desapercibidos posible. No destacan en nada. Generalmente son personas jóvenes de entre 30 y 45 años, tienen una familia, amigos, vecinos, gente a su alrededor que están convencidos que él es un empresario absorto por su trabajo, que en el momento que menos se lo espera recibe un aviso para irse de viaje a cualquier lugar porque debe asistir a una reunión con un cliente, y que en una semana más o menos, cuando cierre el negocio que se traen entre manos, volverá para seguir su vida de todos los días como un tipo corriente.
Todos coinciden en que el anonimato es la verdadera clave de su éxito. Nada les proporciona tanta independencia como ser una persona “gris” y poder pasear por la calle distendidamente, disfrutando de todos los periodos de descanso con la absoluta certeza que nadie sabe quien es ni a que se dedica. Para ellos el hecho de tener una cobertura que camufle su identidad les proporciona la seguridad de poder llevar una vida absolutamente ordinaria.
Sin embargo, muchos discrepan en cuanto a los verdaderos motivos de porque han elegido dedicarse a esta actividad, que no dudan en calificar de “oficio”. Alberto, asesino a sueldo profesional, confesaba que jamás ha matado a nadie por el “placer” de matar, pero reconoce que eso va con la ética y la disciplina de cada uno como profesional. Dice que él solo asesina por interés, que es una cuestión de negocios y solo busca un beneficio económico. Lo mismo opina Martín Benítez, un sicario mexicano que cortaba la cabeza de sus víctimas para mostrarlas como prueba de que había cumplido con el encargo. Cuando fue detenido por la policía, les dijo sin inmutarse apenas: “Si no lo hubiese hecho yo, lo habría hecho otro. Y por esto me pagaban mejor que como peón”.
Sin embargo Joel, sicario estadounidense, escribía en su autobiografía que él lo hacía más por prestigio que por dinero: “Después de mi primer contrato tuve conciencia de que yo era un individuo completo. Una fuerza a considerar. Un montón de gente que me había desdeñado, mirándome como a un mocoso listo, me hablaba ahora con otro tono. El trabajillo me aportó 5.000 dólares”. También el matón de la Mafia siciliana Luigi Ronsisvalle alegaba que sus razones eran ante todo éticas: “El hombre de honor no anda por ahí robando y matando por dinero. El hombre de honor mata por una razón, para ayudar a la gente”. Él escogía a sus clientes cuando consideraba que el caso valía la pena y aseguraba que siempre se mantuvo alejado de temas de narcotráfico, por que decía que la droga no valía más que para matar a muchos inocentes. De hecho, en varias ocasiones se negó a ayudar a otros mafiosos, entre ellos a Michele Sindona, que en su momento le ofreció la cantidad de cien mil dólares por librarlo del fiscal que estaba investigando sus finanzas.
La clientela del asesino a sueldo profesional, fuera del mundo de las Mafias y del narcotráfico, suelen ser personas con un nivel adquisitivo bastante elevado, porque los precios que llegan a reclamar éstos por un servicio pueden elevarse a cantidades desorbitadas (según informaciones obtenidas, dependiendo de la posición de la víctima y la complicación del encargo, podríamos estar hablando de hasta trescientos y seiscientos mil euros). El motivo, como veremos más adelante, es que el proceso de un asesinato por encargo no solo consiste en localizar a su objetivo y matarlo. A veces el sicario debe salir al extranjero, desplazarse y realizar varios seguimientos a la víctima para estudiar sus costumbres, sobornar a personas para que le faciliten datos sobre ésta, conseguir armas en el mercado negro, procurarse otra identidad haciéndose con documentación falsa, etc. Estos gastos a mayores también irán incluidos en la factura final, por no hablar de los elevados honorarios del propio asesino, que suelen estar lejos del alcance de cualquier persona de clase media.
De cualquier manera, seguro que este tipo de clientes cuando se deciden a contratar los servicios de un profesio
nal, es porque les compensa más para sus propios negocios e intereses desembolsar una importante suma de dinero y pagar a un individuo para que les solucione un problema que consideran importante, que lo que les hubiese supuesto dejar a la víctima en cuestión con vida. Y desde luego, no escatimarán en gastos ante la tranquilidad de saber que el trabajo está realizado con total perfección por alguien que sabe lo que hace, porque no pueden arriesgarse a contratar a cualquier aficionado que no sepa ser discreto con el asunto y que les delate a la mínima de cambio en caso de ser detenido, o que no haya sabido borrar su rastro en el lugar del crimen y finalmente la policía sospeche del verdadero móvil del asesinato, lo que provocaría que comenzasen a investigar a los posibles enemigos de la víctima…
Estos precios millonarios varían mucho dependiendo de la nacionalidad del sicario, por muy sorprendente que pueda parecer. Un trabajo que un profesional europeo acepta por varios miles de euros, un sicario colombiano o del este de Europa estaría dispuesto a realizarlo por muchísimo menos dinero. A pesar de eso, lo que en el fondo busca un cliente adinerado es contratar a un sicario fiel que no le vaya a delatar si la cosa se pone fea, que tenga una buena experiencia y que haga bien su trabajo, para no tener que lamentar el haber realizado un mal negocio que le podría costar mucho más que el dinero que ha pagado por él.
Y es que como decía anteriormente, el trabajo que realiza un asesino especialista suele ser bastante laborioso y va mucho más allá que el simple crimen a sangre fría que imaginamos. En el fondo, como revelaba uno de ellos en una entrevista, su trabajo es en cierta manera semejante al de un actor que representa un papel en el que debe ir improvisando su actuación sobre la marcha, porque cada encargo es muy diferente del anterior, y aunque inicialmente puede haber consolidado un plan a la perfección en la teoría, a la hora de la verdad cualquier detalle puede hacerlo cambiar en cuestión de segundos y por eso debe estar preparado para cualquier tipo de situación. Debe saber jugar con su apariencia física para no llamar demasiado la atención en el entorno, tal vez disfrazarse, cambiar por completo su aspecto físico, jugar un rol aparentando una conducta diferente a su personalidad, mezclarse con el ambiente que rodea a la víctima y a la vez pasar completamente desapercibido para evitar que algún testigo haga notar su presencia a la policía una vez cometido el asesinato.
Lo más importante para el sicario a la hora de la verdad es hacer una amplia y minuciosa investigación sobre el objetivo para conocerlo como si fuese él mismo. Para ello realizará una vigilancia permanente para conocer sus rutas habituales y aquellas otras menos utilizadas, sus horarios de trabajo y actividades, su familia y amistades que frecuenta, sus costumbres, sus aficiones, etc. Esta fase es la que le llevará más tiempo y pondrá a prueba su paciencia, porque a veces, si la persona se mueve en un entorno de difícil acceso o si por ejemplo dispone de guardaespaldas a su alrededor, puede que se prolongue hasta varios meses. Lo que le mueve a observar y conocer en profundidad los patrones de conducta de su futura víctima, es simplemente el discurrir la manera en cómo cometerá el crimen para que la policía no sospeche de que se trata de un asesinato por encargo, y de esta manera proteger a su cliente, que es la verdadera finalidad de su trabajo.
Digamos que si estudiando detenidamente a la persona, observa que a veces frecuenta un determinado bar solitario del que sale a altas horas de la madrugada, posiblemente un día ésta aparezca muerta en un callejón próximo con varios navajazos, varios golpes en el cuerpo, con la ropa desgarrada, sin el reloj ni la cartera, y con la docume
ntación esparcida por el suelo. Cuando encuentren el cadáver aceptarán que unos asaltantes le han abordado, que como el hombre habrá ofrecido una cierta resistencia y se habrá negado en darles el dinero, se habrán enzarzado en una pelea que ha terminado a golpe de cuchillo. Y si aún encima el sicario ha sido lo suficientemente laborioso como para dejar pistas falsas que incriminen a cualquier delincuente habitual conocido en el barrio, ya lo borda. O si por ejemplo percibe que su futura víctima está pasando por un mal momento en su vida sentimental porque su pareja acaba de poner fin a la relación que mantenían desde hacía tiempo, y esto le ha sumido en un ligero estado de desánimo, cualquier día puede aparecer muerto de una sobredosis de antidepresivos, rodeado de una botella vacía de su bebida alcohólica favorita y de todas las fotos que tenía en compañía de su amada. En casos determinados, lo importante no solo es acabar con la vida de la víctima, sino más que nada disimular que se trata de un crimen, para que las sospechas nunca puedan recaer sobre la persona que ha contratado sus servicios, aunque para ello tengan que echar mano de un chivo expiatorio sobre el que hacer recaer la responsabilidad del homicidio.
Como ven, se trata de verdaderos profesionales del crimen, con mucha astucia, imaginación y recursos, pero escasos escrúpulos. Tal vez esta es la explicación de porqué es tan difícil seguir el rastro de un auténtico sicario, pues en muchas ocasiones un hecho de esta índole pasará desapercibido por los agentes de homicidios, y lo que es un crimen premeditado, será visto como un suicidio, un accidente doméstico, una muerte natural o un desafortunado incidente.
Para Marco Morales, jefe de la Policía Judicial de Guayas, (Ecuador), acostumbrado a la investigación de todo tipo de crímenes, asegura que son las situaciones más frustrantes de su larga carrera profesional en la Brigada de homicidios, y para él la actividad que llevan a cabo estos asesinos es una de las más repudiadas que puede existir, puesto que los ejecutores no parecen tener valores morales ni humanos: “En Ecuador, aunque los casos de sicariato no han sido, felizmente, demasiado numerosos, las pocas experiencias son traumatizantes. A cambio de unas monedas son capaces de quitar la vida a una persona cualquiera, sin hacer distinción en si la víctima es una padre de familia, una mujer, un anciano o un niño, y sin más reparos que asegurarse el cobro del dinero que han acordado una vez han terminado con el trabajo”, dice. “Planifican asesinatos de cualquier índole, tanto en viviendas, edificios de alta seguridad y hasta lugares públicos, circunstancia que los diferencia de los asesinos simples, porque alimentan su mente con la satisfacción de matar o cumplir una venganza”.
El oficial está convencido que una buena parte de los que matan por encargo son verdaderos profesionales que entrenan regularmente en parajes solitarios lejos del alcance de las miradas indiscretas, y por la destreza que muestran con el manejo de armas no descarta que muchos de los que se encuentran actuando libremente por el país sean miembros de instituciones armadas, como militares adiestrados y policías veteranos, que se han dado de baja en sus respectivos puestos para dedicarse al negocio privado, que sin duda es más arriesgado pero también mucho más rentable para sus bolsillos.
En su país este tipo de crímenes todavía son hechos aislados, al igual que en España, aunque él tampoco se arriesga a dar una cifra concreta porque ni siquiera existe un registro en los archivos oficiales, y eso se debe a que apenas dejan rastros tras de sí o dejan cantidad de pistas falsas que hace que resulte muy complicado, y a veces imposible, seguirles el rastro.
Él mismo, junto con los agentes que forman su equipo, cuando creen que pueden estar ante un caso de sicariato evidente, tienen como costumbre plantearse tres preguntas que normalmente les suelen guiar. La primera es acerca de la forma de la muerte de la víctima: si la persona ha sido ejecutada con arma de fuego y tiene tres o más orificios de bala, es muy probable que se trate de un sicario, puesto que en muchas ocasiones, cuando utilizan este tipo de métodos, se aseguran de rematar a la persona para que no tenga opción a salvar su vida de ninguna de las maneras. La segunda, que es bastante determinante es, sobre qué órganos vitales han impactado los proyectiles, ya que los especialistas siempre apuntan a la cabeza, al pecho y al corazón para asegurar la muerte. La tercera cosa que se preguntan es qué motivaciones se esconden detrás del crimen, un puzzle cuyas piezas deberán ir encajando con el tiempo, una vez que estudien el perfil de la víctima y comprueben si estaba metido en asuntos turbios, si tenía enemigos, si lideraba un negocio cuyo buen funcionamiento preocupaba a un rival, si era infiel a su esposa, y un largo etcétera de posibilidades.